gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
a su pret<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te. Dos días después, desde luego, tuvo que escribir también la réplica<br />
d<strong>el</strong> novio con la caligrafía, <strong>el</strong> estilo y la clase de <strong>amor</strong> que le había atribuido <strong>en</strong> la<br />
primera carta, y fue así como terminó comprometido <strong>en</strong> una correspond<strong>en</strong>cia febril<br />
consigo mismo. Antes de un mes, ambos fueron por separado a darle las gracias por lo<br />
que él mismo había propuesto <strong>en</strong> la carta d<strong>el</strong> novio y aceptado con devoción <strong>en</strong> la<br />
respuesta de la chica: iban a casarse.<br />
Sólo cuando tuvieron <strong>el</strong> primer hijo se dieron cu<strong>en</strong>ta, por una conversación casual,<br />
de que las cartas de ambos habían sido escritas por <strong>el</strong> mismo escribano, y por primera<br />
vez fueron juntos al portal para nombrarlo padrino d<strong>el</strong> niño. Flor<strong>en</strong>tino Ariza se<br />
<strong>en</strong>tusiasmó tanto con la evid<strong>en</strong>cia práctica de sus <strong>en</strong>sueños, que sacó tiempo de donde<br />
no lo t<strong>en</strong>ía para escribir un Secretario de <strong>los</strong> En<strong>amor</strong>ados más poético y amplio que <strong>el</strong><br />
que hasta <strong>en</strong>tonces se v<strong>en</strong>día por veinte c<strong>en</strong>tavos <strong>en</strong> <strong>los</strong> portales, y que media ciudad<br />
conocía de memoria. Puso <strong>en</strong> ord<strong>en</strong> las situaciones imaginables <strong>en</strong> que pudieran<br />
<strong>en</strong>contrarse Fermina Daza y él, y para todas escribió tantos mod<strong>el</strong>os cuantas alternativas<br />
de ida y vu<strong>el</strong>ta le parecieron posibles. Al final tuvo unas mil cartas <strong>en</strong> tres tomos tan<br />
cuadrados como <strong>el</strong> diccionario de Covarrubias, pero ningún impresor de la ciudad se<br />
arriesgó a publicar<strong>los</strong>, y terminaron <strong>en</strong> algún desván de la casa, con otros pap<strong>el</strong>es d<strong>el</strong><br />
pasado, pues Tránsito Ariza se negó de plano a des<strong>en</strong>terrar las múcuras para malbaratar<br />
sus ahorros de toda la vida <strong>en</strong> una locura editorial. Años después, cuando Flor<strong>en</strong>tino<br />
Ariza tuvo recursos propios para publicar <strong>el</strong> libro, le costó trabajo admitir la realidad de<br />
que ya las cartas de <strong>amor</strong> habían pasado de moda.<br />
Mi<strong>en</strong>tras él daba <strong>los</strong> primeros pasos <strong>en</strong> la Compañía Fluvial d<strong>el</strong> Caribe y escribía<br />
cartas gratis <strong>en</strong> <strong>el</strong> Portal de <strong>los</strong> Escribanos, <strong>los</strong> amigos de juv<strong>en</strong>tud de Flor<strong>en</strong>tino Ariza<br />
t<strong>en</strong>ían la certidumbre de que estaban perdiéndolo poco a poco y sin regreso. Así era.<br />
Todavía cuando regresó d<strong>el</strong> viaje por <strong>el</strong> río veía a algunos de <strong>el</strong><strong>los</strong> con la esperanza de<br />
at<strong>en</strong>uar <strong>los</strong> recuerdos de Fermina Daza, jugaba al billar con <strong>el</strong><strong>los</strong>, fue a sus últimos<br />
bailes, se prestaba al azar de ser rifado <strong>en</strong>tre las muchachas, se prestaba a todo lo que<br />
le pareciera bu<strong>en</strong>o para volver a ser <strong>el</strong> que fue. Después, cuando <strong>el</strong> tío León XII lo<br />
acreditó como empleado, jugaba al dominó con sus compañeros de oficina <strong>en</strong> <strong>el</strong> Club d<strong>el</strong><br />
Comercio, y éstos empezaron a reconocerlo como uno de <strong>los</strong> suyos cuando ya no les<br />
hablaba sino de la empresa de navegación, que no m<strong>en</strong>cionaba con su nombre completo<br />
sino con sus iniciales: la C.F.C. Cambió hasta <strong>el</strong> modo de comer. De indifer<strong>en</strong>te e<br />
irregular que había sido hasta <strong>en</strong>tonces <strong>en</strong> la mesa, se volvió igual y austero hasta <strong>el</strong> fin<br />
de sus días: una taza grande de café negro al desayuno, una posta de pescado hervido<br />
con arroz blanco, al almuerzo, y una taza de café con leche con un pedazo de queso<br />
antes de acostarse. Bebía café negro a toda hora, <strong>en</strong> cualquier parte y <strong>en</strong> cualquier<br />
circunstancia, y hasta treinta tacitas diarias: una infusión igual al petróleo crudo que<br />
prefería prepararse él mismo, y que siempre t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> un termo al alcance de la mano.<br />
Era otro, <strong>en</strong> contra de su propósito firme y sus esfuerzos ansiosos de seguir si<strong>en</strong>do <strong>el</strong><br />
mismo que había sido antes d<strong>el</strong> tropezón mortal d<strong>el</strong> <strong>amor</strong>.<br />
La verdad es que nunca volvería a serlo. La recuperación de Fermina Daza fue <strong>el</strong><br />
objetivo único de su vida, y estaba tan seguro de lograrla tarde o temprano, que<br />
conv<strong>en</strong>ció a Tránsito Ariza de proseguir la restauración de la casa para que estuviera <strong>en</strong><br />
estado de recibirla <strong>en</strong> cualquier mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que ocurriera <strong>el</strong> milagro. A difer<strong>en</strong>cia de su<br />
reacción ante la propuesta editorial d<strong>el</strong> Secretario de <strong>los</strong> En<strong>amor</strong>ados, Tránsito Ariza fue<br />
<strong>en</strong>tonces mucho más lejos: compró la casa de contado, y empr<strong>en</strong>dió la r<strong>en</strong>ovación<br />
completa. Hicieron una sala de recibo <strong>en</strong> la que había sido la alcoba, construyeron <strong>en</strong> la<br />
planta alta un dormitorio para <strong>los</strong> esposos y otro para <strong>los</strong> hijos que iban a t<strong>en</strong>er, ambos<br />
muy amplios y bi<strong>en</strong> iluminados, y <strong>en</strong> <strong>el</strong> espacio de la antigua factoría de tabaco hicieron<br />
un ext<strong>en</strong>so jardín de toda clase de rosas, al que Flor<strong>en</strong>tino Ariza <strong>en</strong> persona consagró sus<br />
ocios d<strong>el</strong> amanecer. Lo único que quedó intacto, como un testimonio de gratitud con <strong>el</strong><br />
pasado, fue <strong>el</strong> local de la mercería. La trasti<strong>en</strong>da donde dormía Flor<strong>en</strong>tino Ariza la<br />
dejaron como estuvo siempre, con la hamaca colgada y <strong>el</strong> mesón de escribir atiborrado<br />
de libros <strong>en</strong> desord<strong>en</strong>, pero él se fue al cuarto previsto como alcoba matrimonial <strong>en</strong> la<br />
planta alta. Éste era <strong>el</strong> más amplio y fresco de la casa, y t<strong>en</strong>ía una terraza interior donde<br />
era agradable estar de noche por la brisa d<strong>el</strong> mar y <strong>el</strong> vapor de <strong>los</strong> rosales, pero era<br />
96 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera