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Nosotros en la luna - Alice Kellen

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movimiento constante de la gente, las voces que se escuchaban por

megafonía, las tiendas y cafeterías. Avancé de forma autómata siguiendo a

los demás hasta llegar a una de las pantallas gigantes en las que salían todos

los próximos vuelos programados.

Había varios a Los Ángeles. Uno a las siete. Otro a las doce. Uno de

madrugada. Deslicé la vista por las letras iluminadas. Y entonces lo vi.

«Londres», el vuelo salía dentro de cinco horas. Pensé en las probabilidades

que tenía de que quedase alguna plaza libre. Yo qué sé. Estaba perdiendo la

cabeza. Tenía que ser eso. Pero lo cierto era que tampoco tenía ningún

destino fijo, nadie esperándome en la zona de llegadas, ningún compromiso.

Volví a repasar todos los vuelos, todas las opciones. Durante unos

instantes de locura, imaginé lo divertido que sería aparecer en Londres al

día siguiente, acercarme a la residencia de Ginger, darle una sorpresa.

Seguro que gritaría como una jodida chiflada al verme. Quise convencerme

de que no sería algo tan raro; al fin y al cabo, hablábamos a diario, yo vivía

dando tumbos por el mundo y en ese momento me encontraba en medio de

la nada.

Y entonces lo decidí. A la mierda. Improvisaría.

Me puse en la cola de uno de los mostradores.

Me sonó el móvil. Lo saqué. Era un mensaje. Creo que nunca me había

latido el corazón tan rápido al leer un e-mail. Y tampoco había sentido

tantas cosas. Alegría y tristeza a la vez. Orgullo y frustración, todo

mezclado. Inspiré hondo. Mierda.

—¿Puedo ayudarle en algo? —me preguntó la chica.

—Sí, perdona. Un billete para el próximo vuelo a Los Ángeles.

—No tenemos ninguna plaza libre hasta mañana a las nueve.

—Bien. Ese servirá.

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