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Nosotros en la luna - Alice Kellen

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GINGER

Ni siquiera sabía en qué estaba pensando cuando decidí que iba a besarlo.

Pero era una de las primeras veces que me había dejado llevar por un

impulso, por un tirón, por lo que de verdad deseaba. Y supe que, si volviese

atrás, lo haría de nuevo. A pesar de todo lo que inició ese beso en lo alto de

la noria, en medio de la noche. A pesar de lo que cambió. De lo que rompió.

De lo que nació en ese instante. Porque a veces algunos pequeños actos

están destinados a marcar toda una vida o suponen un desvío en el camino

que no estaba ahí segundos atrás. Ocurre, aunque ni siquiera seamos

conscientes de esos momentos.

Yo sí que lo supe entonces. Como también supe que dolería en cuanto

bajamos de la cápsula y vi su semblante, la tensión en su mandíbula y en

sus hombros. Como supe que aun así había valido la pena cazar ese

recuerdo. Porque hay certezas que son así, punzantes.

Avanzamos en silencio atravesando un parque cercano. La nieve caía

con más fuerza y había empezado a cuajar en el suelo, cubriéndolo con una

fina capa blanca que brillaba bajo la luz anaranjada de las farolas. Escuché

suspirar a Rhys mientras lo seguía.

—¿Puedes…, puedes parar de correr? —le pedí.

Porque eso era lo que hacía. Sus pisadas eran largas, rápidas, y me

costaba seguirle el ritmo. Él se giró. Contemplé su rostro envuelto entre las

sombras.

—Eso no tenía que pasar, Ginger. Lo siento.

—¿Por qué no? —Me acerqué más—. Rhys…

—Porque lo rompe todo.

—No es verdad. No lo rompe.

—No tengo nada que darte.

Me crucé de brazos. Lo miré dolida, enfadada.

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