gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
lanca, fresca, todavía sudada de rocío, y con <strong>el</strong>la una carta de Flor<strong>en</strong>tino Ariza con<br />
tantos pliegos como alcanzó a escribir desde que se despidió de <strong>el</strong>la. Era una carta<br />
tranquila, que no trataba más que expresar <strong>el</strong> estado de ánimo que lo embargaba desde<br />
la noche anterior: tan lírica como las otras, tan retórica como todas, pero estaba<br />
sust<strong>en</strong>tada por la realidad. Fermina Daza la leyó con una cierta vergü<strong>en</strong>za consigo misma<br />
por <strong>los</strong> galopes descarados de su corazón. Terminaba con <strong>el</strong> pedido de que avisara al<br />
camarero cuando estuviera lista, pues <strong>el</strong> capitán <strong>los</strong> esperaba <strong>en</strong> <strong>el</strong> puesto de mando<br />
para mostrarles <strong>el</strong> funcionami<strong>en</strong>to d<strong>el</strong> buque.<br />
Estuvo lista a las once, bañada y olorosa a jabón de flores, con un traje de viuda<br />
muy s<strong>en</strong>cillo de etamina gris, y recuperada por completo de la torm<strong>en</strong>ta de la noche.<br />
Ord<strong>en</strong>ó un desayuno sobrio al camarero de blanco impecable, que estaba al servicio<br />
personal d<strong>el</strong> capitán, pero no mandó <strong>el</strong> recado de que vinieran a buscarla. Subió sola,<br />
deslumbrada por <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o sin nubes, y <strong>en</strong>contró a Flor<strong>en</strong>tino Ariza conversando con <strong>el</strong><br />
capitán <strong>en</strong> <strong>el</strong> puesto de mando. Le pareció distinto, no sólo por que <strong>el</strong>la lo veía <strong>en</strong>tonces<br />
con otros ojos, sino porque <strong>en</strong> realidad había cambiado. En lugar de <strong>los</strong> atu<strong>en</strong>dos<br />
fúnebres de toda la vida llevaba unos zapatos blancos muy cómodos, pantalón y camisa<br />
de hilo con cu<strong>el</strong>lo abierto y manga corta y su monograma bordado <strong>en</strong> <strong>el</strong> bolsillo d<strong>el</strong><br />
pecho. Llevaba además una gorra escocesa, también blanca, y un dispositivo de l<strong>en</strong>tes<br />
oscuros superpuesto a sus eternos espeju<strong>el</strong>os de miope. Era evid<strong>en</strong>te que todo era de<br />
primer uso y acabado de comprar a propósito para <strong>el</strong> viaje, salvo <strong>el</strong> cinturón de cuero<br />
marrón, muy usado, que Fermina Daza notó al primer golpe de vista como una mosca <strong>en</strong><br />
la sopa. Al verlo así, vestido para <strong>el</strong>la de un modo tan ost<strong>en</strong>sible, no pudo impedir <strong>el</strong><br />
rubor de fuego que le subió a la cara. Se ofuscó al saludarlo, y él se ofuscó más con la<br />
ofuscación de <strong>el</strong>la. La conci<strong>en</strong>cia de que se comportaban como novios <strong>los</strong> ofuscó más<br />
aún, y la conci<strong>en</strong>cia de que ambos estaban ofuscados acabó de ofuscar<strong>los</strong> hasta <strong>el</strong> punto<br />
de que <strong>el</strong> capitán Samaritano lo advirtió con un trémolo de compasión. Los sacó d<strong>el</strong><br />
apuro explicándoles <strong>el</strong> manejo de <strong>los</strong> mandos y <strong>el</strong> mecanismo g<strong>en</strong>eral d<strong>el</strong> buque durante<br />
dos horas. Navegaban muy despacio por un no sin orillas que se dispersaba <strong>en</strong>tre<br />
playones áridos hasta <strong>el</strong> horizonte. Pero al contrario de las aguas turbias de la<br />
desembocadura, aqu<strong>el</strong>las eran l<strong>en</strong>tas y diáfanas, y t<strong>en</strong>ían un resplandor de metal bajo <strong>el</strong><br />
sol despiadado. Fermina Daza tuvo la impresión de que era un d<strong>el</strong>ta poblado de islas de<br />
ar<strong>en</strong>a.<br />
-Es lo poco que nos va quedando d<strong>el</strong> río -le dijo <strong>el</strong> capitán.<br />
Flor<strong>en</strong>tino Ariza, <strong>en</strong> efecto, estaba sorpr<strong>en</strong>dido de <strong>los</strong> cambios, y lo estaría más al<br />
día sigui<strong>en</strong>te, cuando la navegación se hizo más difícil, y se dio cu<strong>en</strong>ta de que <strong>el</strong> río<br />
padre de La Magdal<strong>en</strong>a, uno de <strong>los</strong> grandes d<strong>el</strong> mundo, era sólo una ilusión de la<br />
memoria. El capitán Samaritano les explicó cómo la deforestación irracional había<br />
acabado con <strong>el</strong> río <strong>en</strong> cincu<strong>en</strong>ta años: las calderas de <strong>los</strong> buques habían devorado la<br />
s<strong>el</strong>va <strong>en</strong>marañada de árboles co<strong>los</strong>ales que Flor<strong>en</strong>tino Ariza sintió como una opresión <strong>en</strong><br />
su primer viaje. Fermina Daza no vería <strong>los</strong> animales de sus sueños: <strong>los</strong> cazadores de<br />
pi<strong>el</strong>es de las t<strong>en</strong>erías de Nueva Orleans habían exterminado <strong>los</strong> caimanes que se hacían<br />
<strong>los</strong> muertos con las fauces abiertas durante horas y horas <strong>en</strong> <strong>los</strong> barrancos de la orilla<br />
para sorpr<strong>en</strong>der a las mariposas; <strong>los</strong> loros con sus algarabías y <strong>los</strong> micos con sus gritos<br />
de locos se habían ido muri<strong>en</strong>do a medida que se les acababan las frondas, <strong>los</strong> manatíes<br />
de grandes tetas de madres que amamantaban a sus crías y lloraban con voces de mujer<br />
desolada <strong>en</strong> <strong>los</strong> playones eran una especie extinguida por las balas blindadas de <strong>los</strong><br />
cazadores de placer.<br />
El capitán Samaritano les t<strong>en</strong>ía un afecto casi maternal a <strong>los</strong> manatíes, porque le<br />
parecían señoras cond<strong>en</strong>adas por algún extravío de <strong>amor</strong>, y t<strong>en</strong>ía por cierta la ley<strong>en</strong>da de<br />
que eran las únicas hembras sin machos <strong>en</strong> <strong>el</strong> reino animal. Siempre se opuso a que les<br />
dispararan desde la borda, como era la costumbre, a pesar de que había leyes que lo<br />
prohibían. Un cazador de Carolina d<strong>el</strong> Norte, con su docum<strong>en</strong>tación <strong>en</strong> regla, había<br />
desobedecido sus órd<strong>en</strong>es y le había destrozado la cabeza a una madre de manatí con un<br />
disparo certero de su SpringfÍ<strong>el</strong>d, y la cría había quedado <strong>en</strong>loquecida de dolor llorando a<br />
gritos sobre <strong>el</strong> cuerpo t<strong>en</strong>dido. El capitán había hecho subir al huérfano para hacerse<br />
Gabri<strong>el</strong> García Márquez 181<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera