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Capítulo

3

Tú no eres especial

Alguna vez conocí a un tipo, lo llamaremos Jimmy.

Jimmy siempre andaba con varios negocios al mismo tiempo. En un día

cualquiera, si le preguntabas qué estaba haciendo, te recitaba de un jalón el

nombre de una firma a la que le realizaba una consultoría, te describía una

aplicación móvil de medicina para la que buscaba inversionistas, te platicaba

acerca de un evento de caridad en el que sería invitado para dar el discurso de

cierre o la idea que tenía para un tipo de bomba de gas más eficiente que le haría

ganar millones. El hombre siempre andaba por todos lados y si le dabas un ápice

de tu atención, te pulverizaba contándote lo increíble que era su negocio, lo

brillantes que resultaban sus ideas y dejaría caer tantos nombres de gente famosa

que te sentirías como si estuvieras hablando con un reportero de espectáculos.

Jimmy era positivo todo el tiempo. Siempre empujando hacia adelante,

siempre trabajando un nuevo ángulo; un tipo ambicioso.

El problema era que Jimmy también era un holgazán: mucha plática y cero

acción. Drogado la mayoría del tiempo y gastando tanto dinero en bares y

restaurantes finos como en sus “ideas de negocio”, era una sanguijuela

profesional, vivía de los recursos monetarios bien ganados de su familia y de

gente que conocía en la ciudad, a la que mareaba con falsas ideas de la

tecnología del futuro. Claro, a veces le ponía un poco de esfuerzo o tomaba el

teléfono y llamaba a alguien importante; dejaba caer nombres hasta que se le

acababan, pero en realidad nunca le fructificaba nada. Ninguno de esos

“negocios” floreció jamás.

Sin embargo, el tipo mantuvo esta forma de vida hasta casi cumplir 30 años;

lo mantenían sus novias y buscaba dinero entre parientes cada vez más lejanos.

Y la parte más bizarra de todo es que Jimmy se sentía bien haciendo eso. Tenía

una confianza en sí mismo que rayaba en el delirio. La gente que se reía de él o

le colgaba el teléfono estaba — en su opinión— “perdiéndose la oportunidad de

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