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Nosotros en la luna - Alice Kellen

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GINGER

Hicimos la cena poco después de que acostase a Leon en la cama de la

habitación de invitados que pegamos a la pared. Algo sencillo, unos

tallarines con salsa de bote. Cuando insistí, Rhys me confesó entre risas que

era cierto, que apenas había usado aquella cocina.

—Es que todo esto… —Miré alrededor.

—¿Qué pasa? —Se sentó a la mesa.

—No te pega nada. No me gusta.

—Ya. —Suspiró y enrolló los tallarines.

No hablamos de nada importante mientras cenábamos, tan solo le conté

cosas sobre Leon; que empezaría la guardería pronto, que ya había dado sus

primeros pasos con un poco de ayuda, pero que seguía prefiriendo gatear y

arrastrarse por el suelo como una culebra, que adoraba por encima de todas

las cosas a mi hermana, Dona, y al peluche de elefante con el que siempre

dormía… Y Rhys escuchó y preguntó, y sonrió con los ojos brillantes.

No sé quién de los dos propuso salir al jardín un rato después de

terminar de cenar. Nos tumbamos sobre el césped húmedo, cerca de la

piscina, bajo un árbol alto de ramas retorcidas que parecía una mimosa.

Suspiré hondo. Rhys también lo hizo, con las manos tras la nuca, los ojos

clavados en el cielo oscuro, nuestros pies descalzos rozándose.

Se escuchaban los grillos a lo lejos. Cogí aire cuando entendí que, por

primera vez desde que nos habíamos visto en el hospital, el silencio ya no

era suficiente.

—¿Qué te ocurrió, Rhys?

—Yo… no lo sé… Lo siento.

Tragué saliva. Me armé de valor.

—¿Querías hacerlo? ¿Fue eso?

—No. No, joder, Ginger…

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