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Nosotros en la luna - Alice Kellen

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Nos sirvieron la comida poco después. Dos platos de espaguetis a la

carbonara y agua, con la esperanza de que diluyese, o al menos lo intentase,

todo lo que había bebido la noche anterior, porque aún me dolía horrores la

cabeza.

—Joder. Creo que soy adicto a la pasta.

—Esa boca, Rhys. Y sí, siempre lo has sido con tu especial predilección

por los tallarines, los espaguetis o los fideos esos largos. Yo no les

encuentro tanta gracia, si te sigue interesando saber mi opinión. —Frunció

el ceño mientras masticaba.

—Recuerdo esa receta tuya con la salsa de gambas.

—No dejabas nada en el plato.

Sonreí. Ella también. Y de repente eso fue suficiente. Mientras

comíamos y nos poníamos al día, quedó atrás el año y pico de ausencia y de

llamadas esporádicas. Solo volvimos a ser una madre y un hijo charlando de

cualquier cosa, sin tensiones. Antes de aquella fatídica Navidad, habíamos

tenido una relación estrecha y me gustaba pasar tiempo con ella; salir a

comer, al supermercado o al cine. Recuerdo que me sorprendía al ver la

poca confianza que mis colegas tenían con sus padres, como si todos fuesen

extraños viviendo en una misma casa. Nosotros hablábamos en confianza.

Hasta que todo cambió y los secretos y las palabras punzantes arrastraron

lejos los buenos recuerdos.

—¿Adónde vas a ir ahora? —preguntó.

—Los Ángeles. Creo. Sí, iré allí.

—¿Cómo puedes no saberlo?

Me encogí de hombros, mirándola.

—Lo tengo más o menos claro.

No volví a contarle en qué consistía aquello, porque ella ya lo sabía.

Demasiados años. Demasiadas conversaciones. Demasiados reproches. A

veces ni siquiera podía explicarme a mí mismo por qué sentía esa extraña

satisfacción al llegar a un aeropuerto con lo más básico como equipaje y sin

un billete de avión de vuelta. El cosquilleo de no saber en qué vuelo

terminaría. Las horas de espera eternas entre cafés, libros, música y ver a la

gente ir de aquí para allá en un desfile continuo y adictivo.

Nos terminamos el postre que compartimos.

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