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mirar de frente nuestra propia ignorancia y admitirla, porque nuestra propia
ignorancia es mucho más grande que nosotros.
Ley manson de la evasión
Seguro has escuchado alguna forma de la Ley de Parkinson: “El trabajo se
expande para llenar el tiempo disponible para su realización”.
También sin duda has escuchado la Ley de Murphy: “Lo que puede salir mal,
saldrá mal”.
Bueno, la próxima vez que estés en una reunión muy sofisticada y quieras
impresionar a todos, prueba contarles sobre la Ley de Manson de la Evasión: “
Mientras más amenaza algo tu identidad, más lo evitarás”.
Lo anterior significa que mientras más amenaza algo cambiar cómo te
percibes, qué tan exitoso o fracasado te consideres, qué tan seguro te percibes de
estar a la altura de tus valores, más evitarás decidirte a hacerlo.
Hay una especie de confort que surge de saber cómo y dónde encajas en el
mundo. Cualquier cosa que sacuda ese confort —incluso si podría mejorar tu
vida de manera trascendente—, causa miedo inherentemente.
La Ley de Manson aplica tanto a las cosas buenas de la vida como a las
malas. Hacer un millón de dólares podría amenazar tu identidad tanto como
perder todo tu dinero; volverte una estrella de rock famosa podría amenazar tu
identidad tanto como perder tu trabajo. Por eso la gente le tiene tanto miedo al
éxito, por la misma razón por la que le temen al fracaso: porque amenaza la
percepción de quienes creen ser.
Evitas escribir el guion que siempre has soñado porque hacerlo te obligaría a
cuestionar tu identidad como ajustador de seguros. Evitas comentarle a tu esposo
que quisieras más aventura en el dormitorio porque esa conversación
cuestionaría tu identidad de mujer buena y moral. Evitas decirle a tu amigo que
ya no deseas volver a verlo porque terminar esa amistad pondría en conflicto tu
identidad como persona agradable y que sabe perdonar.
Éstas son oportunidades buenas e importantes que dejamos pasar porque
amenazan cambiar cómo nos percibimos y cómo nos sentimos respecto de
nosotros mismos. Amenazan los valores que hemos elegido y sobre los cuales
hemos aprendido a regirnos.
Tenía un amigo que hablaba sin cesar de vender su arte en línea y tratar de
convertirse en un artista profesional (o al menos semiprofesional). Platicó
durante años de su proyecto, ahorró el dinero, incluso desarrolló varios sitios
web y cargó su portafolios.