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segundo teléfono. Te puedes sentir ofendido y pisoteado en el trabajo para
justificar por qué no te dieron el ascenso, pero entonces eso causará que no
confíes en tus compañeros de labor y que dudes de todo lo que te digan (y de
cómo crees que te perciben), lo cual a su vez hará menos probable que te
asciendan. Puedes seguir tras esa persona especial con la que se “supone” que
debes estar, pero después de cada avance y retroceso, y cada noche de soledad,
empiezas a preguntarte más y más qué estás haciendo mal.
En esos momentos de inseguridad y de profunda desesperación nos
volvemos susceptibles a ese sentimiento insidioso de tener derecho a todo: creer
que nos merecemos hacer un poco de trampa para salirnos con la nuestra, que
otra gente merece ser castigada, que merecemos tomar lo que queremos, y a
veces con violencia.
Es la Ley de Retrocesión de nuevo: mientras más tratas de tener certeza
sobre algo, más dudoso e inseguro te sentirás.
Pero lo contrario es cierto de igual forma: mientras más te abras a sentirte
inseguro y no saber, más cómodo te sentirás al saber lo que no sabes.
La incertidumbre evita nuestros juicios sobre los demás, previene que
estereotipemos o sesguemos innecesariamente a alguien cuando lo vemos en
televisión, en la oficina o en la calle. La incertidumbre también evita que nos
juzguemos a nosotros mismos. Desconocemos si somos dignos de amor o no, si
no sabemos qué tan atractivos somos; no sabemos lo exitosos que
potencialmente podríamos ser. La única forma de alcanzar esas cosas es
mantenerse con la incertidumbre que generan y estar abiertos a encontrarlas a
través de la experiencia.
La incertidumbre es la raíz de todo el progreso y todo el crecimiento. Como
dice el viejo adagio: “El hombre que cree que sabe todo, no aprende nada”. No
podemos aprender algo si antes no desconocemos algo. Mientras más admitamos
que no sabemos, más oportunidades ganaremos para aprender.
Nuestros valores son imperfectos e incompletos, y asumir que son perfectos
y completos es situarnos en una mentalidad peligrosamente dogmática que sólo
derivará en sentirnos con derecho a todo y a evadir la responsabilidad. La única
manera de resolver nuestros problemas es admitir primero que nuestras acciones
y creencias hasta ese punto son equivocadas y no están funcionando.
Esta apertura a estar equivocado debe existir para que cualquier cambio real
o cualquier crecimiento se materialice.
Antes de que podamos analizar nuestros valores y nuestras prioridades, y
cambiarlos por unos mejores y más sanos, primero debemos perder la certeza de
nuestros valores actuales. Debemos arrancarlos intelectualmente, ver nuestras
fallas y sesgos, ver cómo no encajan mucho con el resto del mundo; debemos