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Nosotros en la luna - Alice Kellen

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porque, tras comentar con su jefa que era artista y que estaba intentando

abrirse paso, le dio la oportunidad de exponer algunas de sus obras en las

paredes del local, con la esperanza de que alguien quisiese comprarlas o se

interesase por ella.

De momento, no había tenido suerte. Y, como era de esperar, mis padres

estaban decepcionados por la situación, sobre todo ahora que Dona vivía en

un apartamento junto con otros seis jóvenes. Mamá había intentado que

entrase en razón y aceptase un puesto como recepcionista en la empresa

familiar o algo así, pero mi hermana se había negado. Yo admiraba eso de

ella. Que le diese igual no contentar a todo el mundo. Que hiciese siempre

lo que le viniese en gana. La abracé antes de que saliese y me dejase a

solas.

—¿Te quedarás a dormir aquí hoy? —pregunté.

—No, me iré después de cenar. —Me sonrió.

Luego, me senté en la cama y encendí el portátil.

No tenía ningún nuevo mensaje de Rhys.

Suspiré, alargué la mano y cogí su sudadera, esa que había dejado

apartada al deshacer la maleta. Era gris, con los puños y la capucha rojos.

No me la había puesto desde aquel día en el aeropuerto. Y, por supuesto, no

la había lavado. Ya no quedaba rastro de él cuando la olía (sí, lo hacía,

sobre todo durante las primeras semanas), pero me gustaba la idea de tener

algo de Rhys conmigo, como si eso me recordase que él era real, aunque

estuviese a miles y miles de kilómetros, al otro lado del mundo.

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