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Nosotros en la luna - Alice Kellen

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—¿Por qué juzgáis así a la gente? —Dona puso los ojos en blanco—.

Deberíais modernizaros un poco. A veces parece que sigáis en la Edad

Media.

—¡Eso no es cierto! Tu padre y yo estamos muy contentos con las dos.

Solo nos preocupa vuestra estabilidad. Mirad a Dean, tan centrado y tan

joven. ¿Qué tiene de malo tener las cosas claras? Si de verdad estás

decidida a casarte con Amanda, estupendo. Y en cuanto ti, Ginger, deja de

beber, tienes las mejillas coloradas.

—Intento anestesiarme —me excusé. Dona se rio.

Un rato después seguí intentándolo. Cuando la comida terminó,

empezaron los bailes y sirvieron los cócteles. Aproveché la ocasión para

probar unos cuantos con Dona, sentadas en otra mesa con gente más joven

que conocíamos del trabajo, riéndonos bajito cada vez que una de las dos

decía alguna tontería o que analizábamos los movimientos de baile de uno

de esos tíos lejanos que están destinados a dar la nota en las celebraciones

especiales. No sé el tiempo que pasó ni cuántas copas me había bebido

cuando de repente escuché mi nombre. Fruncí el ceño, tragué el sorbo que

acababa de dar y me giré.

—Ginger, creo que es tu turno —comentó la señora Wilson.

—¿Mi turno? —balbuceé un poco mareada.

—Tenías que leer un discurso —me recordó Dona.

«Mierda, mierda, mierda». No estaba para leer ningún discurso, pero,

ante el silencio de la sala, dejé la copa en la mesa, me levanté con toda la

dignidad de la que fui capaz y avancé como un pato mareado con tacones

hacia el centro. Al llegar delante del micrófono empecé a sudar. Saqué del

bolsito de mano un par de papeles arrugados. En teoría, era una nota

preciosa en la que hablaba de mi amistad con Dean desde que éramos

pequeños, de la bonita pareja que hacía con Stella y de lo orgullosa que

estaba de él. Pero en la práctica se había convertido en un montón de letras

desordenadas y borrosas. Así que volví a guardarlo.

—Bien, esto… Yo… —Carraspeé nerviosa—. Solo quería decir que

conozco a Dean desde que…, bueno, desde que nos hacíamos caca en los

pañales. Y pis. Eso también, claro. Somos humanos. —Oí algunas risas,

aunque no entendí por qué—. El caso es que crecimos juntos y luego

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