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Borges, Jorge Luis - Obras Completas - Literatura Argentina UNRN

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HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA 313<br />

Los hombres cuidan su memoria. Físicamente, el pistolero convencional<br />

de los films es un remedo suyo, no del epiceno y fofo<br />

Capone. De Wolheim dicen que lo emplearon en Hollywood porque<br />

sus rasgos aludían directamente a los del deplorado Monk<br />

Eastman. . . Éste salía a recorrer su imperio forajido con una<br />

paloma de plumaje azul en el hombro, igual que un toro con<br />

un benteveo en el lomo.<br />

Hacia 1894 abundaban los salones de bailes públicos en la ciudad<br />

de Nueva York. Eastman fue el encargado en uno de ellos<br />

de mantener el orden. La leyenda refiere que el empresario no lo<br />

quiso atender y que Monk demostró su capacidad, demoliendo<br />

con fragor el par de gigantes que detentaban el empleo. Lo<br />

ejerció hasta 1899, temido y solo.<br />

Por cada pendenciero que serenaba, hacía con el cuchillo una<br />

marca en el brutal garrote. Cierta noche, una calva resplandeciente<br />

que se inclinaba sobre un bock de cerveza le llamó la atención,<br />

y la desmayó de un mazazo. "¡Me faltaba una marca para<br />

cincuenta!", exclamó después.<br />

EL MANDO<br />

Desde 1899 Eastman no era sólo famoso. Era caudillo electoral<br />

de una zona importante, y cobraba fuertes subsidios de las casas de<br />

farol colorado, de los garitos, de las pindongas callejeras y los<br />

ladrones de ese sórdido feudo. Los comités lo consultaban para<br />

organizar fechorías, y los particulares también. He aquí sus honorarios:<br />

15 dólares una oreja arrancada, 19 una pierna rota, 25<br />

un balazo en una pierna, 25 una puñalada, 100 el negocio entero.<br />

A veces, para no perder la costumbre, Eastman ejecutaba personalmente<br />

una comisión.<br />

Una cuestión de límites (sutil y malhumorada como las otras<br />

que posterga el derecho internacional) lo puso en frente de Paul<br />

Kelly, famoso capitán de otra banda. Balazos y entreveros de las<br />

patrullas habían determinado un confín. Eastman lo atravesó un<br />

amanecer y lo acometieron cinco hombres. Con esos brazos vertiginosos<br />

de mono y con la cachiporra hizo rodar a tres, pero le<br />

metieron dos balas en el abdomen y lo abandonaron por muerto.<br />

Eastman se sujetó la herida caliente con el pulgar y el índice y<br />

caminó con pasos de borracho hasta el hospital. La vida, la alta<br />

fiebre y la muerte se lo disputaron varias semanas, pero sus labios<br />

no se rebajaron a delatar a nadie. Cuando salió, la guerra era<br />

un hecho y floreció en continuos tiroteos hasta el diecinueve de<br />

agosto del novecientos tres.

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