gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Escolástica dejó <strong>el</strong> misal <strong>en</strong> <strong>el</strong> mostrador de la t<strong>el</strong>egrafía, Flor<strong>en</strong>tino Ariza no había vu<strong>el</strong>to<br />
a s<strong>en</strong>tir una f<strong>el</strong>icidad como la de esa noche: tan int<strong>en</strong>sa que le causaba miedo.<br />
Empezaba a dormirse, cuando <strong>el</strong> contador d<strong>el</strong> buque lo despertó a las cinco <strong>en</strong> <strong>el</strong><br />
puerto de Zambrano para <strong>en</strong>tregarle un t<strong>el</strong>egrama urg<strong>en</strong>te. Estaba firmado por Leona<br />
Cassiani, con fecha d<strong>el</strong> día anterior, y todo su horror cabía <strong>en</strong> una línea: América Vicuña<br />
muerta ayer motivos inexplicables. A las once de la mañana conoció <strong>los</strong> porm<strong>en</strong>ores a<br />
través de una confer<strong>en</strong>cia t<strong>el</strong>egráfica con Leona Cassiani, <strong>en</strong> la que él mismo operó <strong>el</strong><br />
equipo transmisor como no había vu<strong>el</strong>to a hacerlo desde sus años de t<strong>el</strong>egrafista.<br />
América Vicuña, presa de una depresión mortal por haber sido reprobada <strong>en</strong> <strong>los</strong><br />
exám<strong>en</strong>es finales, se había bebido un frasco de láudano que se robó <strong>en</strong> la <strong>en</strong>fermería d<strong>el</strong><br />
colegio. Flor<strong>en</strong>tino Ariza sabía <strong>en</strong> <strong>el</strong> fondo de su alma que aqu<strong>el</strong>la noticia estaba<br />
incompleta. Pero no: América Vicuña no había dejado ninguna nota explicativa que<br />
permitiera culpar a nadie de su determinación. La familia estaba llegando <strong>en</strong> ese<br />
mom<strong>en</strong>to desde Puerto Padre, avisada por Leona Cassiani, y <strong>el</strong> <strong>en</strong>tierro sería esa tarde a<br />
las cinco. Flor<strong>en</strong>tino Ariza respiró. Lo único que podía hacer para seguir vivo era no<br />
permitirse <strong>el</strong> suplicio de aqu<strong>el</strong> recuerdo. Lo borró de la memoria, aunque de vez <strong>en</strong><br />
cuando <strong>en</strong> <strong>el</strong> resto de sus años iba a s<strong>en</strong>tirlo revivir de pronto, sin que viniera a cu<strong>en</strong>to,<br />
como la punzada instantánea de una cicatriz antigua.<br />
Los días sigui<strong>en</strong>tes fueron calurosos e interminables. El río se volvió turbio y se fue<br />
haci<strong>en</strong>do cada vez más estrecho, y <strong>en</strong> vez de la maraña de árboles co<strong>los</strong>ales que había<br />
asombrado a Flor<strong>en</strong>tino Ariza <strong>en</strong> su primer viaje, había llanuras calcinadas, desechos de<br />
s<strong>el</strong>vas <strong>en</strong>teras devoradas por las calderas de <strong>los</strong> buques, escombros de pueb<strong>los</strong><br />
abandonados de Dios, cuyas calles continuaban inundadas aun <strong>en</strong> las épocas más cru<strong>el</strong>es<br />
de la sequía. Por la noche no <strong>los</strong> despertaban <strong>los</strong> cantos de sir<strong>en</strong>as de <strong>los</strong> manatíes <strong>en</strong><br />
<strong>los</strong> playones, sino la tufarada nauseabunda de <strong>los</strong> muertos que pasaban flotando hacia <strong>el</strong><br />
mar. Pues ya no había guerras ni pestes pero <strong>los</strong> cuerpos hinchados seguían pasando. El<br />
capitán fue sobrio por una vez: “T<strong>en</strong>emos órd<strong>en</strong>es de decir a <strong>los</strong> pasajeros que son<br />
ahogados accid<strong>en</strong>tales”. En lugar de la algarabía de <strong>los</strong> loros y <strong>el</strong> escándalo de <strong>los</strong> micos<br />
invisibles que <strong>en</strong> otro tiempo aum<strong>en</strong>taban <strong>el</strong> bochorno d<strong>el</strong> medio día, sólo quedaba <strong>el</strong><br />
vasto sil<strong>en</strong>cio de la tierra arrasada.<br />
Había tan pocos lugares donde leñatear, y estaban tan separados <strong>en</strong>tre sí, que <strong>el</strong><br />
Nueva Fid<strong>el</strong>idad se quedó sin combustible al cuarto día de viaje. Permaneció amarrado<br />
casi una semana, mi<strong>en</strong>tras sus cuadrillas se internaban por pantanos de c<strong>en</strong>izas <strong>en</strong> busca<br />
de <strong>los</strong> últimos árboles desperdigados. No había otros: <strong>los</strong> leñadores habían abandonado<br />
sus veredas huy<strong>en</strong>do de la ferocidad de <strong>los</strong> señores de la tierra, huy<strong>en</strong>do d<strong>el</strong> cólera<br />
invisible, huy<strong>en</strong>do de las guerras larvadas que <strong>los</strong> gobiernos se empeñaban <strong>en</strong> ocultar<br />
con decretos de distracción. Mi<strong>en</strong>tras tanto, <strong>los</strong> pasajeros, aburridos, hacían torneos de<br />
natación, organizaban expediciones de caza, regresaban con iguanas vivas que abrían <strong>en</strong><br />
canal y volvían a coser con agujas de <strong>en</strong>fard<strong>el</strong>ar después de sacarles <strong>los</strong> racimos de<br />
huevos, traslúcidos y blandos, que ponían a secar <strong>en</strong> sartales <strong>en</strong> las barandas d<strong>el</strong> buque.<br />
Las prostitutas pobres de <strong>los</strong> pueb<strong>los</strong> vecinos siguieron la traza de las expediciones,<br />
improvisaron ti<strong>en</strong>das de campaña <strong>en</strong> la barranca de la orilla, llevaron música y cantina, y<br />
plantaron la parranda fr<strong>en</strong>te al buque varado.<br />
Desde mucho antes de ser presid<strong>en</strong>te de C.F.C., Flor<strong>en</strong>tino Ariza recibía informes<br />
alarmantes d<strong>el</strong> estado d<strong>el</strong> río, pero ap<strong>en</strong>as si <strong>los</strong> leía. Tranquilizaba a sus socios: “No se<br />
preocup<strong>en</strong>, cuando la leña se acabe ya habrá buques de petróleo”. Nunca se tomó <strong>el</strong><br />
trabajo de p<strong>en</strong>sarlo, obnubilado por la pasión de Fermina Daza, y cuando se dio cu<strong>en</strong>ta<br />
de la verdad ya no había nada que hacer, como no fuera llevar otro río nuevo. Por la<br />
noche, aun <strong>en</strong> las épocas de mejores aguas, había que amarrar para dormir, y <strong>en</strong>tonces<br />
se volvía insoportable hasta <strong>el</strong> hecho simple de estar vivo. La mayoría de <strong>los</strong> pasajeros,<br />
sobre todo <strong>los</strong> europeos, abandonaban <strong>el</strong> pudridero de <strong>los</strong> camarotes y se pasaban la<br />
noche caminando por las cubiertas, espantando toda clase de alimañas con la misma<br />
toalla con que se secaban <strong>el</strong> sudor incesante, y amanecían exhaustos e hinchados por las<br />
picaduras. Un viajero inglés de principios d<strong>el</strong> siglo xix, refiriéndose al viaje combinado <strong>en</strong><br />
canoa y <strong>en</strong> mula, que podía durar hasta cincu<strong>en</strong>ta jornadas, había escrito: “Este es uno<br />
184 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera