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Todo se desmorona

Sentado a las nueve de la mañana durante mi clase de biología, con la cabeza

entre las manos, miraba perdidamente el minutero del reloj; cada tic tac se

enlazaba a las explicaciones de la maestra sobre los cromosomas y la mitosis.

Como cualquier puberto de 13 años atrapado en una habitación mal ventilada y

con luz fluorescente, me hallaba aburrido.

Alguien llamó a la puerta. El señor Price, asistente del director de la escuela,

asomó la cabeza.

—Disculpen la interrupción . . . Mark, ¿puedes venir conmigo, por favor?

Ah, y trae tus cosas.

“Qué extraño —pensé—. A los estudiantes los envían con el director, pero el

director rara vez es enviado a los estudiantes”. Recogí mis útiles y salí del aula.

El corredor estaba vacío. Cientos de casilleros color beige convergen en el

horizonte.

—Mark, ¿puedes llevarme a tu casillero, por favor?

—Claro —dije, mientras camino a paso lento por el pasillo, con mis jeans

baggies, el cabello largo y mi camiseta de Pantera.

Llegamos a mi casillero.

—Ábrelo, si eres tan amable —solicita el señor Price, así que accedo—. Da

un paso hacia adelante y toma mi abrigo, mi maleta del gimnasio, mi

mochila . . . todo el contenido del casillero, salvo unos cuadernos y lápices —

empieza a caminar de nuevo—. Ven conmigo, por favor —dice, sin voltear a

verme. Un sentimiento incómodo me invade.

Lo sigo hasta su oficina, donde me pide que me siente. Cierra la puerta y le

pone seguro. Va hasta la ventana y ajusta las persianas para impedir la vista

desde adentro. Me empiezan a sudar las palmas de las manos. Ésta no es una

visita normal al director.

El señor Price se acomoda en su asiento y en silencio comienza a buscar

entre mis pertenencias; revisa bolsillos, abre cremalleras, sacude mi vestimenta

de gimnasio y la coloca sobre el suelo.

Sin voltear a verme, el señor Price pregunta:

—¿Sabes qué estoy buscando, Mark?

—No —contesté.

—Drogas.

La palabra me sorprende; me quedo atento y nervioso.

—¿D-d-drogas? —balbuceo—. ¿De qué tipo?

Me mira con severidad.

—No lo sé, ¿de qué tipo tienes? —me pregunta, mientras abre una de mis

carpetas y busca en los compartimentos de bolígrafos.

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