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Nosotros en la luna - Alice Kellen

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Últimamente nos sentábamos juntas en casi todas las clases, así que

estaba al tanto de los e-mails que me mandaba con Rhys. Era una chica

agradable, de esas que siempre ven el vaso medio lleno y, además, no había

supuesto cómo era yo por lo que ya conocía de mí, sino que ambas

habíamos hecho el esfuerzo de empezar de cero, como si hasta ese año no

nos hubiésemos cruzado por los pasillos de la universidad docenas de

veces.

—¿Rhys? Bien. Está en Nueva York ahora.

—No me refería a eso, Ginger. ¿De verdad no te planteas decirle que

sientes algo por él? Habláis casi todos los días, terminará pasándote factura.

—No, es que no es exactamente así.

—¿Y cómo es, entonces? —cuestionó.

—Vale, sí, siento algo por él, pero de una forma diferente que no puedo

explicar. Nuestra relación es perfecta así, platónica, con nuestros e-mails y

cada uno en un lado del mundo. No sé. Es bonito. Es una de las cosas más

bonitas que tengo en mi vida y no pienso estropearla, porque, además, no

serviría de nada.

—¿Quién sabe? Quizá está dispuesto a dejar de dar vueltas por ahí y

quiera asentarse en Londres. En algún momento tendrá que hacerlo, ¿no?

Echar el freno.

—Tú no conoces a Rhys. —Sonreí y suspiré.

Yo empezaba a hacerlo, e-mail tras e-mail. Y todavía tenía la sensación

de que después de casi tres meses hablando a diario tan solo había visto la

punta de ese iceberg llamado Rhys. Pero daba igual. Porque me gustaba él,

de todas las maneras, con y sin problemas, con coraza y sin ella. Ni siquiera

podía explicarle a nadie lo que había entre nosotros, las ganas de

encontrarnos a través de la pantalla al caer la noche, la complicidad, lo fácil

que era hablar de todo, de cosas importantes o de tonterías; también de otras

más íntimas, esas que no acostumbraba a compartir. Aunque eso implicase

que no solo Kate, sino también mi hermana, pensasen que estaba

enamorada de él. Pero se equivocaban.

Tan solo estaba enamorada del chico que conocí en París. De un

recuerdo efímero. Porque ese chico no existía. Era apenas un trocito de

Rhys. Me lo repetía cada día cuando me cobijaba bajo las mantas y

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