gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
de equivocarse por segunda vez. Se retiró de bu<strong>en</strong> talante, y hasta con una cierta gracia<br />
que no le era fácil. Desde esa noche, cualquier sombra que pudo haber <strong>en</strong>tre <strong>el</strong><strong>los</strong> se<br />
disipó sin amarguras, y Flor<strong>en</strong>tino Ariza <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió por fin que se puede ser amigo de una<br />
mujer sin acostarse con <strong>el</strong>la.<br />
Leona Cassiani fue <strong>el</strong> único ser humano a qui<strong>en</strong> Flor<strong>en</strong>tino Ariza estuvo t<strong>en</strong>tado de<br />
rev<strong>el</strong>arle <strong>el</strong> secreto de Fermina Daza. Las pocas personas que lo sabían empezaban a<br />
olvidarlo por motivos de fuerza mayor. Tres de <strong>el</strong>las se lo habían llevado a la tumba sin<br />
ninguna duda: su madre, que desde mucho antes de morir ya lo t<strong>en</strong>ía borrado <strong>en</strong> la<br />
memoria; Gala Placidia, muerta de bu<strong>en</strong>a vejez al servicio de la que fue casi una hija, y<br />
la inolvidable Escolástica Daza, la que le había llevado d<strong>en</strong>tro de un misal la primera<br />
carta de <strong>amor</strong> que recibió <strong>en</strong> la vida, y que no podía seguir viva después de tantos años.<br />
Lor<strong>en</strong>zo Daza, de qui<strong>en</strong> <strong>en</strong>tonces no sabía si estaba vivo o muerto, podía habérs<strong>el</strong>o<br />
rev<strong>el</strong>ado a la hermana Franca de la Luz tratando de evitar la expulsión, pero era poco<br />
probable que lo hubieran divulgado. Quedaban por contar once t<strong>el</strong>egrafistas de la<br />
provincia lejana de Hildebranda Sánchez, que manejaron t<strong>el</strong>egramas con sus nombres<br />
completos y direcciones exactas, y luego Hildebranda Sánchez y su corte de primas<br />
indómitas.<br />
Lo que ignoraba Flor<strong>en</strong>tino Ariza era que <strong>el</strong> doctor Juv<strong>en</strong>al Urbino debía ser<br />
incluido <strong>en</strong> la cu<strong>en</strong>ta. Hildebranda Sánchez le había rev<strong>el</strong>ado <strong>el</strong> secreto <strong>en</strong> alguna de sus<br />
tantas visitas de <strong>los</strong> primeros años. Pero lo hizo de un modo tan casual y <strong>en</strong> un mom<strong>en</strong>to<br />
tan inoportuno, que al doctor Urbino no le <strong>en</strong>tró por un oído y le salió por <strong>el</strong> otro, como<br />
<strong>el</strong>la p<strong>en</strong>só, sino que no le <strong>en</strong>tró por ninguno. Hildebranda, <strong>en</strong> efecto, había m<strong>en</strong>cionado a<br />
Flor<strong>en</strong>tino Ariza como uno de <strong>los</strong> poetas escondidos que según <strong>el</strong>la t<strong>en</strong>ían posibilidades<br />
de ganar <strong>los</strong> Juegos Florales. Al doctor Urbino le costó trabajo recordar quién era, y <strong>el</strong>la<br />
le dijo sin que fuera indisp<strong>en</strong>sable pero sin un ápice de malicia que fue <strong>el</strong> único novio que<br />
Fermina Daza había t<strong>en</strong>ido antes de casarse. Se lo dijo conv<strong>en</strong>cida de que había sido<br />
algo tan inoc<strong>en</strong>te y efímero, que más bi<strong>en</strong> resultaba conmovedor. El doctor Urbino le<br />
replicó sin mirarla: “No sabía que ese tipo fuera poeta”. Y lo borró de la memoria al<br />
instante, <strong>en</strong>tre otras cosas porque su profesión lo t<strong>en</strong>ía acostumbrado a un manejo ético<br />
d<strong>el</strong> olvido.<br />
Flor<strong>en</strong>tino Ariza observó que <strong>los</strong> depositarios d<strong>el</strong> secreto, a excepción de su<br />
madre, pert<strong>en</strong>ecían al mundo de Fermina Daza. En <strong>el</strong> suyo estaba sólo él, solo con <strong>el</strong><br />
peso abrumador de una carga que muchas veces había necesitado compartir, pero nadie<br />
hasta <strong>en</strong>tonces le había merecido tanta confianza. Leona Cassiani era la única posible, y<br />
sólo le hacían falta <strong>el</strong> modo y la ocasión. Estaba p<strong>en</strong>sándolo, justo la tarde de bochorno<br />
estival <strong>en</strong> que <strong>el</strong> doctor Juv<strong>en</strong>al Urbino subió las escaleras empinadas de la C.F.C., con<br />
una pausa <strong>en</strong> cada p<strong>el</strong>daño para sobrevivir al calor de las tres, y apareció acezante <strong>en</strong> la<br />
oficina de Flor<strong>en</strong>tino Ariza empapado <strong>en</strong> sudor hasta <strong>los</strong> pantalones, y dijo con <strong>el</strong> último<br />
ali<strong>en</strong>to: “Creo que se nos vi<strong>en</strong>e <strong>en</strong>cima un ciclón”. Flor<strong>en</strong>tino Ariza lo había visto allí<br />
muchas veces, <strong>en</strong> busca d<strong>el</strong> tío León XII, pero nunca como <strong>en</strong>tonces había t<strong>en</strong>ido la<br />
impresión tan nítida de que aqu<strong>el</strong>la aparición indeseable t<strong>en</strong>ía algo que ver con su vida.<br />
Era la época <strong>en</strong> que también <strong>el</strong> doctor Juv<strong>en</strong>al Urbino había superado <strong>los</strong> escol<strong>los</strong><br />
de la profesión, y andaba casi de puerta <strong>en</strong> puerta como un pordiosero con <strong>el</strong> sombrero<br />
<strong>en</strong> la mano, buscando contribuciones para sus promociones artísticas. Uno de sus<br />
contribuy<strong>en</strong>tes más asiduos y pródigos lo fue siempre <strong>el</strong> tío León XII, qui<strong>en</strong> <strong>en</strong> aqu<strong>el</strong><br />
mom<strong>en</strong>to justo había empezado a hacer su siesta diaria de diez minutos, s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> la<br />
poltrona de resortes d<strong>el</strong> escritorio. Flor<strong>en</strong>tino Ariza le pidió al doctor Juv<strong>en</strong>al Urbino <strong>el</strong><br />
favor de esperar <strong>en</strong> su oficina, que era contigua a la d<strong>el</strong> tío León XII, y <strong>en</strong> cierto modo le<br />
servía de antesala.<br />
Se habían visto <strong>en</strong> diversas ocasiones, pero nunca habían estado así, fr<strong>en</strong>te a<br />
fr<strong>en</strong>te, y Flor<strong>en</strong>tino Ariza padeció una vez más la náusea de s<strong>en</strong>tirse inferior. Fueron diez<br />
minutos eternos, <strong>en</strong> <strong>los</strong> cuales se levantó tres veces con la esperanza de que <strong>el</strong> tío<br />
hubiera despertado antes de tiempo, y se tomó un termo <strong>en</strong>tero de café negro. El doctor<br />
Gabri<strong>el</strong> García Márquez 105<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera