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una persona muy espiritual, se interesó —y empezó a creer— en la curación a
través de la energía, los ángeles, la conciencia universal y las cartas del tarot.
También creía que se había convertido en sanadora y empática, y que podía ver
el futuro. Y por alguna razón, después de conocerme, decidió que ella y yo
estábamos destinados a salvar el mundo juntos. A “curar la muerte”, como
afirmaba ella.
Después de bloquearla, empezó a crear nuevas direcciones de correo
electrónico, a veces mandándome más de una docena de mensajes iracundos en
un solo día. Creó cuentas falsas de Facebook y Twitter, que usaba para acosarme
a mí y a mi gente cercana. Creó un sitio web idéntico al mío y escribió decenas
de artículos en los que afirmaba que yo era su ex novio, que le había mentido y
la había engañado; que prometí casarme con ella y que nos pertenecíamos el uno
al otro. Cuando la contacté para que cancelara la página electrónica, dijo que
sólo lo haría si yo volaba hasta California para estar con ella. Así era su idea del
compromiso.
Y durante todo este tiempo, su justificación siempre fue la misma: estaba
destinado a vivir con ella; que Dios lo había predispuesto así, que a ella
literalmente la despertaban las voces de los ángeles a la mitad de la noche
anunciándole que “nuestra relación especial” sería el presagio de una nueva era
de paz permanente en la Tierra (sí, en verdad me dijo eso).
Para cuando estábamos sentados en el restaurante de sushi juntos, habían
pasado cientos de correos. Si respondía o no, si contestaba respetuosamente o de
manera iracunda, nada cambiaba nunca. Su mente nunca cambiaba, sus creencias
nunca cedían. Esto llevaba siete años sucediendo (y seguía).
Así que ahí estábamos, en ese pequeño local de sushi, Erin bebiendo sake
como albañil y parloteando durante horas sobre cómo había curado las piedras
renales de su gato con pura energía, cuando se me ocurrió algo:
Erin es adicta a la mejora personal. Gasta cientos de miles de dólares en
libros, seminarios y cursos; y lo más loco es que encarna todas las lecciones que
ha aprendido, a pie juntillas. Ella es su propio sueño y se mantiene perseverando
en él. Se visualiza, toma acción y capotea los rechazos y fracasos para levantarse
e intentarlo de nuevo. Es implacablemente positiva. Se tiene a sí misma en un
concepto muy elevado. Es más, afirma que puede curar gatos de la misma
manera que Jesús curó a Lázaro (¿qué carajos le pasa?).
Sin embargo, sus valores están tan jodidos que nada de esto importa. El
hecho de que ella haga algo “bien” no lo convierte en “bueno o correcto”.
Hay una certidumbre en ella que se rehúsa a renunciar a sí misma. Ella me lo
ha dicho: sabe que su obsesión es completamente irracional y enfermiza; es
consciente de que nos hace infelices a ambos. Pero por alguna razón, le parece