30.04.2013 Views

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Flor<strong>en</strong>tino Ariza subiera hasta donde él se lo había propuesto sin calcular muy bi<strong>en</strong> su<br />

propia fuerza. Ella lo hubiera hecho de todos modos, desde luego, por una indomable<br />

vocación de poder, pero la verdad fue que lo hizo a conci<strong>en</strong>cia por pura gratitud. Era tal<br />

su determinación, que <strong>el</strong> mismo Flor<strong>en</strong>tino Ariza se perdió <strong>en</strong> sus manejos, y <strong>en</strong> un<br />

mom<strong>en</strong>to sin fortuna trató de cerrarle <strong>el</strong> paso a <strong>el</strong>la crey<strong>en</strong>do que <strong>el</strong>la trataba de<br />

cerrárs<strong>el</strong>o a él. Leona Cassiani lo puso <strong>en</strong> su puesto.<br />

-No se equivoque -le dijo-. Yo me aparto de todo esto cuando usted quiera, pero<br />

piéns<strong>el</strong>o bi<strong>en</strong>.<br />

Flor<strong>en</strong>tino Ariza, que <strong>en</strong> efecto no lo había p<strong>en</strong>sado, lo p<strong>en</strong>só <strong>en</strong>tonces tan bi<strong>en</strong><br />

como pudo, y le <strong>en</strong>tregó sus armas. Lo cierto es que <strong>en</strong> medio de aqu<strong>el</strong>la guerra sórdida<br />

d<strong>en</strong>tro de una empresa <strong>en</strong> crisis perpetua, <strong>en</strong> medio de sus desastres de halconero sin<br />

sosiego y la ilusión cada vez más incierta de Fermina Daza, <strong>el</strong> impasible Flor<strong>en</strong>tino Ariza<br />

no había t<strong>en</strong>ido un instante de paz interior fr<strong>en</strong>te al espectáculo fascinante de aqu<strong>el</strong>la<br />

negra brava embadurnada de mierda y de <strong>amor</strong> <strong>en</strong> la fiebre de la p<strong>el</strong>ea. Tanto, que<br />

muchas veces se dolió <strong>en</strong> secreto de que <strong>el</strong>la no hubiera sido <strong>en</strong> realidad lo que él creía<br />

que era la tarde <strong>en</strong> que la conoció, para haberse limpiado <strong>el</strong> trasero con sus principios y<br />

haber hecho <strong>el</strong> <strong>amor</strong> con <strong>el</strong>la aunque fuera pagado con pepas de oro vivo. Pues Leona<br />

Cassiani seguía si<strong>en</strong>do igual que aqu<strong>el</strong>la tarde <strong>en</strong> <strong>el</strong> tranvía, con sus mismos vestidos de<br />

cimarrona alborotada, sus turbantes locos, sus arracadas y pulseras de hueso, su mazo<br />

de collares y sus anil<strong>los</strong> de piedras falsas <strong>en</strong> todos <strong>los</strong> dedos: una leona de la calle. Lo<br />

muy poco que <strong>los</strong> años le habían añadido por fuera era para su bi<strong>en</strong>. Navegaba <strong>en</strong> una<br />

madurez espléndida, sus <strong>en</strong>cantos de mujer eran más inquietantes, y su ardoroso cuerpo<br />

de africana se iba haci<strong>en</strong>do más d<strong>en</strong>so con la madurez. Flor<strong>en</strong>tino Ariza no se le había<br />

vu<strong>el</strong>to a insinuar <strong>en</strong> diez años, pagando así la dura p<strong>en</strong>it<strong>en</strong>cia de su error original, y <strong>el</strong>la<br />

lo había ayudado <strong>en</strong> todo, salvo <strong>en</strong> eso.<br />

Una noche <strong>en</strong> que se quedó trabajando hasta muy tarde, como lo hizo con<br />

frecu<strong>en</strong>cia después de la muerte de su madre, Flor<strong>en</strong>tino Ariza iba de salida cuando vio<br />

que había luz <strong>en</strong> la oficina de Leona Cassiani. Abrió la puerta sin tocar, y allí estaba: sola<br />

<strong>en</strong> <strong>el</strong> escritorio, absorta, seria, con unas gafas nuevas que le hacían un semblante<br />

académico. Flor<strong>en</strong>tino Ariza se dio cu<strong>en</strong>ta con un pavor dichoso de que estaban <strong>los</strong> dos<br />

so<strong>los</strong> <strong>en</strong> la casa, estaban <strong>los</strong> mu<strong>el</strong>les desiertos, la ciudad dormida, la noche eterna <strong>en</strong> la<br />

mar t<strong>en</strong>ebrosa, <strong>el</strong> bramido triste de un barco que tardaría más de una hora <strong>en</strong> llegar.<br />

Flor<strong>en</strong>tino Ariza se apoyó <strong>en</strong> <strong>el</strong> paraguas con las dos manos, tal como lo había hecho <strong>en</strong><br />

<strong>el</strong> callejón de El Candilejo para cerrarle <strong>el</strong> paso, solo que ahora lo hizo para que no se le<br />

notara la desarticulación de las rodillas.<br />

-Dime una cosa, leona de mi alma -dijo-: ¿cuándo es que vamos a salir de esto?<br />

Ella se quitó <strong>los</strong> l<strong>en</strong>tes sin sorpresa, con un dominio absoluto, y lo <strong>en</strong>candiló con<br />

su risa solar. Nunca lo había tuteado.<br />

-Ay, Flor<strong>en</strong>tino Ariza -le dijo-, llevo diez años s<strong>en</strong>tada aquí esperando que me lo<br />

preguntes.<br />

Ya era tarde: la ocasión iba con <strong>el</strong>la <strong>en</strong> <strong>el</strong> tranvía de mulas, había estado siempre<br />

con <strong>el</strong>la <strong>en</strong> la misma silla <strong>en</strong> que estaba s<strong>en</strong>tada, pero ahora se había ido para siempre.<br />

La verdad era que después de tantas perrerías soterradas que había hecho por él,<br />

después de tanta sordidez soportada para él, <strong>el</strong>la se le había ad<strong>el</strong>antado <strong>en</strong> la vida y<br />

estaba mucho más allá de <strong>los</strong> veinte años de edad que él le llevaba de v<strong>en</strong>taja: había<br />

<strong>en</strong>vejecido para él. Lo quería tanto, que <strong>en</strong> vez de <strong>en</strong>gañarlo prefirió seguir amándolo<br />

aunque tuviera que hacérs<strong>el</strong>o saber de un modo brutal.<br />

-No -le dijo-. Me s<strong>en</strong>tiría como acostándome con <strong>el</strong> hijo que nunca tuve.<br />

Flor<strong>en</strong>tino Ariza se quedó con la espina de que no hubiera sido suya la última<br />

réplica. P<strong>en</strong>saba que cuando una mujer dice que no, se queda esperando que le insistan<br />

antes de tomar la decisión final, pero con <strong>el</strong>la era distinto: no podía jugar con <strong>el</strong> riesgo<br />

104 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />

El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!