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tan correcto que no puede ignorarlo y no puede parar.
A mediados de los noventa, el psicólogo Roy Baumeister comenzó a
investigar el concepto del mal. Básicamente, analizó a gente que hacía cosas
malas y las motivaciones que la orillaban a cometerlas.
En esa época se asumía que las personas hacían cosas malas porque se
sentían demasiado mal consigo mismas (es decir, tenían baja autoestima). Uno
de los primeros hallazgos de Baumeister fue que eso, a menudo, no era verdad.
De hecho, era lo opuesto. Algunos de los peores criminales se sentían
particularmente bien consigo mismos y era justamente ese concepto tan elevado
de sí —a pesar de la realidad de su entorno— lo que les daba ese sentido de
justificación para lastimar y faltarles al respeto a los demás.
Para que los individuos encuentren la justificación de dañar a otras personas,
deben sentir una certidumbre inquebrantable en su derecho a hacer de todo, en
sus propias creencias y en su mérito. Los racistas hacen cosas racistas porque
están seguros de su superioridad genética. Los fanáticos religiosos se vuelan en
pedazos y asesinan a decenas de personas porque están seguros de su propio
lugar en el cielo como mártires. Los hombres violan y abusan de las mujeres por
la certidumbre de que tienen derechos sobre los cuerpos femeninos.
La gente mala nunca cree que es mala; por el contrario, cree que todos los
demás son malos.
En unos controversiales experimentos, ahora simplemente conocidos como
los experimentos Milgrana —llamados así por el psicólogo Stanley Milgrana—,
los investigadores pidieron a personas “normales” que castigaran a otros
voluntarios por romper varias reglas. Y los castigaron, a veces escalando la
reprimenda hasta llegar al abuso físico. Casi ninguno de los castigadores se
opuso o pidió explicación. Por el contrario, muchos parecían disfrutar la
certidumbre de la superioridad moral que se les había otorgado en los
experimentos.
El problema aquí no es sólo que la certidumbre es inalcanzable, sino que la
búsqueda de la certidumbre a menudo genera más (y peor) inseguridad.
Mucha gente tiene una certidumbre inamovible en su habilidad para el
trabajo o en la cantidad del salario que deberían estar ganando. Pero esa
certidumbre las hace sentir peor, no mejor. Ven a los otros recibir ascensos y se
sienten ofendidos. Se asumen poco apreciados y poco reconocidos.
Incluso un comportamiento tan simple como ver de reojo los mensajes de
texto de tu novio o pedirle a un amigo que te cuente lo que los demás dicen de ti,
es originado por la inseguridad y ese doloroso deseo de estar seguro.
Puedes checar los mensajes de texto de tu pareja y no encontrar nada, pero
eso rara vez es lo último, entonces comenzarás a preguntarte si no tiene un