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Borges, Jorge Luis - Obras Completas - Literatura Argentina UNRN

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OTRAS INQUISICIONES •675<br />

antitéticos diálogos —razonamientos, creo que los llama el autorpecan<br />

de inverosímiles, pero no cabe duda dé que Cervantes conocía<br />

bien a Don Quijote y podía creer en él. Nuestra creencia<br />

en la creencia del novelista salva todas las negligencias y fallas.<br />

Qué importan hechos increíbles o torpes si nos consta que el<br />

autor los ha ideado, no. para sorprender nuestra buena fe, sino<br />

para definir a sus personajes. Qué importan los pueriles escándalos<br />

y los confusos crímenes de la supuesta Corte de" Dinamarca<br />

si creemos en el príncipe Hamlet. Hawthorne, en cambio, primero<br />

concebía una situación, o una serie de situaciones, y después<br />

elaboraba la gente que su plan requería. Ese método puede producir,<br />

o permitir, admirables cuentos, porque en ellos, en razón<br />

de su brevedad, la trama es más visible que los actores, pero no<br />

admirables novelas, donde la forma general (si la hay) sólo es<br />

visible al fin y donde un solo personaje mal inventado puede<br />

Contaminar de irrealidad a quienes lo acompañan. De las razones<br />

anteriores podría, de antemano, inferirse que los cuentos de Hawthorne<br />

valen más que las novelas de Hawthorne. Yo entiendo<br />

que así es. Los veinticuatro capítulos que componen La letra<br />

escarlata abundan en pasajes memorables, redactados en buena<br />

y sensible prosa, pero ninguno de ellos me ha conmovido como<br />

la singular historia de Wakefield que está en los Twice-Toid<br />

Tales. Hawthorne había leído en un diario, o simuló por fines<br />

literarios haber leído en un diario, el caso de un señor inglés<br />

que dejó a su mujer sin motivo alguno, se alojó a la vuelta de<br />

su casa, y ahí, sin que nadie lo sospechara, pasó oculto veinte<br />

años. Durante ese largo período, pasó todos los días frente a su<br />

casa o la miró desde la esquina, y muchas veces divisó a su mujer.<br />

Cuando lo habían dado por muerto, cuando hacía mucho tiempo<br />

que su mujer se había resignado a ser viuda, el hombre, un día,<br />

abrió la puerta de su casa y entró. Sencillamente, como si hubiera<br />

faltado unas horas. (Fue hasta el día de su muerte un<br />

esposo ejemplar.) Hawthorne leyó con inquietud el curioso caso<br />

y trató de entenderlo, de imaginarlo. Caviló sobre el tema; el<br />

cuento Wakefield es la historia conjetural de ese desterrado. Las<br />

interpretaciones del enigma pueden ser infinitas; veamos la de<br />

Hawthorne.<br />

Este imagina a Wakefield un hombre sosegado, tímidamente<br />

vanidoso, egoísta, propenso a misterio oueriles, a guardar secretos<br />

insignificantes; un hombre tibio de gran jjobreza imagi;<br />

nativa y mental, pero capaz de largas y ociosas e inconclusas y<br />

vagas meditaciones; un marido constante, defendido por la pereza.<br />

Wakefield, en el atardecer de una día de octubre, se despide de<br />

su mujer. Le ha dicho —no hay que olvidar que estamos a principios<br />

del siglo Xix— que va a tomar la diligencia y que regre-

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