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una vida en pareja con otra mujer —sobreviviente de incesto, que al parecer es la
única persona que la comprende y la ama—, después de múltiples relaciones
fallidas con hombres. Ah, y recostada en un sillón, llorando cada tercer día, con
un terapeuta que le exige una y otra vez que recuerde algo que ella no es capaz
de evocar. Voila, ahí está la receta perfecta para un recuerdo de abuso sexual que
nunca sucedió.
La principal prioridad de nuestra mente es procesar las experiencias para
interpretarlas de una forma en la que se adhieran a todas nuestras acciones,
sentimientos y creencias previos. Sin embargo, a veces nos encontramos con
situaciones en la vida en las que el pasado y el presente no son coherentes: en
esas ocasiones, lo que experimentamos en ese preciso momento no se parece a
nada de lo que hemos aceptado como verdadero o razonable en el pasado. En un
esfuerzo por alcanzar una lógica, nuestra mente —a veces y en casos como ese
— inventa recuerdos falsos. Al vincular nuestras experiencias presentes con ese
pasado imaginario, nuestra mente nos permite mantener el significado que ya
teníamos establecido.
Como se acotó con anterioridad, la historia de Meredith no es única. De
hecho, entre las décadas de 1980 y los inicios de 1990, cientos de personas
inocentes fueron acusadas injustamente de violencia sexual bajo circunstancias
similares. Muchas terminaron en la cárcel por ello.
A la gente insatisfecha con sus vidas, inconsciente, estas explicaciones
sugeridas, combinadas con sensacionalismo —parecía que reinaba una verdadera
epidemia de abuso sexual y violencia satánica y tú podías ser una víctima más—,
les daba el incentivo de salirse por la tangente y explicar su sufrimiento actual;
les permitía convertirse en víctimas y evadir la responsabilidad. La terapia de
memoria reprimida actuaba, entonces, como un medio para extraer esos deseos
inconscientes y ponerlos en una forma aparentemente tangible, como recuerdos.
Este proceso y el estado mental que causaba se hizo tan común, que se acuñó
un nuevo nombre: síndrome de la falsa memoria, el cual cambió el modo en que
los juicios operan. Miles de terapeutas resultaron demandados y perdieron sus
licencias para ejercer. La terapia de memoria reprimida fue cayendo en desuso y
se reemplazó por métodos más prácticos. Los estudios recientes sólo han
reforzado la dolorosa lección de esa etapa: nuestras creencias son maleables, y
nuestras memorias no son fidedignas, para nada.
Hay mucha sabiduría convencional allá afuera que te dice “confía en ti
mismo” o “sigue tu intuición”, junto con otra buena cantidad de clichés que
suenan bonito.
Pero quizá la respuesta es confiar menos en ti. Después de todo, si nuestros
corazones y nuestras mentes son tan poco confiables, quizá deberíamos estar