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Entonces regresaron sus espasmos musculares, tan dolorosos que no le
permitían caminar. Ya para ese momento, estaba demacrado y famélico por la
viruela, inmovilizado por su espalda adolorida, solo, y a la mitad de América del
Sur (el resto de la expedición había continuado sin él), sin una idea clara de
cómo regresar a casa, un viaje que le llevaría meses y probablemente lo mataría
de cualquier forma.
Pero de alguna manera logró regresar a Nueva Inglaterra, donde lo recibió su
(aún más) decepcionado padre. Para ese momento el joven ya no era tal, ya
rozaba los 30 años, seguía desempleado, fracasaba en todo lo que emprendía,
con un cuerpo que de modo rutinario lo traicionaba y no parecía que fuera a
mejorar. A pesar de las ventajas y oportunidades que tuvo en la vida, todo se
había desmoronado. Las únicas constantes en su existencia parecían ser el
sufrimiento y la desilusión. William cayó en una gran depresión y empezó a
considerar la idea de quitarse la vida.
Sin embargo, una noche, mientras leía unas conferencias del filósofo Charles
Pierce, James decidió realizar un pequeño experimento. En su diario escribió que
pasaría un año completo creyendo que era cien por ciento responsable de todo lo
que ocurriera en su vida, lo que fuera. Durante ese periodo, haría todo lo que
estuviera en su poder para cambiar sus circunstancias, sin importar la
probabilidad de fracasar. Si nada mejoraba en ese año, entonces sería obvio que
en verdad no tenía poder sobre las circunstancias a su alrededor y entonces se
quitaría la vida.
¿Qué pasó al final? William James consiguió convertirse en el padre de la
psicología estadounidense. Su trabajo ha sido traducido a todos los idiomas
habidos y por haber, y es reconocido como uno de los psicólogos-filósofosintelectuales
más influyentes de su generación. Regresó a Harvard como
profesor e impartió conferencias por Estados Unidos, Europa y el mundo. Se
casó y tuvo cinco hijos (uno de ellos, Henry, se convirtió en un famoso biógrafo
y ganó un premio Pulitzer). Años después, James se referiría a su pequeño
experimento como su “renacimiento” y a éste le daría el crédito de cada logro
sucesivo en su vida.
Hay un simple detalle del que se deriva toda mejora personal y todo
crecimiento: la comprensión de que somos, individualmente, responsables de
todo en nuestras vidas, sin importar las circunstancias externas.
No siempre controlamos lo que nos sucede, pero siempre controlamos cómo
interpretamos lo que nos sucede y cómo respondemos a ello.
Ya sea que lo reconozcamos de manera consciente o no, siempre somos
responsables de nuestras experiencias. Es imposible no serlo. Elegir no
interpretar conscientemente los eventos en nuestras vidas es una forma de