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Borges, Jorge Luis - Obras Completas - Literatura Argentina UNRN

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HISTORIA DE LA ETERNIDAD 379<br />

que una misteriosa alegría las produjera, Su misma bastedad<br />

—peces de la batalla: espadas— puede responder a un antiguo<br />

humour, a chascos de hiperbóreos hombrones. Así, en esa metáfora<br />

salvaje que he vuelto a destacar, los guerreros y la batalla<br />

se funden en un plano invisible, donde se agitan las espadas<br />

orgánicas y muerden y aborrecen. Esa imaginación figura también<br />

en la Saga de Njal, en una de cuyas páginas está escrito:<br />

Las espadas saltaron de las vainas, y hachas y lanzas volaron por<br />

el aire y pelearon. Las armas los persiguieron con tal ardor que<br />

debieron atajarse con los escudos, pero de nuevo muchos fueron<br />

heridos y un hombre murió en cada nave. Este signo se vio<br />

en las embarcaciones del apóstata Brodir, antes de la batalla<br />

que lo deshizo.<br />

En la noche 743 del Libro de las 1001 noches, leo esta admonición:<br />

No digamos que ha muerto el rey feliz que deja un<br />

heredero como éste: el comedido, el agraciado, el impar, el león<br />

desgarrador y la clara luna. El símil, contemporáneo por ventura<br />

de los germánicos, no vale mucho más, pero la raíz es distinta. El<br />

hombre asimilado a la luna, el hombre asimilado a la fiera, no<br />

son el resultado discutible de un proceso mental: son la correcta<br />

y momentánea verdad de dos intuiciones. Las kenningar se quedan<br />

en sofismas, en ejercicios embusteros y lánguidos. Aquí de cierta<br />

memorable excepción, aquí del verso que refleja el incendio<br />

de una ciudad, el fuego delicado y terrible:<br />

Arden los hombres; ahora se enfurece la Joya.<br />

Una vindicación final. El signo pierna del omóplato es raro,<br />

pero no es menos raro que el brazo del hombre. Concebirlo como<br />

una vana pierna que proyectan las sisas de los chalecos y que<br />

se deshilacha en cinco dedos de penosa largura, es intuir su<br />

rareza fundamental. Las kenningar nos dictan ese asombro, nos<br />

extrañan del mundo. Pueden motivar esa lúcida perplejidad que<br />

es el único honor de la metafísica, su remuneración y su fuente.<br />

Buenos Aires, 1933.<br />

POSDATA. Morris, el minucioso y fuerte poeta inglés, intercaló<br />

muchas kenningar en su última epopeya, Sigurd the Volsung.<br />

Trascribo algunas, ignoro si adaptadas o personales o de las dos.<br />

Llama de la guerra, la bandera; marea de la matanza, viento<br />

tales. Las alusiones a ese juego son numerosas. De un. capitán que se batió<br />

con demiedo frente a su dama, dice el historiador que cómo no iba a pelear<br />

bien ese potro si la yegua estaba mirándolo.

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