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lanzado de inmediato a la responsabilidad en una situación de vida o muerte. ¿Te
defiendes? ¿Entras en pánico? ¿Lo reportas a la policía? ¿Tratas de olvidarlo y
finges que nunca sucedió? Éstas son todas las opciones y reacciones de las que
eres responsable de asumir o desechar. Tú no escogiste el asalto, pero aún es tu
responsabilidad manejar las consecuencias emocionales, psicológicas (y legales)
de la experiencia.
En 2008, los talibanes tomaron el control de Swat Valley, una parte remota
en el noreste de Pakistán, donde rápidamente implementaron su agenda
extremista islámica. Cero televisión. Cero películas. Cero mujeres fuera de su
casa sin un acompañante varón. Cero niñas en las escuelas.
Para 2009, una niña pakistaní de 11 años, llamada Malala Yousafzai, empezó
a manifestar su desacuerdo con la prohibición de la educación escolar para el
sexo femenino. Ella continuó asistiendo a su escuela local, poniendo en peligro
su vida y la de su papá; también atendía conferencias en ciudades cercanas.
Malala escribió en línea: “¿Cómo se atreven los talibanes a quitarme mi derecho
a la educación?”
Un día, en 2012, a la edad de 14 años, recibió un tiro en la cara mientras
viajaba en el autobús que la trasladaba a su casa después de asistir a la escuela.
Un soldado talibán enmascarado y armado con un rifle se trepó al vehículo y
preguntó: “¿Quién es Malala? Díganme o les dispararé a todos aquí”. Malala se
identificó (una elección asombrosa en sí misma y de sí misma) y el hombre le
disparó en la cara frente a los demás pasajeros.
Malala entró en coma y estuvo a punto de perder la vida. Los talibanes
declararon públicamente que si de alguna forma sobrevivía al atentado, además
de ella ahora matarían a su padre.
En la actualidad, Malala aún vive. Aún habla de la violencia y la opresión en
contra de las mujeres en los países musulmanes, sólo que ahora lo hace como
una autora bestseller. En 2014 recibió el Premio Nobel de la Paz por sus
esfuerzos. Parece que haber recibido un balazo en el rostro sólo le proveyó una
audiencia más grande y más valentía que antes. Podría haber sido fácil para ella
mentir y decir “No puedo hacer nada” o “No tengo opción”. Eso, irónicamente,
también hubiera sido su elección. Pero eligió lo opuesto.
Hace unos años, escribí en mi blog algunas ideas de este capítulo y un
hombre dejó un comentario. Dijo que yo era superficial; añadió que no tenía una
comprensión real de los problemas de la vida o de la responsabilidad humana.
Señaló que su hijo recientemente había muerto en un accidente automovilístico.
Me acusó de no saber lo que es el dolor verdadero y dijo que yo era un cabrón
por sugerir que él era responsable del dolor que sentía por el fallecimiento de su
vástago.