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tangibles externas fuera de nuestro control. La persecución de dichas metas
causa mucha ansiedad e incluso si logramos alcanzarlas, nos dejan sintiendo
vacíos y sin vida, porque una vez que los has alcanzado, no hay más problemas
para resolver.
Los mejores valores, como ya comentamos, son aquellos orientados a
procesos. Algo como: “Expresarme honestamente con los demás”, un parámetro
para el valor de la “honestidad”, nunca está terminado por completo, es un
problema con el cual debemos comprometernos de manera permanente. Cada
nueva conversación, cada nueva relación trae retos y oportunidades para ser
honesto con los demás sobre uno mismo. El valor es un proceso de por vida, que
desafía la consecución.
Si tu parámetro para el valor “éxito bajo el estándar mundial” es “comprar
una casa y un auto fino” y dedicas 20 años a trabajar de día y de noche para
lograrlo, una vez que lo consigas, el criterio con el que calificaste ya no tiene
nada más qué ofrecerte. Entonces dile hola a tu crisis de la mediana edad, porque
el problema que le dio un sentido a tu vida adulta te ha sido arrebatado. Ya no
hay más oportunidades de seguir creciendo y mejorando y, sin embargo, es el
crecimiento lo que genera felicidad, no una larga lista de logros arbitrarios.
En ese sentido, las metas, como se definen de manera convencional —
graduarte de la universidad, comprar una casa en el lago, perder siete kilos—, se
constriñen a la cantidad de felicidad que pueden producir en nuestras vidas.
Pueden ser útiles cuando persigues beneficios rápidos a corto plazo, pero como
guías de tu trayectoria de vida, apestan.
Picasso se mantuvo prolífico durante toda su existencia. Vivió hasta los
noventa y tantos años y continuó produciendo arte hasta sus últimos días. Si su
parámetro hubiera sido “Ser famoso” o “Hacer toneladas de dinero en el mundo
del arte” o “Pintar mil pinturas”, en algún momento del camino se hubiera
estancado. Se habría abrumado por la ansiedad o habría dudado de sí mismo.
Probablemente no hubiera mejorado e innovado su arte en el modo como lo hizo
década tras década.
La razón del éxito de Picasso es exactamente la misma razón por la que, ya
de viejo, estaba feliz de hacer dibujos en una servilleta mientras tomaba, en
solitario, un café. Su valor subyacente era simple y humilde. Y era infinito. Era
el valor de “expresión honesta”. Y eso es lo que hacía que aquella servilleta
fuera tan valiosa.
El dolor es parte del proceso
En la década de los cincuenta, un psicólogo polaco de nombre Kazimierz
Dabrowksi estudió a los sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial para