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El-Sutil-Arte-de-Que-Te-Importe-Un-Carajo-Un-Enfoque-Disruptivo-Para-Vivir-Una-Buena-Vida-PDFDrive

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que siente que tiene el derecho a algo sin sacrificarse por ello. Las personas se

declaran expertas, entrepreneurs, inventoras, innovadoras, inconformistas y

entrenadoras sin ninguna experiencia en la vida real. Y lo hacen no porque crean

de verdad que son mejores que cualquier otra, lo hacen porque sienten que

necesitan ser mejores para ser aceptadas en un mundo que solamente difunde lo

extraordinario.

La cultura de hoy confunde gran atención con gran éxito; asume que ambos

conceptos son lo mismo. Pero no lo son.

Tú eres grandioso. Ya lo eres. Aunque te des cuenta o no. Aunque los demás

se den cuenta o no. Y no es porque lanzaste una aplicación para iPhone o

terminaste un año antes la universidad o te compraste un yate increíble. Estas

cosas no definen la grandeza.

Tú ya eres grandioso porque, ante una confusión interminable y la muerte

inminente, continúas eligiendo a qué darle importancia y qué debe valerte un

carajo. Este simple hecho, esta simple elección de tus propios valores en la vida,

ya te convierte en alguien hermoso, ya te convierte en alguien exitoso y ya te

hace un ser amado. Incluso si tú no te das cuenta. Incluso si estás durmiendo en

una alcantarilla y te mueres de hambre.

Tú también vas a morir y será porque, también, fuiste lo suficientemente

afortunado como para haber vivido. Puede que no lo sientas, pero ve y párate en

un acantilado alguna vez y quizá lo percibas.

Bukowski alguna vez escribió: “Todos vamos a morir, todos nosotros. ¡Qué

circo! Debería bastar con eso para amarnos los unos a los otros, pero no es así.

Nos aterrorizan y aplastan las trivialidades de la vida; nos devora la nada”.

Al evocar en retrospectiva aquella noche en el lago, cuando vi cómo los

paramédicos sacaban del lago el cuerpo de mi amigo Josh, recuerdo haber fijado

la vista en la negra noche tejana y mirar mi ego disolverse en ella. La muerte de

Josh me enseñó mucho más de lo que inicialmente creí. Sí, me ayudó a

aprovechar el día, a asumir la responsabilidad por mis elecciones y a perseguir

mis sueños con menos vergüenza e inhibición.

Pero esos fueron los efectos secundarios de una lección mucho más

profunda, más primaria. Y la lección primaria es ésta: no hay nada qué temer.

Nunca. Y recordarme repetidamente mi mortalidad, a través de los años —ya sea

a través de la meditación, de leer filosofía o de hacer cosas locas como pararte en

el punto más alto de un acantilado en Sudáfrica—, es lo único que me ha

ayudado a mantener esta consciencia en el punto focal de mi mente. Esta

aceptación de mi muerte, esta comprensión de mi propia fragilidad ha hecho

todo más fácil —desarraigar mis adiciones, identificar y enfrentar el sentirme

con derecho a todo, asumir la responsabilidad de mis propios problemas; sufrir

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