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Nosotros en la luna - Alice Kellen

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RHYS

Si aguanté hasta que el doctor vino a darme el alta fue porque todavía

estaba conmocionado al verla. Había pasado algo más de una hora y,

durante ese tiempo, llegué a dudar sobre si aquello era real o seguía

colocado y estaba soñando. Pero lo parecía. Lo parecía porque tenía el pelo

distinto, con unas mechas algo más claras en las puntas, y había algo en su

manera de tocarme, de apartarme el pelo de la frente…, que no podía ser

una fantasía.

Y luego estaba ese nombre. Leon.

Quizá fue lo que me hizo vestirme a toda prisa, coger mis cosas y firmar

el parte de alta lo más rápido que pude. Porque, aunque seguía

encontrándome como si me hubiese atropellado un camión, tenía tantas

ganas de verla de nuevo, de verlos, que bajé por la escalera para no tener

que esperar al ascensor. Cuando salí a la calle, el sol de principios de verano

centelleaba con fuerza en lo alto de un cielo azul sin nubes. Entrecerré los

ojos.

Los vi a lo lejos. Ginger estaba sentada en un banco, bajo la sombra de

un árbol, unos metros más allá. Me quedé clavado en el sitio durante unos

segundos, observando cómo el bebé que tenía en sus rodillas intentaba

tirarle del pelo antes de que ella atrapase sus diminutas manos, sonriendo.

Respiré hondo. Y avancé. Di un paso tras otro casi por inercia, incapaz de

apartar la mirada de aquella cabeza redondeada de pelo oscuro.

Ginger se levantó al verme llegar.

—Ya estás aquí —dijo nerviosa.

—Sí. —Miré al niño. Y él me miró a mí. Tenía los ojos castaños, las

pestañas largas y la piel tan blanca que temí que el sol de aquel día pudiese

hacerle daño. Sus labios esbozaron una sonrisa simpática cuando agitó la

mano intentando alcanzarme—. Hola, Leon.

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