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Nosotros en la luna - Alice Kellen

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RHYS

Hay lugares que tienen una luz concreta. Lo pensé en cuanto aparqué

delante de la puerta de la casa en la que había crecido. El sol invernal no

lograba abrirse paso a través del cielo de Tennessee, y, al alzar la vista, tenía

que entrecerrar los ojos. Hacía frío. Un frío que conocía bien y que me

resultaba familiar al calarme los huesos. Avancé despacio por la acera que

rodeaba la propiedad. Tenía un nudo en la garganta. Dejé la mente en

blanco al llamar al timbre y también mientras mis pasos me conducían casi

de forma autómata hasta los escalones de la entrada. Mi madre abrió. Y

luego me inundó su olor dulzón, el tacto de sus brazos temblorosos

rodeándome con fuerza como si temiese que fuese a marcharme si me

soltaba. Su voz, susurrándome al oído que se alegraba tanto, tanto, tanto de

verme…

—Rhys… —Tembló un poco antes de apartarse para mirarme—. Estás

estupendo. Algo más delgado que la última vez. Pero estupendo, estupendo

—repitió, como si las palabras se le atascasen, y luego me instó a seguirla

hasta la cocina, que era inmensa, con los armarios blancos e impolutos, la

mesa en la que solíamos desayunar justo en medio, con un frutero encima y

un par de flores del jardín.

—Te veo bien —logré decir—. Estás guapa.

Mi madre esbozó una sonrisa trémula antes de darse la vuelta y echarle

un vistazo al horno, que emanaba un aroma delicioso. Me acerqué y miré a

través del cristal.

—¿Espaguetis? —pregunté sorprendido.

—Sí. El queso se está gratinando.

—¿Espaguetis para Navidad?

—Sé que te encantan. Pensé que te gustaría.

Parpadeé, un poco incómodo. También tenso.

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