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de que podamos procesar las inmensas olas de información que nos rodean
constantemente. Entonces, los únicos ceros y unos que logran romper la barrera
y captar nuestra atención son las piezas de información de verdad excepcionales,
aquellas en el percentil 99.999.
Todo el día, cada día, somos inundados con lo realmente extraordinario. Lo
mejor de lo mejor. Lo peor de lo peor. Lo más impactante de las capacidades
físicas. Las bromas más hilarantes. Las noticias más trascendentes. Las
amenazas más aterradoras. Sin parar.
Nuestras vidas hoy están llenas de la información de los extremos de la
experiencia humana, porque en el negocio de los medios eso logra que abras los
ojos con sorpresa y atrae los dólares. Ésa es la verdad última; sin embargo, la
vasta mayoría de la vida reside en el monótono medio. La vasta mayoría de la
vida no es extraordinaria; de hecho, es bastante promedio.
Dicha marea de información extrema nos ha condicionado a creer que el
excepcionalismo es el nuevo estado “normal”, y debido a que casi todo el tiempo
todos somos demasiado promedio, el diluvio de información excepcional nos
hace sentir muy inseguros y desesperados, porque claramente no estamos siendo
lo suficientemente buenos. Así que sentimos más y más la necesidad de
compensar a través de creernos con derecho a todo, y por medio de las
adicciones. Le hacemos frente a esa situación de la única manera en que
sabemos hacerlo: ya sea a través de autoengrandecernos o engrandeciendo a los
demás.
Algunos de nosotros la confrontamos cocinando planes acerca de “cómo
hacerse rico fácilmente”. Otros lo hacen volando por el mundo para salvar bebés
famélicos en África. Unos más lo hacen al procurar ser los mejores en la escuela
y ganar todos los premios; otros, al abandonar los estudios. Y algunos más,
intentando tener sexo con cualquier cosa que hable y respire.
Esto se relaciona con la creciente cultura del derecho a todo de la que
hablaba con anterioridad. Por lo general, los llamados millenials son culpados
por este cambio cultural, pero es probable que ellos constituyan la generación
más conectada y visible. De hecho, la tendencia a sentirse con derecho a todo
recorre a toda la sociedad y creo que está ligada al excepcionalismo generado
por los medios masivos.
El problema es que la penetración de la tecnología y la mercadotecnia
masiva están echando a perder las expectativas de las personas. Dicha
inundación de lo excepcional propicia que la gente se sienta peor sobre sí
misma; sentir que necesitan ser más extremos, más radicales y más confiados
para ser reconocidos o incluso tener valía.
Cuando era joven, mis inseguridades respecto de la intimidad fueron