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Nosotros en la luna - Alice Kellen

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Pero esa noche me sentía lejos de ella y también del resto del grupo de

amigos que tenía en aquella ciudad. Deseaba huir de Nueva York. Huir de

mí mismo.

Aunque por aquel entonces ya sabía que no se puede huir de la piel.

Cerré los ojos cuando volví a notar sus dedos acariciándome la nuca,

deslizándose con suavidad y haciéndome cosquillas. Me reí al ver que se

acercaba.

—Deberíamos despedirnos esta noche.

—Mañana tengo que madrugar —dije.

No me aparté cuando sus labios rozaron los míos. Fue casi un gesto

cariñoso, sencillo. Suspiré hondo al encontrarme con sus bonitos ojos

verdes.

—Lo de la otra noche me supo a poco.

—A mí también. —Había sido un polvo rápido, brusco, y después nos

habíamos quedado dormidos enseguida, casi sin hablar—. Pero seguro que

nos vemos en Los Ángeles. ¿No tienes que grabar nada allí pronto?

—Sí, el mes que viene.

Sarah era actriz y hacía anuncios de televisión de todo tipo de

productos: pasta dentífrica, comida precocinada, neumáticos o cremas

hidratantes. El noventa por ciento de los rodajes eran en Los Ángeles o

Nueva York, así que siempre estaba en una u otra ciudad.

—Me llamarás, ¿no? —Esbocé una sonrisa.

—Me lo pensaré, Rhys —contestó traviesa.

En ese momento noté una vibración en el bolsillo de los pantalones y

toda mi atención se concentró en eso. «Ginger». Seis letras que habían

pasado a formar parte de mi vida de la forma más imprevisible. Dejé la

copa en la mesa para poder cogerlo. Y sonreí como un idiota al ver que era

ella. El mensaje no tenía asunto. Contuve el aliento cuando lo abrí y vi una

foto.

Era Ginger. Estaba al lado de otra chica, con un vaso en la mano y los

ojos brillantes mirando a la cámara. La imagen era de baja calidad, pero me

fijé en cada detalle; en la camiseta negra y transparente que dejaba ver

debajo la sombra del sujetador, en el pelo alborotado, en que parecía feliz y

contenta y, joder, «arrebatadoramente sexy», sí.

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