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estresantes de nuestras vidas terminan siendo, también, de los más formativos y
motivadores. Algunas de las mejores y más gratificantes experiencias de
nuestras vidas también son de las más distractoras y desmotivantes. No confíes
en tu concepción de las experiencias positivas/negativas. Lo único que sabemos
con certeza es si algo duele o no en ese momento. Y eso no vale mucho.
Así como miramos con horror la vida de la gente hace 500 años, me imagino
a las personas que dentro de otros 500 años se reirán de nosotros y de nuestras
certezas actuales. Se reirán sobre cómo permitimos que el dinero y nuestro
trabajo definan nuestras vidas. Se reirán del miedo que nos da mostrar aprecio a
quienes más nos importan, pero apilamos alabanza sobre alabanza en las figuras
públicas que no merecen nada. Se reirán de nuestros rituales y supersticiones, de
nuestras preocupaciones y nuestras guerras; se quedarán azorados de nuestra
crueldad. Ellos entenderán verdades sobre nosotros de las que nosotros aún no
somos conscientes.
Y ellos, también, estarán equivocados. Simplemente menos equivocados de
lo que nosotros estábamos.
Arquitectos de nuestras propias creencias
Prueba esto: escoge una persona al azar y condúcela a una habitación donde
haya botones qué presionar, dile que si hace algo específico —algo indefinido
que él o ella tendrán que averiguar—, una luz destellará, indicando que ha
ganado un punto. Dile que el objetivo es ver cuántos puntos puede ganar en un
lapso de 30 minutos.
Cuando los psicólogos han aplicado este ejercicio, lo que sucede es lo que
esperarías. La gente se sienta y comienza a oprimir los botones al azar hasta que
la luz destella para confirmar que han ganado un punto. Lógicamente intentarán
repetir lo que hicieron para alcanzar mayor puntuación. Excepto que ahora la luz
no destella. Así que empiezan a experimentar con secuencias más complicadas
—presiono este botón tres veces, luego éste sólo una, espero cinco segundos y
¡ding! Otro punto—. Pero, eventualmente, eso deja de funcionar. Quizá no tiene
que ver con los botones, pensarán. Quizá tiene que ver con cómo estoy sentado.
O lo que estoy tocando. Quizá tiene que ver con mis pies. ¡Ding! Otro punto. Sí,
quizás es la posición de mis pies y luego, si presiono otro botón . . . ¡Ding!
Por lo general, entre los primeros 10 o 15 minutos, cada persona ha
averiguado la secuencia específica de conductas requeridas para ganar más
puntos. Con frecuencia es algo raro como pararse en un pie o memorizar una
larga secuencia de botones en un tiempo específico mientras miran hacia una
determinada dirección.
Pero ésta es la parte divertida: los puntos se otorgan de manera aleatoria. No