30.04.2013 Views

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

dirigida. Nunca <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió <strong>los</strong> <strong>en</strong>cantos de la ser<strong>en</strong>idad <strong>en</strong> la cama, ni tuvo un instante de<br />

inspiración, y sus orgasmos eran inoportunos y epidérmicos: un polvo triste. Flor<strong>en</strong>tino<br />

Ariza vivió mucho tiempo <strong>en</strong> <strong>el</strong> <strong>en</strong>gaño de ser <strong>el</strong> único, y <strong>el</strong>la se complacía <strong>en</strong> que lo<br />

creyera, hasta que tuvo la mala suerte de hablar dormida. Poco a poco, oyéndola dormir,<br />

él fue recomponi<strong>en</strong>do a pedazos la carta de navegación de sus sueños, y se metió por<br />

<strong>en</strong>tre las islas numerosas de su vida secreta. Así se <strong>en</strong>teró de que <strong>el</strong>la no pret<strong>en</strong>día<br />

casarse con él, pero se s<strong>en</strong>tía ligada a su vida por la gratitud inm<strong>en</strong>sa de que la hubiera<br />

pervertido. Muchas veces se lo dijo:<br />

-Te adoro porque me volviste puta.<br />

Dicho de otro modo, no le faltaba razón. Flor<strong>en</strong>tino Ariza la había despojado de la<br />

virginidad de un matrimonio conv<strong>en</strong>cional, que era más perniciosa que la virginidad<br />

congénita y la abstin<strong>en</strong>cia de la viudez. Le había <strong>en</strong>señado que nada de lo que se haga<br />

<strong>en</strong> la cama es inmoral si contribuye a perpetuar <strong>el</strong> <strong>amor</strong>. Y algo que había de ser desde<br />

<strong>en</strong>tonces la razón de su vida: la conv<strong>en</strong>ció de que uno vi<strong>en</strong>e al mundo con sus polvos<br />

contados, y <strong>los</strong> que no se usan por cualquier causa, propia o aj<strong>en</strong>a, voluntaria o forzosa,<br />

se pierd<strong>en</strong> para siempre. El mérito de <strong>el</strong>la fue tomarlo al pie de la letra. Sin embargo,<br />

porque creía conocerla mejor que nadie, Flor<strong>en</strong>tino Ariza no podía <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der por qué era<br />

tan solicitada una mujer de recursos tan pueriles, que además no paraba de hablar <strong>en</strong> la<br />

cama de su congoja por <strong>el</strong> esposo muerto. La única explicación que se le ocurrió, y que<br />

nadie pudo desm<strong>en</strong>tir, fue que a la viuda de Nazaret le sobraba <strong>en</strong> ternura lo que le<br />

faltaba <strong>en</strong> artes marciales. Empezaron a verse con m<strong>en</strong>os frecu<strong>en</strong>cia a medida que <strong>el</strong>la<br />

<strong>en</strong>sanchaba sus dominios, y a medida que él exploraba <strong>los</strong> suyos tratando de <strong>en</strong>contrar<br />

alivio a sus viejas dol<strong>en</strong>cias <strong>en</strong> otros corazones desperdigados, y por fin se olvidaron sin<br />

dolor.<br />

Fue <strong>el</strong> primer <strong>amor</strong> de cama de Flor<strong>en</strong>tino Ariza. Pero <strong>en</strong> vez de haber hecho con<br />

<strong>el</strong>la una unión estable, como su madre lo soñaba, ambos lo aprovecharon para lanzarse a<br />

la vida. Flor<strong>en</strong>tino Ariza desarrolló métodos que parecían inverosímiles <strong>en</strong> un hombre<br />

como él, taciturno y escuálido, y además vestido como un anciano de otro tiempo. Sin<br />

embargo, t<strong>en</strong>ía dos v<strong>en</strong>tajas a su favor. Una era un ojo certero para conocer de<br />

inmediato a la mujer que lo esperaba, así fuera <strong>en</strong> medio de una muchedumbre, y aun<br />

así la cortejaba con caut<strong>el</strong>a, pues s<strong>en</strong>tía que nada causaba más vergü<strong>en</strong>za ni era más<br />

humillante que una negativa. La otra v<strong>en</strong>taja era que <strong>el</strong>las lo id<strong>en</strong>tificaban de inmediato<br />

como un solitario necesitado de <strong>amor</strong>, un m<strong>en</strong>esteroso de la calle con una humildad de<br />

perro apaleado que las r<strong>en</strong>día sin condiciones, sin pedir nada, sin esperar nada de él,<br />

aparte de la tranquilidad de conci<strong>en</strong>cia de haberle hecho <strong>el</strong> favor. Eran sus únicas armas,<br />

y con <strong>el</strong>las libró batallas históricas pero de un secreto absoluto, que fue registrando con<br />

un rigor de notario <strong>en</strong> un cuaderno cifrado, reconocible <strong>en</strong>tre muchos con un título que lo<br />

decía todo: Ellas. La primera anotación la hizo con la viuda de Nazaret. Cincu<strong>en</strong>ta años<br />

más tarde, cuando Fermina Daza quedó libre de su cond<strong>en</strong>a sacram<strong>en</strong>tal, t<strong>en</strong>ía unos<br />

veinticinco cuadernos con seisci<strong>en</strong>tos veintidós registros de <strong>amor</strong>es continuados, aparte<br />

de las incontables av<strong>en</strong>turas fugaces que no merecieron ni una nota de caridad.<br />

El propio Flor<strong>en</strong>tino Ariza estaba conv<strong>en</strong>cido al cabo de seis meses de <strong>amor</strong>es<br />

desaforados con la viuda de Nazaret, de que había logrado sobrevivir al torm<strong>en</strong>to de<br />

Fermina Daza. No sólo lo creyó, sino que lo com<strong>en</strong>tó varias veces con Tránsito Ariza<br />

durante <strong>los</strong> casi dos años que duró <strong>el</strong> viaje de bodas, y siguió creyéndolo con un<br />

s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de liberación sin fronteras, hasta un domingo de su mala estr<strong>el</strong>la <strong>en</strong> que la<br />

vio de pronto sin ningún anuncio d<strong>el</strong> corazón, cuando salía de la misa mayor d<strong>el</strong> brazo de<br />

su marido y asediada por la curiosidad y <strong>los</strong> halagos de su nuevo mundo. Las mismas<br />

damas de alcurnia que al principio la m<strong>en</strong>ospreciaban y se burlaban de <strong>el</strong>la por ser una<br />

adv<strong>en</strong>ediza sin nombre, se desvivían porque se sintiera como una de las suyas, y <strong>el</strong>la las<br />

embriagaba con su <strong>en</strong>canto. Había asumido con tanta propiedad su condición de esposa<br />

mundana, que Flor<strong>en</strong>tino Ariza necesitó un instante de reflexión para reconocerla. Era<br />

otra: la compostura de persona mayor, <strong>los</strong> botines altos, <strong>el</strong> sombrero de v<strong>el</strong>illo con una<br />

pluma de colores de algún pájaro ori<strong>en</strong>tal, todo <strong>en</strong> <strong>el</strong>la era distinto y fácil, como si todo<br />

fuera suyo desde su orig<strong>en</strong>. La <strong>en</strong>contró más b<strong>el</strong>la y juv<strong>en</strong>il que nunca, pero<br />

86 Gabri<strong>el</strong> García Márquez<br />

El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!