gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Desde las primeras visitas al cem<strong>en</strong>terio, Flor<strong>en</strong>tino Ariza descubrió que muy cerca<br />
de allí estaba <strong>en</strong>terrada Olimpia Zuleta, sin lápida, pero con <strong>el</strong> nombre y la fecha escritos<br />
con <strong>el</strong> dedo <strong>en</strong> <strong>el</strong> cem<strong>en</strong>to fresco de la cripta, y p<strong>en</strong>só horrorizado que era una burla<br />
sangri<strong>en</strong>ta d<strong>el</strong> esposo. Cuando <strong>el</strong> rosal floreció le dejaba una rosa <strong>en</strong> la tumba, si no<br />
había nadie a la vista, y más tarde le plantó una cepa cortada d<strong>el</strong> rosal de la madre.<br />
Ambos rosales proliferaban con tanto alborozo, que Flor<strong>en</strong>tino Ariza t<strong>en</strong>ía que llevar las<br />
cizallas y otros hierros de jardín para mant<strong>en</strong>er<strong>los</strong> <strong>en</strong> ord<strong>en</strong>. Pero fue superior a sus<br />
fuerzas: a la vu<strong>el</strong>ta de unos años <strong>los</strong> dos rosales se habían ext<strong>en</strong>dido como maleza por<br />
<strong>en</strong>tre las tumbas, y <strong>el</strong> bu<strong>en</strong> cem<strong>en</strong>terio de la peste se llamó desde <strong>en</strong>tonces <strong>el</strong><br />
Cem<strong>en</strong>terio de las Rosas, hasta que algún alcalde m<strong>en</strong>os realista que la sabiduría popular<br />
arrasó <strong>en</strong> una noche con <strong>los</strong> rosales y le colgó un letrero republicano <strong>en</strong> <strong>el</strong> arco de la<br />
<strong>en</strong>trada: Cem<strong>en</strong>terio Universal.<br />
La muerte de la madre dejó a Flor<strong>en</strong>tino Ariza cond<strong>en</strong>ado otra vez a sus<br />
compromisos maniáticos: la oficina, <strong>los</strong> <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tros por turnos estrictos con las amantes<br />
crónicas, las partidas de dominó <strong>en</strong> <strong>el</strong> Club d<strong>el</strong> Comercio, <strong>los</strong> mismos libros de <strong>amor</strong>, las<br />
visitas dominicales al cem<strong>en</strong>terio. Era <strong>el</strong> óxido de la rutina, tan d<strong>en</strong>igrado y tan temido,<br />
pero que a él lo había protegido de la conci<strong>en</strong>cia de la edad. Sin embargo, un domingo de<br />
diciembre, cuando ya <strong>los</strong> rosales de las tumbas les habían ganado a las cizallas, vio las<br />
golondrinas <strong>en</strong> <strong>los</strong> cables de la luz <strong>el</strong>éctrica recién instalada, y se dio cu<strong>en</strong>ta de golpe de<br />
cuánto tiempo había pasado desde la muerte de su madre, y cuánto desde <strong>el</strong> asesinato<br />
de Olimpia Zuleta, y tantos cuántos desde aqu<strong>el</strong>la otra tarde d<strong>el</strong> diciembre lejano <strong>en</strong> que<br />
Fermina Daza le mandó una carta diciéndole que sí, que lo amaría hasta siempre. Hasta<br />
<strong>en</strong>tonces se había comportado como si <strong>el</strong> tiempo no pasara para él sino para <strong>los</strong> otros.<br />
Ap<strong>en</strong>as la semana anterior se había <strong>en</strong>contrado <strong>en</strong> la calle con una de las tantas parejas<br />
que se casaron gracias a las cartas escritas por él, y no reconoció al hijo mayor, que era<br />
su ahijado. Resolvió <strong>el</strong> bochorno con <strong>el</strong> aspavi<strong>en</strong>to conv<strong>en</strong>cional: “¡Carajo, si ya es un<br />
hombre!”. Seguía si<strong>en</strong>do así, aun después de que <strong>el</strong> cuerpo empezó a mandarle las<br />
primeras señales de alarma, porque siempre había t<strong>en</strong>ido la salud de piedra de <strong>los</strong><br />
<strong>en</strong>fermizos. Tránsito Ariza solía decir: “De lo único que mi hijo ha estado <strong>en</strong>fermo es d<strong>el</strong><br />
cólera”. Confundía <strong>el</strong> cólera con <strong>el</strong> <strong>amor</strong>, por supuesto, desde mucho antes de que se le<br />
embrollara la memoria. Pero de todos modos se equivocaba, porque <strong>el</strong> hijo había t<strong>en</strong>ido<br />
<strong>en</strong> secreto seis bl<strong>en</strong>orragias, si bi<strong>en</strong> <strong>el</strong> médico decía que no eran seis sino la misma y<br />
única que volvía a aparecer después de cada batalla perdida. Había t<strong>en</strong>ido además un<br />
incordio, cuatro crestas y seis empeines, pero ni a él ni a ningún hombre se le hubiera<br />
ocurrido contar<strong>los</strong> como <strong>en</strong>fermedades sino como trofeos de guerra.<br />
Ap<strong>en</strong>as cumplidos <strong>los</strong> cuar<strong>en</strong>ta años había t<strong>en</strong>ido que acudir al médico con dolores<br />
indefinidos <strong>en</strong> distintas partes d<strong>el</strong> cuerpo. Después de muchos exám<strong>en</strong>es, <strong>el</strong> médico le<br />
había dicho: “Son cosas de la edad”. Él volvía siempre a casa sin preguntarse siquiera si<br />
todo eso t<strong>en</strong>ía algo que ver con él. Pues <strong>el</strong> único punto de refer<strong>en</strong>cia de su pasado eran<br />
sus <strong>amor</strong>es efímeros con Fermina Daza, y sólo lo que tuviera algo que ver con <strong>el</strong>la t<strong>en</strong>ía<br />
algo que ver con las cu<strong>en</strong>tas de su vida. De modo que la tarde <strong>en</strong> que vio las golondrinas<br />
<strong>en</strong> <strong>los</strong> cables de luz repasó su pasado desde <strong>el</strong> recuerdo más antiguo, repasó sus <strong>amor</strong>es<br />
de ocasión, <strong>los</strong> incontables escol<strong>los</strong> que había t<strong>en</strong>ido que sortear para alcanzar un puesto<br />
de mando, <strong>los</strong> incid<strong>en</strong>tes sin cu<strong>en</strong>to que le había causado su determinación <strong>en</strong>carnizada<br />
de que Fermina Daza fuera suya, y él de <strong>el</strong>la por <strong>en</strong>cima de todo y contra todo, y sólo<br />
<strong>en</strong>tonces descubrió que se le estaba pasando la vida. Lo estremeció un escalofrío de las<br />
vísceras que lo dejó sin luz, y tuvo que soltar las herrami<strong>en</strong>tas de jardín y apoyarse <strong>en</strong> <strong>el</strong><br />
muro d<strong>el</strong> cem<strong>en</strong>terio para que no lo derribara <strong>el</strong> primer zarpazo de la vejez.<br />
-¡Carajo -se dijo aterrado-, todo hace treinta años!<br />
Así era. Treinta años que habían pasado también para Fermina Daza, desde luego,<br />
pero que habían sido para <strong>el</strong>la <strong>los</strong> mas gratos y reparadores de su vida. Los días de<br />
horror d<strong>el</strong> Palacio de Casalduero estaban r<strong>el</strong>egados <strong>en</strong> <strong>el</strong> basurero de la memoria. Vivía<br />
<strong>en</strong> su nueva casa de La Manga, dueña absoluta de su destino, con un marido que<br />
volvería a preferir <strong>en</strong>tre todos <strong>los</strong> hombres d<strong>el</strong> mundo si hubiera t<strong>en</strong>ido que escoger otra<br />
vez, con un hijo que prolongaba la tradición de la estirpe <strong>en</strong> la Escu<strong>el</strong>a de Medicina, y<br />
Gabri<strong>el</strong> García Márquez 121<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera