30.04.2013 Views

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

primera vez, v<strong>en</strong>cida por la nostalgia, <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> ilusorios de aqu<strong>el</strong> <strong>amor</strong> irreal. Trataba<br />

de precisar cómo era <strong>el</strong> parquecito de <strong>en</strong>tonces, <strong>los</strong> alm<strong>en</strong>dros rotos, <strong>el</strong> escaño donde él<br />

la amaba, porque nada de eso existía ya como <strong>en</strong>tonces. Habían cambiado todo, se<br />

habían llevado <strong>los</strong> árboles con su alfombra de hojas amarillas, y <strong>en</strong> lugar de la estatua<br />

d<strong>el</strong> héroe decapitado habían puesto la de otro <strong>en</strong> uniforme de gala, sin nombre, sin<br />

fechas, sin motivos que lo justificaran, sobre un pedestal aparatoso d<strong>en</strong>tro d<strong>el</strong> cual<br />

habían instalado <strong>los</strong> controles <strong>el</strong>éctricos d<strong>el</strong> sector. Su casa, v<strong>en</strong>dida por fin hacía<br />

muchos años, se desbarataba a pedazos <strong>en</strong>tre las manos d<strong>el</strong> gobierno provincial. No le<br />

resultaba fácil imaginarse a Flor<strong>en</strong>tino Ariza como era <strong>en</strong>tonces, y mucho m<strong>en</strong>os concebir<br />

que aqu<strong>el</strong> muchacho taciturno, tan desvalido bajo la lluvia, fuera <strong>el</strong> mismo carcamal<br />

apolillado que se le había plantado <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>te sin ninguna consideración por su estado, sin<br />

<strong>el</strong> m<strong>en</strong>or respeto por su dolor, y le había abrasado <strong>el</strong> alma con una injuria a fuego vivo<br />

que seguía estorbándole para respirar.<br />

La prima Hildebranda Sánchez había v<strong>en</strong>ido a visitarla poco después de que <strong>el</strong>la<br />

estuviera <strong>en</strong> su haci<strong>en</strong>da de Flores de María reponiéndose de la mala hora de la señorita<br />

Lynch. Había llegado vieja, gorda, f<strong>el</strong>iz, acompañada por <strong>el</strong> hijo mayor, que había sido<br />

coron<strong>el</strong> d<strong>el</strong> ejército, como <strong>el</strong> padre, pero que fue repudiado por él a raíz de su actuación<br />

indigna <strong>en</strong> la matanza de <strong>los</strong> obreros d<strong>el</strong> banano <strong>en</strong> San Juan de la Ciénaga. Las dos<br />

primas se habían visto muchas veces, y siempre se les iban las horas añorando la época<br />

<strong>en</strong> que se conocieron. En su última visita, Hildebranda estaba más nostálgica que nunca,<br />

y muy afectada por la carga de la vejez. Para mayor regodeo de la añoranza, trajo su<br />

copia d<strong>el</strong> retrato de dama antigua que les había tomado <strong>el</strong> fotógrafo b<strong>el</strong>ga la tarde <strong>en</strong><br />

que <strong>el</strong> jov<strong>en</strong> Juv<strong>en</strong>al Urbino le dio la estocada de gracia a la voluntariosa Fermina Daza.<br />

La copia de ésta se había perdido, y la de Hildebranda era casi invisible, pero ambas se<br />

reconocieron a través de las brumas d<strong>el</strong> des<strong>en</strong>canto: jóv<strong>en</strong>es y b<strong>el</strong>las como no volverían<br />

a serlo jamás.<br />

Para Hildebranda era imposible no hablar de Flor<strong>en</strong>tino Ariza, porque siempre<br />

id<strong>en</strong>tificó su suerte con la suya. Lo evocaba como <strong>el</strong> día <strong>en</strong> que puso su primer<br />

t<strong>el</strong>egrama, y nunca consiguió quitarse d<strong>el</strong> corazón su recuerdo de pajarito triste<br />

cond<strong>en</strong>ado al olvido. Por su parte, Fermina lo había visto muchas veces, sin conversar<br />

con él, desde luego, y no podía concebir que fuera <strong>el</strong> mismo de su primer <strong>amor</strong>. Siempre<br />

le habían llegado noticias de él, como tarde o temprano le llegaban las de todo <strong>el</strong> que<br />

significara algo <strong>en</strong> la ciudad. Se decía que no se había casado porque era de costumbres<br />

distintas, pero tampoco a esto le puso at<strong>en</strong>ción, <strong>en</strong> parte porque nunca hizo caso de<br />

rumores, y <strong>en</strong> parte porque de todos modos se decían cosas semejantes de muchos<br />

hombres insospechables. En cambio, le parecía extraño que Flor<strong>en</strong>tino Ariza persistiera<br />

<strong>en</strong> sus atu<strong>en</strong>dos místicos, <strong>en</strong> sus lociones raras, y que siguiera si<strong>en</strong>do tan <strong>en</strong>igmático<br />

después de abrirse paso <strong>en</strong> la vida de un modo tan espectacular, y además tan honrado.<br />

No le era posible creer que fuera <strong>el</strong> mismo, y siempre se sorpr<strong>en</strong>día cuando Hildebranda<br />

suspiraba: “¡Pobre hombre, cómo debe haber sufrido! “. Pues <strong>el</strong>la lo veía sin dolor desde<br />

hacía mucho tiempo: era una sombra borrada.<br />

Sin embargo, la noche <strong>en</strong> que lo <strong>en</strong>contró <strong>en</strong> <strong>el</strong> cine, por <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> <strong>en</strong> que <strong>el</strong>la<br />

regresó de Flores de María, algo raro ocurrió <strong>en</strong> su corazón. No le sorpr<strong>en</strong>dió que<br />

estuviera con una mujer, y negra, además. Le sorpr<strong>en</strong>dió que estuviera tan bi<strong>en</strong><br />

conservado, que se comportara con mayor soltura, y no se le ocurrió p<strong>en</strong>sar que tal vez<br />

fuera <strong>el</strong>la y no él qui<strong>en</strong> había cambiado después de la irrupción perturbadora de la<br />

señorita Lynch <strong>en</strong> su vida privada. A partir de <strong>en</strong>tonces, y durante más de veinte años,<br />

siguió viéndolo con ojos más compasivos. La noche de la v<strong>el</strong>ación d<strong>el</strong> esposo,no sólo le<br />

pareció compr<strong>en</strong>sible que estuviera allí, sino que inclusive lo <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió como <strong>el</strong> término<br />

natural d<strong>el</strong> r<strong>en</strong>cor: un acto de perdón y olvido. Por eso fue tan imprevista la reiteración<br />

dramática de un <strong>amor</strong> que para <strong>el</strong>la no había existido nunca, y a una edad <strong>en</strong> que a<br />

Flor<strong>en</strong>tino Ariza y a <strong>el</strong>la no les quedaba nada más que esperar de la vida.<br />

La rabia mortal d<strong>el</strong> primer impacto seguía intacta después de la cremación<br />

simbólica d<strong>el</strong> marido, y más crecía y se ramificaba cuanto m<strong>en</strong>os capaz se s<strong>en</strong>tía de<br />

dominarla. Peor aún: <strong>los</strong> espacios de la memoria donde lograba apaciguar <strong>los</strong> recuerdos<br />

Gabri<strong>el</strong> García Márquez 155<br />

El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!