gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
llamas, podía ser of<strong>en</strong>siva para su luto. Las rosas amarillas, que <strong>en</strong> otro l<strong>en</strong>guaje eran las<br />
flores de la bu<strong>en</strong>a suerte, eran una expresión de c<strong>el</strong>os <strong>en</strong> <strong>el</strong> vocabulario común. Alguna<br />
vez le habían hablado de las rosas negras de Turquía, que tal vez fueran las mas<br />
indicadas, pero no había Podido conseguirlas para aclimatarlas <strong>en</strong> su patio. Después de<br />
mucho p<strong>en</strong>sarlo se arriesgó con una rosa blanca, que le gustaban m<strong>en</strong>os que las otras,<br />
por insípidas y mudas: no decían nada. A última hora, por si Fermina Daza t<strong>en</strong>ía la<br />
malicia de darles algún s<strong>en</strong>tido, le quitó las espinas.<br />
Fue bi<strong>en</strong> recibida, como un regalo sin int<strong>en</strong>ciones ocultas, y así se <strong>en</strong>riqueció <strong>el</strong><br />
ritual de <strong>los</strong> martes. Tanto, que cuando él llegaba con la rosa blanca ya estaba preparado<br />
<strong>el</strong> florero con agua <strong>en</strong> <strong>el</strong> c<strong>en</strong>tro de la mesita d<strong>el</strong> té. Un martes cualquiera, al poner la<br />
rosa, él dijo de un modo que pareciera casual:<br />
-En nuestros <strong>tiempos</strong> no se llevaban rosas sino cam<strong>el</strong>ias.<br />
-Es cierto -dijo <strong>el</strong>la-, pero la int<strong>en</strong>ción era otra, y usted lo sabe.<br />
Así fue siempre: él int<strong>en</strong>taba avanzar y <strong>el</strong>la le cerraba <strong>el</strong> paso. Pero <strong>en</strong> esta<br />
ocasión, a pesar de la respuesta puntual, Flor<strong>en</strong>tino Ariza se dio cu<strong>en</strong>ta de que había<br />
dado <strong>en</strong> <strong>el</strong> blanco, porque <strong>el</strong>la tuvo que volver la cara para que no se le notara <strong>el</strong> rubor.<br />
Un rubor ardi<strong>en</strong>te, juv<strong>en</strong>il, con vida propia, cuya impertin<strong>en</strong>cia le revolvió <strong>el</strong> disgusto<br />
contra sí misma. Flor<strong>en</strong>tino Ariza tuvo bu<strong>en</strong> cuidado de derivar hacia otros temas m<strong>en</strong>os<br />
ásperos, pero su g<strong>en</strong>tileza fue tan evid<strong>en</strong>te que <strong>el</strong>la se supo descubierta, y eso aum<strong>en</strong>tó<br />
su rabia. Fue un mal martes. Ella estuvo a punto de pedirle que no volviera más, pero la<br />
idea de una p<strong>el</strong>ea de novios le pareció tan ridícula a la edad y <strong>en</strong> la situación de ambos,<br />
que le causó una crisis de risa. El martes sigui<strong>en</strong>te, cuando Flor<strong>en</strong>tino Ariza ponía la rosa<br />
<strong>en</strong> <strong>el</strong> florero, <strong>el</strong>la se escudriñó la conci<strong>en</strong>cia y comprobó con alegría que no le quedaba de<br />
la semana anterior ni <strong>el</strong> m<strong>en</strong>or vestigio de res<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to.<br />
Las visitas empezaron a adquirir muy pronto una incómoda amplitud familiar, pues<br />
<strong>el</strong> doctor Urbino Daza y su esposa aparecían a veces como por casualidad, y se quedaban<br />
jugando barajas. Flor<strong>en</strong>tino Ariza no sabía jugar, pero Fermina le <strong>en</strong>señó <strong>en</strong> una sola<br />
visita, y ambos les mandaron a <strong>los</strong> esposos Urbino Daza un desafío escrito para <strong>el</strong> martes<br />
sigui<strong>en</strong>te. Eran <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tros tan agradables para todos, que se oficializaron con tanta<br />
rapidez como las visitas, y se establecieron normas para <strong>los</strong> aportes de cada uno. El<br />
doctor Urbino Daza y su esposa, que era una repostera exc<strong>el</strong><strong>en</strong>te, contribuían con tartas<br />
originales, cada vez distintas. Flor<strong>en</strong>tino Ariza siguió llevando las curiosidades que<br />
<strong>en</strong>contraba <strong>en</strong> <strong>los</strong> barcos de Europa, y Fermina Daza se las ing<strong>en</strong>iaba para procurarse<br />
cada semana una sorpresa nueva. Los torneos se jugaban <strong>el</strong> tercer martes de cada mes,<br />
y no se hacían apuestas <strong>en</strong> dinero, pero al perdedor se le imponía una contribución<br />
especial para la partida sigui<strong>en</strong>te.<br />
El doctor Urbino Daza correspondía a su imag<strong>en</strong> pública: era de recursos escasos,<br />
de maneras torpes, y sufría de unos sobresaltos súbitos, ya fueran de alegría o de<br />
disgusto, y de unos rubores inoportunos que hacían temer por su fortaleza m<strong>en</strong>tal. Pero<br />
era sin lugar a dudas, y se le notaba demasiado a primera vista, lo que Flor<strong>en</strong>tino Ariza<br />
temía más que se dijera de él: un hombre bu<strong>en</strong>o. Su mujer, <strong>en</strong> cambio, era vivaz y con<br />
una chispa plebeya, oportuna y certera, que le daba un toque más humano a su<br />
<strong>el</strong>egancia. No podía desearse una pareja mejor para jugar a las cartas, y la insaciable<br />
necesidad de <strong>amor</strong> de Flor<strong>en</strong>tino Ariza quedó colmada con la ilusión de s<strong>en</strong>tirse <strong>en</strong><br />
familia.<br />
Una noche, cuando salían juntos de la casa, <strong>el</strong> doctor Urbino Daza le pidió que<br />
almorzara con él: “Mañana, a las doce y media <strong>en</strong> punto, <strong>en</strong> <strong>el</strong> Club Social”. Era un<br />
manjar exquisito con un vino <strong>en</strong>v<strong>en</strong><strong>en</strong>ado: <strong>el</strong> Club Social se reservaba <strong>el</strong> derecho de<br />
admisión por motivos diversos, y uno de <strong>los</strong> más importantes era la condición de hijo<br />
natural. El tío León XII había t<strong>en</strong>ido experi<strong>en</strong>cias irritantes <strong>en</strong> ese s<strong>en</strong>tido, y <strong>el</strong> mismo<br />
Flor<strong>en</strong>tino Ariza había sufrido la vergü<strong>en</strong>za de que lo hicieran salir cuando ya estaba<br />
s<strong>en</strong>tado a la mesa, por invitación de un socio fundador. Éste, a qui<strong>en</strong> Flor<strong>en</strong>tino Ariza le<br />
hacía favores difíciles <strong>en</strong> <strong>el</strong> comercio fluvial, no tuvo más recurso que llevarlo a comer a<br />
otra parte.<br />
170 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera