30.04.2013 Views

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

despacio, mordi<strong>en</strong>do la almohada para que él no la sintiera. Esto acabó de ofuscarlo,<br />

porque sabía que <strong>el</strong>la no lloraba con facilidad por ningún dolor d<strong>el</strong> cuerpo o d<strong>el</strong> alma.<br />

Sólo lloraba por una rabia grande, más aún si ésta t<strong>en</strong>ía orig<strong>en</strong> de algún modo <strong>en</strong> su<br />

terror de la culpa, y <strong>en</strong>tonces le daba más rabia cuanto más lloraba, porque no lograba<br />

perdonarse la debilidad de llorar. Él no se atrevió a consolarla, sabi<strong>en</strong>do que habría sido<br />

como consolar una tigra atravesada por una lanza, ni tuvo valor para decirle que <strong>los</strong><br />

motivos de su llanto habían desaparecido esa tarde, y habían sido arrancados de raíz y<br />

para siempre hasta de su memoria.<br />

El cansancio lo v<strong>en</strong>ció unos minutos. Cuando despertó, <strong>el</strong>la había <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dido su<br />

v<strong>el</strong>adora t<strong>en</strong>ue y seguía con <strong>los</strong> ojos abiertos pero sin llorar. Algo definitivo le ocurrió<br />

mi<strong>en</strong>tras él dormía: <strong>los</strong> sedim<strong>en</strong>tos acumulados <strong>en</strong> <strong>el</strong> fondo de su edad a través de<br />

tantos años habían sido rebullidos por <strong>el</strong> suplicio de <strong>los</strong> c<strong>el</strong>os, y habían salido a flote, y la<br />

habían <strong>en</strong>vejecido <strong>en</strong> un instante. Impresionado por sus arrugas instantáneas, sus labios<br />

mustios, las c<strong>en</strong>izas de su cab<strong>el</strong>lo, él se arriesgó a decirle que tratara de dormir: eran<br />

más de las dos. Ella le habló sin mirarlo, pero ya sin un rastro de rabia <strong>en</strong> la voz, casi con<br />

mansedumbre.<br />

-T<strong>en</strong>go derecho a saber quién es -dijo.<br />

Y <strong>en</strong>tonces él se lo contó todo, sinti<strong>en</strong>do que se quitaba de <strong>en</strong>cima <strong>el</strong> peso d<strong>el</strong><br />

mundo, porque estaba conv<strong>en</strong>cido de que <strong>el</strong>la lo sabía y sólo le faltaba confirmar <strong>los</strong><br />

porm<strong>en</strong>ores. Pero no era así, por supuesto, de modo que mi<strong>en</strong>tras él hablaba <strong>el</strong>la volvió<br />

a llorar, y no con sollozos tímidos como al principio, sino con unas lágrimas su<strong>el</strong>tas y<br />

salobres que se le escurrían por la cara, y le ardían <strong>en</strong> <strong>el</strong> camisón de dormir y le<br />

inflamaban la vida, porque él no había hecho lo que <strong>el</strong>la esperaba con <strong>el</strong> alma <strong>en</strong> un hilo,<br />

y era que lo negara todo hasta la muerte, que se indignara por la calumnia, que se<br />

cagara a gritos <strong>en</strong> esta sociedad de mala madre que no t<strong>en</strong>ía <strong>el</strong> m<strong>en</strong>or reparo <strong>en</strong> pisotear<br />

la honra aj<strong>en</strong>a, y que se hubiera mant<strong>en</strong>ido imperturbable aun fr<strong>en</strong>te a las pruebas<br />

demoledoras de su deslealtad: como un hombre. Luego, cuando él le contó que había<br />

estado esa tarde con su confesor, temió quedarse ciega de rabia. Desde <strong>el</strong> colegio t<strong>en</strong>ía<br />

la convicción de que la g<strong>en</strong>te de iglesia carecía de cualquier virtud inspirada por Dios.<br />

Esta era una discrepancia es<strong>en</strong>cial <strong>en</strong> la armonía de la casa, que habían logrado sortear<br />

sin tropiezos. Pero que su esposo le hubiera permitido al confesor inmiscuirse hasta ese<br />

punto <strong>en</strong> una intimidad que no era sólo la suya, sino también la de <strong>el</strong>la, era algo que iba<br />

más allá de todo.<br />

-Es como contárs<strong>el</strong>o a un culebrero de <strong>los</strong> portales -dijo.<br />

Para <strong>el</strong>la era <strong>el</strong> final. Estaba segura de que su honra andaba de boca <strong>en</strong> boca<br />

desde antes de que <strong>el</strong> marido terminara de cumplir la p<strong>en</strong>it<strong>en</strong>cia, y <strong>el</strong> s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de<br />

humillación que eso le causaba era mucho m<strong>en</strong>os soportable que la vergü<strong>en</strong>za y la rabia<br />

y la injusticia de la infid<strong>el</strong>idad. Y lo peor de todo, carajo: con una negra. Él corrigió:<br />

“Mulata”. Pero <strong>en</strong>tonces toda precisión salía sobrando: <strong>el</strong>la había terminado.<br />

-Es la misma vaina -dijo-, y sólo ahora lo <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do: era un olor de negra.<br />

Esto sucedió un lunes. El viernes a las siete de la noche, Fermina Daza se embarcó<br />

<strong>en</strong> <strong>el</strong> buquecito regular de San Juan de la Ciénaga, sólo con un baúl, <strong>en</strong> compañía de la<br />

ahijada y con la cara cubierta con una mantilla para evitar preguntas y para evitárs<strong>el</strong>as al<br />

marido. El doctor Juv<strong>en</strong>al Urbino no estuvo <strong>en</strong> <strong>el</strong> puerto, por acuerdo de ambos, después<br />

de una conversación agotadora de tres días, <strong>en</strong> la que decidieron que <strong>el</strong>la se fuera a la<br />

haci<strong>en</strong>da de la prima Hildebranda Sánchez, <strong>en</strong> la población de Flores de María, con<br />

tiempo bastante para reflexionar antes de tomar una determinación final. Los hijos lo<br />

<strong>en</strong>t<strong>en</strong>dieron, sin conocer <strong>los</strong> motivos, como un viaje muchas veces aplazado que <strong>el</strong><strong>los</strong><br />

mismos deseaban desde hacía tiempo. El doctor Urbino se las arregló para que nadie <strong>en</strong><br />

su mundillo pérfido pudiera hacer especulaciones maliciosas, y lo hizo tan bi<strong>en</strong> que si<br />

Flor<strong>en</strong>tino Ariza no <strong>en</strong>contró ninguna pista de la desaparición de Fermina Daza fue<br />

porque <strong>en</strong> realidad no las había, y no porque le faltaran medios de averiguación. El<br />

marido no t<strong>en</strong>ía dudas de que <strong>el</strong>la volvería a casa tan pronto como se le pasara la rabia.<br />

Pero <strong>el</strong>la se fue segura de que la rabia no se le pasaría jamás.<br />

138 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />

El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!