30.04.2013 Views

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Desgracias sobre desgracias, Fermina Daza tuvo que afrontar <strong>en</strong> <strong>el</strong> peor de sus<br />

años lo que había de ocurrir tarde o temprano sin remedio: la verdad de <strong>los</strong> negocios<br />

fabu<strong>los</strong>os y nunca conocidos de su padre. El gobernador provincial que citó a Juv<strong>en</strong>al<br />

Urbino <strong>en</strong> su despacho para ponerlo al corri<strong>en</strong>te de <strong>los</strong> desmanes d<strong>el</strong> suegro, <strong>los</strong> resumió<br />

<strong>en</strong> una frase: “No hay ley divina ni humana que ese tipo no se haya llevado por d<strong>el</strong>ante”.<br />

Algunas de sus trapisondas más graves las había hecho a la sombra d<strong>el</strong> poder d<strong>el</strong> yerno,<br />

y habría sido difícil no p<strong>en</strong>sar que éste y su esposa no estuvieran al corri<strong>en</strong>te. Sabi<strong>en</strong>do<br />

que la única reputación para proteger era la suya, por ser la única que quedaba <strong>en</strong> pie, <strong>el</strong><br />

doctor Juv<strong>en</strong>al Urbino interpuso todo <strong>el</strong> peso de su poder, y logró cubrir <strong>el</strong> escándalo con<br />

su palabra de honor. Así que Lor<strong>en</strong>zo Daza salió d<strong>el</strong> país <strong>en</strong> <strong>el</strong> primer barco para no<br />

regresar jamás. Volvió a su tierra de orig<strong>en</strong> como si fuera uno de esos viajecitos que se<br />

hac<strong>en</strong> de vez <strong>en</strong> cuando para <strong>en</strong>gañar a la nostalgia, y <strong>en</strong> <strong>el</strong> fondo de esa apari<strong>en</strong>cia<br />

había algo de verdad: desde hacía un tiempo subía a <strong>los</strong> barcos de su patria sólo por<br />

tomarse un vaso d<strong>el</strong> agua de las cisternas abastecidas <strong>en</strong> <strong>los</strong> manantiales de su pueblo<br />

natal. Se fue sin dar <strong>el</strong> brazo a torcer, protestando inoc<strong>en</strong>cia, y todavía tratando de<br />

conv<strong>en</strong>cer al yerno de que había sido víctima de una confabulación política. Se fue<br />

llorando por la niña, como llamaba a Fermina Daza desde que se casó, llorando por <strong>el</strong><br />

nieto, por la tierra <strong>en</strong> que se hizo rico y libre, y donde logró la proeza de convertir a la<br />

hija <strong>en</strong> una dama exquisita a base de negocios turbios. Se fue <strong>en</strong>vejecido y <strong>en</strong>fermo,<br />

pero todavía vivió mucho más de lo que ninguna de sus víctimas hubiera deseado.<br />

Fermina Daza no pudo reprimir un suspiro de alivio cuando le llegó la noticia de la<br />

muerte, y no le guardó luto para evitar preguntas, pero durante varios meses lloraba con<br />

una rabia sorda sin saber por qué cuando se <strong>en</strong>cerraba a fumar <strong>en</strong> <strong>el</strong> baño, y era que<br />

lloraba por él.<br />

Lo más absurdo de la situación de ambos era que nunca parecieron tan f<strong>el</strong>ices <strong>en</strong><br />

público como <strong>en</strong> aqu<strong>el</strong><strong>los</strong> años de infortunio. Pues <strong>en</strong> realidad fueron <strong>los</strong> años de sus<br />

victorias mayores sobre la hostilidad soterrada de un medio que no se resignaba a<br />

admitir<strong>los</strong> como eran: distintos y novedosos, y por tanto transgresores d<strong>el</strong> ord<strong>en</strong><br />

tradicional. Sin embargo, esa había sido la parte fácil para Fermina Daza. La vida<br />

mundana, que tantas incertidumbres le causaba antes de conocerla, no era más que un<br />

sistema de pactos atávicos, de ceremonias banales, de palabras previstas, con <strong>el</strong> cual se<br />

<strong>en</strong>tret<strong>en</strong>ían <strong>en</strong> sociedad unos a otros para no asesinarse. El signo dominante de ese<br />

paraíso de la frivolidad provinciana era <strong>el</strong> miedo a lo desconocido. Ella lo había definido<br />

de un modo más simple: “El problema de la vida pública es apr<strong>en</strong>der a dominar <strong>el</strong> terror,<br />

<strong>el</strong> problema de la vida conyugal es apr<strong>en</strong>der a dominar <strong>el</strong> tedio”. Ella lo había descubierto<br />

de pronto con la nitidez de una rev<strong>el</strong>ación desde que <strong>en</strong>tró arrastrando la interminable<br />

cola de novia <strong>en</strong> <strong>el</strong> vasto salón d<strong>el</strong> Club Social, <strong>en</strong>rarecido por <strong>los</strong> vapores revu<strong>el</strong>tos de<br />

tantas flores, <strong>el</strong> brillo de <strong>los</strong> valses, <strong>el</strong> tumulto de hombres sudorosos y mujeres trémulas<br />

que la miraban sin saber todavía cómo iban a conjurar aqu<strong>el</strong>la am<strong>en</strong>aza deslumbrante<br />

que les mandaba <strong>el</strong> mundo exterior. Acababa de cumplir <strong>los</strong> veintiún años y ap<strong>en</strong>as si<br />

había salido de su casa para <strong>el</strong> colegio, pero le bastó con una mirada circular para<br />

compr<strong>en</strong>der que sus adversarios no estaban sobrecogidos de odio sino paralizados por <strong>el</strong><br />

miedo. En vez de asustar<strong>los</strong> más, como lo estaba <strong>el</strong>la, les hizo la caridad de ayudar<strong>los</strong> a<br />

conocerla. Nadie fue distinto de como <strong>el</strong>la quiso que fuera, tal como le ocurría con las<br />

ciudades, que no le parecían mejores ni peores, sino como <strong>el</strong>la las hizo <strong>en</strong> su corazón. A<br />

París, a pesar de su lluvia perpetua, de sus t<strong>en</strong>deros sórdidos y la grosería homérica de<br />

sus cocheros, había de recordarla siempre como la ciudad más hermosa d<strong>el</strong> mundo, no<br />

porque <strong>en</strong> realidad lo fuera o no lo fuera, sino porque se quedó vinculada a la nostalgia<br />

de sus años más f<strong>el</strong>ices. El doctor Urbino, por su parte, se impuso con armas iguales a<br />

las que usaban contra él, sólo que manejadas con más int<strong>el</strong>ig<strong>en</strong>cia, y con una<br />

solemnidad calculada. Nada ocurría sin <strong>el</strong><strong>los</strong>: <strong>los</strong> paseos cívicos, <strong>los</strong> Juegos Florales, <strong>los</strong><br />

acontecimi<strong>en</strong>tos artísticos, las tómbolas de caridad, <strong>los</strong> actos patrióticos, <strong>el</strong> primer viaje<br />

<strong>en</strong> globo. En todo estaban <strong>el</strong><strong>los</strong>, y casi siempre <strong>en</strong> <strong>el</strong> orig<strong>en</strong> y al fr<strong>en</strong>te de todo. Nadie<br />

podía imaginarse, <strong>en</strong> sus años de desgracias, que pudiera haber algui<strong>en</strong> más f<strong>el</strong>iz que<br />

<strong>el</strong><strong>los</strong> ni un matrimonio tan armónico como <strong>el</strong> suyo<br />

Gabri<strong>el</strong> García Márquez 117<br />

El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!