gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
de <strong>los</strong> peregrinajes más ma<strong>los</strong> e incómodos que un ser humano pueda realizar”. Esto<br />
había dejado de ser cierto <strong>los</strong> primeros och<strong>en</strong>ta años de la navegación a vapor, y luego<br />
había vu<strong>el</strong>to a serlo para siempre, cuando <strong>los</strong> caimanes se comieron la última mariposa,<br />
y se acabaron <strong>los</strong> manatíes matemales, se acabaron <strong>los</strong> loros, <strong>los</strong> micos, <strong>los</strong> pueb<strong>los</strong>: se<br />
acabó todo.<br />
-No hay problema -reía <strong>el</strong> capitán-, d<strong>en</strong>tro de unos años v<strong>en</strong>dremos por <strong>el</strong> cauce<br />
seco <strong>en</strong> automóviles de lujo.<br />
Fermina Daza y Flor<strong>en</strong>tino Ariza estuvieron protegidos <strong>los</strong> tres primeros días por la<br />
suave primavera d<strong>el</strong> mirador cerrado, pero cuando racionaron la leña y empezó a fallar <strong>el</strong><br />
sistema de refrigeración, <strong>el</strong> Camarote Presid<strong>en</strong>cial se convirtió <strong>en</strong> una cafetera de vapor.<br />
Ella sobrevivía a las noches con <strong>el</strong> vi<strong>en</strong>to fluvial que <strong>en</strong>traba por las v<strong>en</strong>tanas abiertas, y<br />
espantaba <strong>los</strong> mosquitos con una toalla, pues la bomba de insecticida era inútil estando<br />
<strong>el</strong> buque varado. El dolor d<strong>el</strong> oído se había vu<strong>el</strong>to insoportable, y una mañana al<br />
despertar cesó de pronto y por completo, como <strong>el</strong> canto de una chicharra rev<strong>en</strong>tada.<br />
Pero hasta la noche no cayó <strong>en</strong> la cu<strong>en</strong>ta de que había perdido la audición d<strong>el</strong> oído<br />
izquierdo, cuando Flor<strong>en</strong>tino Ariza le habló de ese lado, y <strong>el</strong>la tuvo que volver la cabeza<br />
para oír lo que decía. No se lo contó a nadie, resignada de que fuera uno más de <strong>los</strong><br />
tantos defectos irremediables de la edad.<br />
Con todo, la demora d<strong>el</strong> buque había sido para <strong>el</strong><strong>los</strong> un percance provid<strong>en</strong>cial.<br />
Flor<strong>en</strong>tino Ariza lo había leído alguna vez: “El <strong>amor</strong> se hace más grande y noble <strong>en</strong> la<br />
calamidad”. La humedad d<strong>el</strong> Camarote Presid<strong>en</strong>cial <strong>los</strong> sumergió <strong>en</strong> un letargo irreal <strong>en</strong><br />
<strong>el</strong> cual era más fácil amarse sin preguntas. Vivían horas inimaginables cogidos de la<br />
mano <strong>en</strong> las poltronas de la baranda, se besaban despacio, gozaban la embriaguez de las<br />
caricias sin <strong>el</strong> estorbo de la exasperación. La tercera noche de sopor <strong>el</strong>la lo esperó con<br />
una bot<strong>el</strong>la de anisado, d<strong>el</strong> que bebía a escondidas con la pandilla de la prima<br />
Hildebranda, y más tarde, ya casada y con hijos, <strong>en</strong>cerrada con las amigas de su mundo<br />
prestado. Necesitaba un poco de aturdimi<strong>en</strong>to para no p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> su suerte con<br />
demasiada lucidez, pero Flor<strong>en</strong>tino Ariza creyó que era para darse valor <strong>en</strong> <strong>el</strong> paso final.<br />
Animado por esa ilusión se atrevió a explorar con la yema de <strong>los</strong> dedos su cu<strong>el</strong>lo<br />
marchito, <strong>el</strong> pecho acorazado de varillas metálicas, las caderas de huesos carcomidos, <strong>los</strong><br />
mus<strong>los</strong> de v<strong>en</strong>ada vieja. Ella lo aceptó complacida con <strong>los</strong> ojos cerrados, pero sin<br />
estremecimi<strong>en</strong>tos, fumando y bebi<strong>en</strong>do a sorbos espaciados. Al final, cuando las caricias<br />
se deslizaron por su vi<strong>en</strong>tre, t<strong>en</strong>ía ya bastante anís <strong>en</strong> <strong>el</strong> corazón.<br />
-Si hemos de hacer p<strong>en</strong>dejadas, hagámoslas -dijo-, pero que sea como la g<strong>en</strong>te<br />
grande.<br />
Lo llevó al dormitorio y empezó a desvestirse sin falsos pudores con las luces<br />
<strong>en</strong>c<strong>en</strong>didas. Flor<strong>en</strong>tino Ariza se t<strong>en</strong>dió bocarriba <strong>en</strong> la cama, tratando de recobrar <strong>el</strong><br />
dominio, otra vez sin saber qué hacer con la pi<strong>el</strong> d<strong>el</strong> tigre que había matado. Ella le dijo:<br />
“No mires”. Él preguntó por qué sin apartar la vista d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o raso.<br />
-Porque no te va a gustar -dijo <strong>el</strong>la.<br />
Entonces él la miró, y la vio desnuda hasta la cintura, tal como la había<br />
imaginado. T<strong>en</strong>ía <strong>los</strong> hombros arrugados, <strong>los</strong> s<strong>en</strong>os caídos y <strong>el</strong> costillar forrado de un<br />
p<strong>el</strong>lejo pálido y frío como <strong>el</strong> de una rana. Ella se tapó <strong>el</strong> pecho con la blusa que acababa<br />
de quitarse, y apagó la luz. Entonces él se incorporó y empezó a desvestirse <strong>en</strong> la<br />
oscuridad, tirando sobre <strong>el</strong>la cada pieza que se quitaba, y <strong>el</strong>la se las devolvía muerta de<br />
risa.<br />
Permanecieron acostados bocarriba un largo rato, él más y más aturdido a medida<br />
que lo abandonaba la embriaguez, y <strong>el</strong>la tranquila, casi abúlica, pero rogando a Dios que<br />
no le diera por reír sin s<strong>en</strong>tido, como siempre que se le iba la mano con <strong>el</strong> anís.<br />
Conversaron para <strong>en</strong>tret<strong>en</strong>er <strong>el</strong> tiempo. Hablaron de <strong>el</strong><strong>los</strong>, de sus vidas distintas, de la<br />
casualidad inverosímil de estar desnudos <strong>en</strong> <strong>el</strong> camarote oscuro de un buque varado,<br />
cuando lo justo era p<strong>en</strong>sar que ya no les quedaba tiempo sino para esperar a la muerte.<br />
Ella no había oído nunca decir que él tuviera una mujer, ni una siquiera, <strong>en</strong> una ciudad<br />
Gabri<strong>el</strong> García Márquez 185<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera