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Nosotros en la luna - Alice Kellen

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recordaba el tacto de las yemas de sus dedos recorriendo mi muñeca, la piel,

buscando el pulso, acariciándome. Aquellas horas juntos habían sido

especiales, y yo tenía el presentimiento de que ya no se repetirían y que

debía guardarlas a buen recaudo en mi memoria. Así que mimaba esos

momentos, los dejaba salir a ratos y les sacaba brillo, los saboreaba. Y me

preguntaba si él haría lo mismo alguna vez.

—Es esa casa de allí, la de las luces en el jardín.

—Madre mía, es enorme. ¿Cuánta gente hay?

—Más de la que pensaba. Quizá se haya propuesto invitar a media

universidad. Casi no hay sitio en la calle para aparcar. —Kate se rio bajito.

No recordaba la última vez que había salido y noté una sensación

burbujeante en la tripa cuando traspasamos el umbral de la puerta y

saludamos a un par de compañeros que conocíamos. Sonaba a todo

volumen una canción de The Killers y había gente por todas partes;

bailando, riendo, bebiendo, haciendo el tonto. Y, sin pensar, sonreí animada.

—Así me gusta. —Kate me rodeó los hombros con un brazo,

mirándome satisfecha—. Ya va siendo hora de que retomes tu vida, ¿no,

Ginger?

—Creo que sí. —Suspiré hondo.

Llevaba tres meses sin hacerlo, refugiándome en los estudios, en los e-

mails de Rhys y en la biblioteca de la universidad, a la que acudía en busca

de libros como si fuesen drogas, porque cualquier tipo de entretenimiento

era bienvenido. Y, mientras tanto, Dean había estado saliendo, divirtiéndose

y disfrutando. No era eso lo que me molestaba, sino la sensación de que me

había quedado atrás. Durante el tiempo que habíamos estado juntos, me

había centrado solo en él, lo había convertido en el eje sobre el que giraba

todo mi mundo, y al perderlo sentí que se desmoronaba el suelo por el que

estaba acostumbrada a caminar. Pero quizá eso fue lo más duro de todo: que

casi me doliese más perder lo que Dean sostenía que perderlo a él en sí

mismo. Y ahora me estaba encontrando…

—Vayamos a por algo de beber —propuse.

—Vale, mira, ese tío de ahí tiene un barril de cerveza. —Nos acercamos

hacia el grupo que lo rodeaba—. Perdona, ¿no te sobrarán dos vasos?

El chico alzó las cejas y sus amigos se rieron.

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