gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
<strong>el</strong>iquias, su heroísmo y su b<strong>el</strong>leza, pero eran ciegos a la carcoma de <strong>los</strong> años. El doctor<br />
Juv<strong>en</strong>al Urbino, <strong>en</strong> cambio, le t<strong>en</strong>ía bastante <strong>amor</strong> para verla con <strong>los</strong> ojos de la verdad.<br />
-Cómo será de noble esta ciudad -decía- que t<strong>en</strong>emos cuatroci<strong>en</strong>tos años de estar<br />
tratando de acabar con <strong>el</strong>la, y todavía no lo logramos.<br />
Estaban a punto, sin embargo. La epidemia de cólera morbo, cuyas primeras<br />
víctimas cayeron fulminadas <strong>en</strong> <strong>los</strong> charcos d<strong>el</strong> mercado, había causado <strong>en</strong> once<br />
semanas la más grande mortandad de nuestra historia. Hasta <strong>en</strong>tonces, algunos muertos<br />
insignes eran sepultados bajo las <strong>los</strong>as de las iglesias, <strong>en</strong> la vecindad esquiva de <strong>los</strong><br />
arzobispos y <strong>los</strong> capitulares, y <strong>los</strong> otros m<strong>en</strong>os ricos eran <strong>en</strong>terrados <strong>en</strong> <strong>los</strong> patios de <strong>los</strong><br />
conv<strong>en</strong>tos. Los pobres iban al cem<strong>en</strong>terio colonial, <strong>en</strong> una colina de vi<strong>en</strong>tos separada de<br />
la ciudad por un canal de aguas áridas, cuyo pu<strong>en</strong>te de argamasa t<strong>en</strong>ía una marquesina<br />
con un letrero esculpido por ord<strong>en</strong> de algún alcalde clarivid<strong>en</strong>te: Lasciate ogni speranza<br />
voi M<strong>en</strong>trate. En las dos primeras semanas d<strong>el</strong> cólera <strong>el</strong> cem<strong>en</strong>terio fue desbordado, y no<br />
quedó un sitio disponible <strong>en</strong> las iglesias, a pesar de que habían pasado al osario común<br />
<strong>los</strong> restos carcomidos de numerosos próceres sin nombre. El aire de la catedral se<br />
<strong>en</strong>rareció con <strong>los</strong> vapores de las criptas mal s<strong>el</strong>ladas, y sus puertas no volvieron a abrirse<br />
hasta tres años después, por la época <strong>en</strong> que Fermina Daza vio de cerca por primera vez<br />
a Flor<strong>en</strong>tino Ariza <strong>en</strong> la misa d<strong>el</strong> gallo. El claustro d<strong>el</strong> conv<strong>en</strong>to de Santa Clara quedó<br />
colmado hasta sus alamedas <strong>en</strong> la tercera semana, y fue necesario habilitar como<br />
cem<strong>en</strong>terio <strong>el</strong> huerto de la comunidad, que era dos veces más grande. Allí excavaron<br />
sepulturas profundas para <strong>en</strong>terrar a tres niv<strong>el</strong>es, de prisa y sin ataúdes, pero hubo que<br />
desistir de <strong>el</strong>las porque <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o rebosado se volvió como una esponja que rezumaba bajo<br />
las pisadas una sanguaza nauseabunda. Entonces se dispuso continuar <strong>los</strong><br />
<strong>en</strong>terrami<strong>en</strong>tos <strong>en</strong> La Mano de Dios, una haci<strong>en</strong>da de ganado de <strong>en</strong>gorde a m<strong>en</strong>os de<br />
una legua de la ciudad, que más tarde fue consagrada como Cem<strong>en</strong>terio Universal.<br />
Desde que se proclamó <strong>el</strong> bando d<strong>el</strong> cólera, <strong>en</strong> <strong>el</strong> alcázar de la guarnición local se<br />
disparó un cañonazo cada cuarto de hora, de día y de noche, de acuerdo con la<br />
superstición cívica de que la pólvora purificaba <strong>el</strong> ambi<strong>en</strong>te. El cólera fue mucho más<br />
<strong>en</strong>carnizado con la población negra, por ser la más numerosa y pobre, pero <strong>en</strong> realidad<br />
no tuvo mirami<strong>en</strong>tos de colores ni linajes. Cesó de pronto como había empezado, y<br />
nunca se conoció <strong>el</strong> número de sus estragos, no porque fuera imposible establecerlo, sino<br />
porque una de nuestras virtudes más usuales era <strong>el</strong> pudor de las desgracias propias.<br />
El doctor Marco Aur<strong>el</strong>io Urbino, padre de Juv<strong>en</strong>al, fue un héroe civil de aqu<strong>el</strong>las<br />
jornadas infaustas, y también su víctima más notable. Por determinación oficial concibió<br />
y dirigió <strong>en</strong> persona la estrategia sanitaria, pero de su propia iniciativa acabó por<br />
interv<strong>en</strong>ir <strong>en</strong> todos <strong>los</strong> asuntos d<strong>el</strong> ord<strong>en</strong> social, hasta <strong>el</strong> punto de que <strong>en</strong> <strong>los</strong> instantes<br />
más críticos de la peste no parecía existir ninguna autoridad por <strong>en</strong>cima de la suya. Años<br />
después, revisando la crónica de aqu<strong>el</strong><strong>los</strong> días, <strong>el</strong> doctor Juv<strong>en</strong>al Urbino comprobó que <strong>el</strong><br />
método de su padre había sido más caritativo que ci<strong>en</strong>tífico, y que de muchos modos era<br />
contrario a la razón, así que había favorecido <strong>en</strong> gran medida la voracidad de la peste. Lo<br />
comprobó con la compasión de <strong>los</strong> hijos a qui<strong>en</strong>es la vida ha ido convirti<strong>en</strong>do poco a poco<br />
<strong>en</strong> padres de sus padres, y por primera vez se dolió de no haber estado con <strong>el</strong> suyo <strong>en</strong> la<br />
soledad de sus errores. Pero no le regateó sus méritos: la dilig<strong>en</strong>cia y la abnegación, y<br />
sobre todo su val<strong>en</strong>tía personal, le merecieron <strong>los</strong> muchos honores que le fueron<br />
r<strong>en</strong>didos cuando la ciudad se restableció d<strong>el</strong> desastre, y su nombre quedó con justicia<br />
<strong>en</strong>tre <strong>los</strong> de otros tantos próceres de otras guerras m<strong>en</strong>os honorables.<br />
No vivió su gloria. Cuando reconoció <strong>en</strong> sí mismo <strong>los</strong> trastornos irreparables que<br />
había visto y compadecido <strong>en</strong> <strong>los</strong> otros, no int<strong>en</strong>tó siquiera una batalla inútil, sino que se<br />
apartó d<strong>el</strong> mundo para no contaminar a nadie. Encerrado solo <strong>en</strong> un cuarto de servicio<br />
d<strong>el</strong> Hospital de la Misericordia, sordo al llamado de sus colegas y a la súplica de <strong>los</strong><br />
suyos, aj<strong>en</strong>o al horror de <strong>los</strong> pestíferos que agonizaban por <strong>los</strong> su<strong>el</strong>os de <strong>los</strong> corredores<br />
desbordados, escribió para la esposa y <strong>los</strong> hijos una carta de <strong>amor</strong> febril, de gratitud por<br />
haber existido, <strong>en</strong> la cual se rev<strong>el</strong>aba cuánto y con cuánta avidez había amado la vida.<br />
Fue un adiós de veintle pliegos desgarrados <strong>en</strong> <strong>los</strong> que se notaban <strong>los</strong> progresos d<strong>el</strong> mal<br />
por <strong>el</strong> deterioro de la escritura, y no era necesario haber conocido a qui<strong>en</strong> <strong>los</strong> había<br />
64 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera