gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Una torcedura de las tripas como un eje de espiral lo levantó <strong>en</strong> <strong>el</strong> asi<strong>en</strong>to, la espuma de<br />
su vi<strong>en</strong>tre cada vez más espesa y dolorosa emitió un quejido, y lo dejó cubierto de un<br />
sudor h<strong>el</strong>ado. La criada que le llevaba <strong>el</strong> café se asustó de su semblante de muerto. Él<br />
suspiró: “Es <strong>el</strong> calor”. Ella abrió la v<strong>en</strong>tana, crey<strong>en</strong>do complacerlo, pero <strong>el</strong> sol de la tarde<br />
le dio de ll<strong>en</strong>o <strong>en</strong> la cara, y tuvieron que cerrarla de nuevo. Él había compr<strong>en</strong>dido que no<br />
soportaría un minuto más, cuando apareció Fermina Daza casi invisible <strong>en</strong> la p<strong>en</strong>umbra,<br />
y se asustó de verlo <strong>en</strong> semejante estado.<br />
-Puede quitarse <strong>el</strong> saco -le dijo.<br />
Más que la torcedura mortal, a él le hubiera dolido que <strong>el</strong>la alcanzara a oír <strong>el</strong><br />
borboriteo de sus tripas. Pero logró sobrevivir un instante ap<strong>en</strong>as para decir que no, que<br />
sólo había pasado a preguntarle cuándo podía recibirle una visita. Ella, de pie,<br />
desconcertada, le dijo: “Pues ya está aquí”. Y lo invitó a seguir hasta la terraza d<strong>el</strong> patio<br />
donde habría m<strong>en</strong>os calor. Él se negó con una voz que a <strong>el</strong>la le pareció más bi<strong>en</strong> un<br />
suspiro de lástima.<br />
-Le ruego que sea mañana -dijo.<br />
Ella recordó que mañana era jueves, día de la visita puntual de Lucrecia d<strong>el</strong> Real<br />
d<strong>el</strong> Obispo, pero le dio una solución inap<strong>el</strong>able: “Pasado mañana a las cinco”. Flor<strong>en</strong>tino<br />
Ariza se lo agradeció, le hizo una despedida de emerg<strong>en</strong>cia con <strong>el</strong> sombrero, y se fue sin<br />
probar <strong>el</strong> café. Ella permaneció perpleja <strong>en</strong> <strong>el</strong> c<strong>en</strong>tro de la sala, sin <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der qué era lo<br />
que acababa de ocurrir, hasta que se extinguió <strong>en</strong> <strong>el</strong> fondo de la calle <strong>el</strong> petardeo d<strong>el</strong><br />
automóvil. Flor<strong>en</strong>tino Ariza buscó <strong>en</strong>tonces la posición m<strong>en</strong>os dolorida <strong>en</strong> <strong>el</strong> asi<strong>en</strong>to<br />
posterior, cerró <strong>los</strong> ojos, aflojó <strong>los</strong> múscu<strong>los</strong>, y se <strong>en</strong>tregó a la voluntad d<strong>el</strong> cuerpo. Fue<br />
como volver a nacer. El chofer, que después de tantos años a su servicio ya no se<br />
sorpr<strong>en</strong>día de nada, se mantuvo impasible. Pero al abrirle la portezu<strong>el</strong>a fr<strong>en</strong>te al portal<br />
de la casa, le dijo:<br />
-T<strong>en</strong>ga cuidado, don Floro, eso parece <strong>el</strong> cólera.<br />
Pero era lo de siempre. Flor<strong>en</strong>tino Ariza se lo agradeció a Dios <strong>el</strong> viernes a las<br />
cinco <strong>en</strong> punto, cuando la criada lo condujo a través de la p<strong>en</strong>umbra de la sala hasta la<br />
terraza d<strong>el</strong> patio, y allí <strong>en</strong>contró a Fermina Daza junto a una mesita puesta para dos<br />
personas. Le ofreció té, chocolate o café. Flor<strong>en</strong>tino Ariza pidió café, muy cali<strong>en</strong>te y muy<br />
fuerte, y <strong>el</strong>la ord<strong>en</strong>ó a la criada: “Para mí lo de siempre”. Lo de siempre era una infusión<br />
bi<strong>en</strong> cargada de diversas clases de tés ori<strong>en</strong>tales, que le alzaban <strong>el</strong> ánimo después de la<br />
siesta. Cuando <strong>el</strong>la terminó con la marmita, y él con la jarra de café, ya ambos habían<br />
int<strong>en</strong>tado e interrumpido varios temas, no tanto porque de veras les interesaran, como<br />
por <strong>el</strong>udir <strong>los</strong> otros que ni él ni <strong>el</strong>la se atrevían a tocar. Ambos estaban intimidados, sin<br />
<strong>en</strong>t<strong>en</strong>der qué hacían tan lejos de su juv<strong>en</strong>tud <strong>en</strong> la terraza ajedrezada de una casa de<br />
nadie todavía olorosa a flores de cem<strong>en</strong>terio. Por primera vez estaban <strong>el</strong> uno fr<strong>en</strong>te al<br />
otro a tan corta distancia y con bastante tiempo para verse con ser<strong>en</strong>idad después de<br />
medio siglo, y ambos se habían visto como eran: dos ancianos acechados por la muerte,<br />
sin nada <strong>en</strong> común, aparte d<strong>el</strong> recuerdo de un pasado efímero que ya no era de <strong>el</strong><strong>los</strong> sino<br />
de dos jóv<strong>en</strong>es desaparecidos que habrían podido ser sus nietos.<br />
Ella p<strong>en</strong>só que él iba a conv<strong>en</strong>cerse por fin de la irrealidad de su sueño, y eso iba<br />
a redimirlo de su impertin<strong>en</strong>cia.<br />
Para evitar sil<strong>en</strong>cios incómodos o temas indeseables, <strong>el</strong>la hizo preguntas obvias<br />
sobre <strong>los</strong> buques fluviales. Parecía m<strong>en</strong>tira que él, si<strong>en</strong>do <strong>el</strong> dueño, sólo hubiera viajado<br />
una vez, hacía muchos años, cuando no t<strong>en</strong>ía nada que ver con la empresa. Ella no sabía<br />
<strong>el</strong> motivo, y él hubiera dado <strong>el</strong> alma por decírs<strong>el</strong>o. Tampoco <strong>el</strong>la conocía <strong>el</strong> río. Su marido<br />
compartía la aversión a <strong>los</strong> aires andinos, y la disimulaba con argum<strong>en</strong>tos variados: <strong>los</strong><br />
p<strong>el</strong>igros de la altura para <strong>el</strong> corazón, <strong>el</strong> riesgo de una pulmonía, la doblez de la g<strong>en</strong>te, las<br />
injusticias d<strong>el</strong> c<strong>en</strong>tralismo. Así que conocían medio mundo pero no conocían su país. En<br />
la actualidad había un hidroavión Junkers que iba de pueblo <strong>en</strong> pueblo por la cu<strong>en</strong>ca de<br />
La Magdal<strong>en</strong>a, como un saltamontes de aluminio, con dos tripulantes, seis pasajeros y<br />
las sacas d<strong>el</strong> correo. Flor<strong>en</strong>tino Ariza com<strong>en</strong>tó: “Es como un cajón de muerto por <strong>el</strong> aire”.<br />
Gabri<strong>el</strong> García Márquez 167<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera