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El-Sutil-Arte-de-Que-Te-Importe-Un-Carajo-Un-Enfoque-Disruptivo-Para-Vivir-Una-Buena-Vida-PDFDrive

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Y ahí fue donde el río de lágrimas se desbordó. Los aullidos, los gritos y el

moco. Me orillé a un lado de la carretera, apreté el teléfono contra mi pecho y

lloré como lo hace un niño pequeño con su padre.

Ese verano caí en una profunda depresión. Alguna vez pensé estar

deprimido, pero eso representaba un nuevo nivel de sinsentido y tristeza, tan

profundo que me dolía físicamente. La gente iba y venía tratando de animarme y

yo sólo me sentaba y los dejaba expresar y hacer todas las cosas políticamente

correctas que creían que debían hacer; les daba las gracias y les agradecía la

amabilidad de su visita; fingía una sonrisa y les mentía diciendo que estaba

mejor, pero por dentro no sentía nada.

Soñé con Josh varias veces durante los meses siguientes. Sueños en los que

él y yo teníamos largas conversaciones sobre la vida y la muerte, así como de

cosas triviales y sin sentido. Hasta ese punto en mi vida había sido un joven

bastante típico de clase media que consumía marihuana: flojo, irresponsable,

socialmente ansioso y profundamente inseguro. Josh, de muchas maneras, había

sido alguien a quien yo admiraba. Él era mayor, más confiado, más

experimentado y más abierto al mundo que lo rodeaba. En uno de mis últimos

sueños con Josh, estaba sentado en un jacuzzi con él (sí, ya lo sé, suena raro) y

dije algo como: “Realmente siento que hayas muerto”. Él sólo rio. No recuerdo

cuáles fueron sus palabras exactas, pero señaló algo como: “¿Por qué te importa

que yo esté muerto si tú sigues temiendo tanto a la vida?” Me desperté llorando.

Estaba sentado en el sofá de mi mamá ese verano, mirando hacia el infinito,

perdido en la interminable e incomprensible nada donde la amistad de Josh

alguna vez había estado, cuando llegué a la conclusión de que si en verdad no

hay razón para hacer nada, entonces tampoco no hay razón de no hacer nada;

que al enfrentar la inevitabilidad de la muerte, no hay ninguna razón para sentir

miedo o vergüenza, si de todas maneras es un montón de nada; y que pasar la

mayoría de mi corta vida evitando lo que era doloroso o incómodo, también

había estado evitando sentirme vivo.

Ese verano dejé la marihuana, los cigarros y los videojuegos. Dejé también

mis fantasías de estrella de rock, me salí de la escuela de música y me enrolé en

verdaderas asignaturas universitarias. Empecé a ir al gimnasio y perdí bastante

peso. Hice nuevos amigos. Tuve mi primera novia. Por primera vez en mi vida

realmente estudié para mis clases; descubrí con asombro que podía obtener

buenas calificaciones si me comprometía con ello. El siguiente verano me

propuse leer 50 libros serios en igual número de días y lo logré. Doce meses

después me inscribí en una excelente universidad al otro lado del país donde por

primera vez obtuve la excelencia, tanto académica como socialmente.

La muerte de Josh marcó el punto más claro de antes/después que puedo

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