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El-Sutil-Arte-de-Que-Te-Importe-Un-Carajo-Un-Enfoque-Disruptivo-Para-Vivir-Una-Buena-Vida-PDFDrive

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El sudor empieza a emanar como hongos en época de lluvias; sudo

profusamente de las manos, ahora los brazos y hasta el cuello. Las sienes me

pulsan conforme la sangre se agolpa en mi cerebro y mi cara. Como cualquier

puberto de 13 años recientemente acusado de poseer narcóticos y llevarlos a la

escuela, quiero huir y esconderme.

—No sé de qué habla —protesto, aunque mis palabras suenan mucho más

débiles de lo que quisiera.

Siento que debo sonar confiado de mí mismo. O quizá no. Quizá debería

sonar espantado. ¿Los mentirosos suenan más espantados o más confiados?

Porque como sea que suenen, quiero sonar a lo opuesto. En vez de ello, mi falta

de confianza destila falta de confianza por sonar tan falto de confianza; me hace

sentir con menos confianza. ¡Ah!, el Maldito círculo vicioso del sobreanálisis.

—Eso ya lo veremos —dice, y dirige su atención hacia mi mochila, la cual,

en apariencia, posee 100 bolsillos. Cada uno de ellos está lleno con su propio

conjunto de tonterías de adolescente: plumas de colores, pedazos de papel con

notas que nos pasamos en clase, discos compactos de los noventa con sus

estuches quebrados, marcadores secos, un cuadernillo de dibujo con la mitad de

las hojas arrancadas, polvo, pelusa y porquería acumulada durante mi

exasperante y tortuosa existencia preparatoriana.

Debo estar produciendo sudor a la velocidad de la luz porque el tiempo se

extiende y se demora de tal forma que lo que son meros segundos en las 9:00

horas del reloj de la clase de biología ahora se sienten como eones paleolíticos y

estoy creciendo y muriendo a cada minuto. Sólo estamos el señor Prince, mi

mochila —que parece no tener fondo— y yo.

En algún punto cerca del periodo mesolítico, Price termina de registrar mis

pertenencias. Sin haber encontrado nada, se le nota nervioso. Voltea la mochila y

deja caer toda mi porquería contra el suelo. Ahora suda tan profusamente como

yo, excepto que, en lugar de mi terror, está su ira.

—Así que no traes drogas hoy, ¿eh? —trata de escucharse casual.

—Negativo —contesto con el mismo tono.

Entonces extiende todas mis cosas, separa cada artículo y los apila junto a mi

uniforme de deportes. Mi abrigo y mi mochila ahora yacen vacíos y sin vida en

su regazo. Suspira y se le queda viendo a la pared. Como cualquier puberto de

13 años encerrado en una oficina con un hombre que lanza airadamente todos

sus útiles al piso, quiero llorar.

El señor Price escanea los contenidos organizados en la superficie del suelo.

Nada ilícito o ilegal, cero narcóticos, incluso nada que vaya contra las políticas

de la escuela. Suspira y deja caer el abrigo y la mochila también al piso. Se

agacha y pone los codos sobre las rodillas, para encontrarse cara a cara conmigo.

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