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El-Sutil-Arte-de-Que-Te-Importe-Un-Carajo-Un-Enfoque-Disruptivo-Para-Vivir-Una-Buena-Vida-PDFDrive

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—Claro —respondió Picasso—. Son 20 000 dólares.

La cabeza de la dama dio un latigazo hacia atrás como si el pintor le hubiera

lanzado un ladrillo. —¿Qué? Le tomó como dos minutos dibujar eso.

—No, señora —contestó Picasso—, me tomó casi 60 años dibujar eso.

Dicho lo anterior, introdujo la servilleta en su bolsillo y se alejó del café.

La mejora de cualquier habilidad se basa en miles de pequeños fracasos y la

magnitud de tu éxito se sustenta en el número de veces que fracasaste en algo. Si

alguien es mejor que tú en algo, entonces es probable que lo sea porque ha

fallado más veces que tú. Si alguien es peor que tú, entonces es probable que no

haya pasado por todas las experiencias dolorosas de aprendizaje que has pasado

tú.

Piensa en un niño pequeño que intenta aprender a caminar; el pequeño caerá

y se lastimará cientos de veces, pero en ningún momento se detendrá a pensar:

“Oh, supongo que caminar no es lo mío. No soy bueno para esto”.

Evitar el fracaso es algo que aprendemos más tarde en la vida. Estoy seguro

de que mucho de lo anterior proviene de nuestro sistema educativo, que juzga

con rigor con base en el desempeño y castiga a quienes no les va bien. Otra parte

de ese aprendizaje surge de padres déspotas o críticos que no les permiten a sus

hijos equivocarse lo suficiente y, en lugar de ello, los castigan por tratar algo

nuevo o que no pertenece al programa. Y luego tenemos a los medios masivos,

que constantemente nos exponen a éxitos estelares una y otra vez, mientras que

no nos muestran las miles de horas de práctica aburrida y tediosa que se

requirieron para alcanzar ese éxito.

En algún punto, muchos de nosotros nos encontramos en un lugar donde nos

da miedo el fracaso, donde instintivamente evitamos el fracaso y nos quedamos

sólo con lo que está frente a nosotros o en lo que somos de verdad buenos.

Eso nos confina y nos sofoca. Sólo podemos ser verdaderamente exitosos en

algo en lo que estamos dispuestos a fallar. Si no estamos dispuestos a fracasar,

entonces no estamos dispuestos a lograr el éxito.

Mucho de este miedo al fracaso proviene de haber elegido valores de basura.

Por ejemplo, si me mido por el estándar de “hacer que todos los que conozca se

parezcan a mí”, permaneceré ansioso, porque el fracaso está cien por ciento

definido por las acciones de otros, no por mis propias acciones. No poseo

control, por lo que mi valor personal está a merced del juicio de los demás.

Mientras que, si en vez de ello, adopto el parámetro Mejorar mi vida social,

puedo estar a la altura del valor de “buenas relaciones con los demás”,

independientemente de cómo la gente me responda. Mi autoestima radica en mis

propios comportamientos y mi felicidad.

Los valores mediocres, como vimos en el capítulo 4, incluyen metas

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