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Nosotros en la luna - Alice Kellen

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RHYS

La echaba tanto de menos que había noches en las que sentía que me

ahogaba dentro de aquel apartamento que habíamos compartido juntos. Y la

sensación seguía atenazándome la garganta cuando no podía más y salía al

balcón con una copa en la mano, porque entonces recordaba las horas que

habíamos pasado allí fuera mientras ella jugueteaba distraída con las hojas

púrpuras de la buganvilla que trepaba por la fachada. Su sombra me

perseguía si bajaba a dar un paseo a la playa y seguía hasta llegar al faro;

Ginger continuaba estando en cada rincón, hasta que me perdía entre un

montón de desconocidos y música.

Había días buenos, días en los que creía que iba dejando atrás el

recuerdo del roce de su cuerpo con el mío. Esa sensación cada vez más

lejana de despertarme en plena madrugada y sentir su peso a mi lado antes

de girar la cabeza y verla dormir con la boca abierta y los brazos estirados

como si no tuviese nada que esconderle al mundo.

Pero también había hueco para los días malos. Esos en los que

terminaba tirado en el sofá al volver de fiesta con una cerveza en la mano y

releyendo viejos correos intentando encontrar vete tú a saber qué. ¿Quizá

una pista? ¿Una señal? Porque a veces creía que nos estábamos

equivocando. En momentos así, pensaba que lo único sensato que podría

hacer en toda mi vida sería coger el siguiente avión e irme a buscarla a

Londres. Hasta que me preguntaba qué podía darle alguien como yo, tan

inestable, tan alejado de la idea de lo que ella deseaba…

Entonces terminaba levantándome a por otra cerveza.

O cualquier cosa que hubiese en la nevera.

Y bebía con la vista fija en la ventana.

Contemplaba una luna imposible.

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