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Cuando situaciones “en verdad traumáticas” suceden en nuestras vidas,
empezamos a sentir inconscientemente que tenemos problemas que nunca
seremos capaces de resolver. Y esta inhabilidad asumida para solucionar tus
dificultades causa que nos asumamos miserables e indefensos.
Lo anterior también propicia que suceda algo más. Si tenemos problemas que
no se pueden resolver, nuestro inconsciente cree que somos ya sea singularmente
especiales o que somos singularmente defectuosos; que no nos parecemos a
nadie y que las reglas aplican diferente para nosotros.
En otras palabras, nos creemos con derecho a todo.
El dolor de mi adolescencia me condujo a sentirme con derecho a todo,
situación que perduró hasta mis primeros años de adulto. Mientras la creencia de
Jimmy de sentirse con derecho a todo se daba en el campo de los negocios —
donde él jugaba a ser un emprendedor exitoso—, yo me sentía con derecho a
todo en mis relaciones, particularmente con las mujeres. Mi trauma estaba
relacionado con la intimidad y la aceptación, así que experimentaba una
constante necesidad de sobrecompensar, de probarme a mí mismo que era amado
y aceptado todo el tiempo. Como resultado de lo anterior, pronto me hallaba
persiguiendo a las mujeres de la misma manera que un adicto se le arrojaría a un
hombre de nieve hecho de cocaína: les hacía el amor con dulzura y luego
rápidamente me asfixiaba en él.
Me convertí en un jugador, inmaduro, egoísta y —sólo algunas veces—
encantador. Así inicié una larga serie de relaciones superficiales y enfermizas
durante casi una década.
No era tanto el sexo lo que me impulsaba, aunque el sexo resultaba divertido.
Era el sentido de validación. Era deseado, era amado y, por primera vez desde
que podría recordar, valía algo. Mi necesidad de validación rápidamente dio pie
a un hábito mental de autoengrandecimiento y sobreindulgencia. Me sentía con
derecho de hacer o decir lo que quisiera, de romper la confianza de la gente, de
ignorar sus sentimientos y luego justificarme con disculpas malas y poco
sinceras.
A pesar de que ese periodo ciertamente tuvo sus momentos de diversión,
emoción, y de que conocí a mujeres fantásticas, mi vida era más bien un desastre
total. A menudo no tenía trabajo, vivía en las salas de mis amigos o con mi
mamá, bebía más de lo que debía, evitaba a mis amigos, y cuando conocía una
mujer que de verdad me gustaba, mi egoísmo pronto echaba todo a perder.
A más profundo el dolor, más indefensos nos sentimos frente a nuestros
problemas, y para compensar ese dolor nos creemos con más derecho a todo.
Este sentimiento se da en alguna de dos formas: