30.04.2013 Views

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Cuando <strong>el</strong>la se levantaba, ya él se había ido a sus negocios. Pocas veces faltaba al rito<br />

d<strong>el</strong> almuerzo, aunque casi nunca comía, pues le bastaba con <strong>los</strong> aperitivos y <strong>los</strong><br />

<strong>en</strong>tremeses gallegos d<strong>el</strong> Café de la Parroquia. Tampoco c<strong>en</strong>aba: le dejaban su ración <strong>en</strong><br />

la mesa, toda <strong>en</strong> un solo plato y tapada con otro, aunque sabían que él no se la comería<br />

hasta <strong>el</strong> día sigui<strong>en</strong>te recal<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> <strong>el</strong> desayuno. Una vez por semana le daba a la hija<br />

<strong>el</strong> dinero de <strong>los</strong> gastos, que él calculaba muy bi<strong>en</strong> y que <strong>el</strong>la administraba con rigor, pero<br />

at<strong>en</strong>día con gusto cualquier pedido que <strong>el</strong>la le hiciera para gastos imprevistos. Nunca le<br />

regateaba un cuartillo, nunca le pedía cu<strong>en</strong>tas, pero <strong>el</strong>la se comportaba como si tuviera<br />

que r<strong>en</strong>dirlas ante <strong>el</strong> tribunal d<strong>el</strong> Santo Oficio. Nunca le había hablado de la índole y <strong>el</strong><br />

estado de sus negocios, ni nunca la había llevado a conocer sus oficinas d<strong>el</strong> puerto, que<br />

estaban <strong>en</strong> un sitio vedado a señoritas dec<strong>en</strong>tes aunque fueran acompañadas por sus<br />

padres. Lor<strong>en</strong>zo Daza no llegaba a su casa antes de las diez de la noche, que era la hora<br />

de la queda <strong>en</strong> las épocas m<strong>en</strong>os críticas de las guerras. Permanecía hasta <strong>en</strong>tonces <strong>en</strong><br />

<strong>el</strong> Café de la Parroquia, jugando lo que fuera, porque era especialista <strong>en</strong> todos <strong>los</strong> juegos<br />

de salón, y además bu<strong>en</strong> maestro. Siempre llegó a su casa <strong>en</strong> su sano juicio, sin<br />

despertar a la hija, a pesar de que se tomaba <strong>el</strong> primer anisado al despertar y seguía<br />

masticando <strong>el</strong> cabo d<strong>el</strong> tabaco apagado y bebi<strong>en</strong>do copas espaciadas durante <strong>el</strong> día. Una<br />

noche, sin embargo, Fermina lo sintió <strong>en</strong>trar. Oyó sus pasos de cosaco <strong>en</strong> las escaleras,<br />

su resu<strong>el</strong>lo <strong>en</strong>orme <strong>en</strong> <strong>el</strong> corredor d<strong>el</strong> segundo piso, sus golpes con la palma-de la mano<br />

<strong>en</strong> la puerta d<strong>el</strong> dormitorio. Ella le abrió, y por primera vez se asustó con su ojo torcido y<br />

<strong>el</strong> <strong>en</strong>torpecimi<strong>en</strong>to de sus palabras.<br />

-Estamos <strong>en</strong> la ruina -dijo él-. Ruina total, ya lo sabes.<br />

Fue todo lo que dijo, y nunca más lo volvió a decir ni sucedió nada que indicara si<br />

había dicho la verdad, pero después de aqu<strong>el</strong>la noche Fermina Daza tomó conci<strong>en</strong>cia de<br />

que estaba sola <strong>en</strong> <strong>el</strong> mundo. Vivía <strong>en</strong> un limbo social. Sus antiguas compañeras de<br />

colegio estaban <strong>en</strong> un ci<strong>el</strong>o prohibido para <strong>el</strong>la, y mucho más después de la deshonra de<br />

la expulsión, pero tampoco era vecina de sus vecinos, porque éstos la habían conocido<br />

sin pasado y con <strong>el</strong> uniforme de la Pres<strong>en</strong>tación de la Santísima Virg<strong>en</strong>. El mundo de su<br />

padre era de traficantes y estibadores, de refugiados de guerras <strong>en</strong> la guarida pública d<strong>el</strong><br />

Café de la Parroquia, de hombres so<strong>los</strong>. En <strong>el</strong> último año, las clases de pintura la habían<br />

aliviado un poco de su reclusión, porque la maestra prefería las clases colectivas y solía<br />

llevar a otras alumnas al costurero. Pero eran muchachas de condiciones sociales<br />

dispersas y mal definidas, y para Fermina Daza no eran más que amigas prestadas cuyo<br />

afecto terminaba con cada clase. Hildebranda quería abrir la casa, v<strong>en</strong>tilarla, traer <strong>los</strong><br />

músicos y <strong>los</strong> cohetes y castil<strong>los</strong> de pólvora de su padre y hacer un baile de carnaval<br />

cuyos v<strong>en</strong>ntarrones arrasaran con <strong>el</strong> ánimo apolillado de la prima, pero muy pronto se<br />

dio cu<strong>en</strong>ta de que sus propósitos eran inútiles. Por una razón simple: no había con quién.<br />

En todo caso, fue <strong>el</strong>la qui<strong>en</strong> la puso <strong>en</strong> la vida. Por las tardes, después de las<br />

clases de pintura, se hacía llevar a la calle para conocer la ciudad. Fermina Daza le<br />

<strong>en</strong>señó <strong>el</strong> camino que hacía a diario con la tía Escolástica, <strong>el</strong> escaño d<strong>el</strong> parquecito donde<br />

Flor<strong>en</strong>tino Ariza fingía leer para esperarla, las calleju<strong>el</strong>as por donde la seguía, <strong>los</strong><br />

escondrijos de las cartas, <strong>el</strong> palacio siniestro donde estuvo la cárc<strong>el</strong> d<strong>el</strong> Santo Oficio, y<br />

que luego había sido restaurado y convertido <strong>en</strong> <strong>el</strong> colegio de la Pres<strong>en</strong>tación de la<br />

Santísima Virg<strong>en</strong>, que <strong>el</strong>la odiaba con toda su alma. Subieron a la colina d<strong>el</strong> cem<strong>en</strong>terio<br />

de <strong>los</strong> pobres, donde Flor<strong>en</strong>tino Ariza tocaba <strong>el</strong> violín según <strong>el</strong> rumbo de <strong>los</strong> vi<strong>en</strong>tos para<br />

que <strong>el</strong>la lo escuchara <strong>en</strong> la cama, y desde allí vieron <strong>en</strong>tera la ciudad histórica, <strong>los</strong><br />

tejados rotos y <strong>los</strong> muros carcomidos, <strong>los</strong> escombros de las fortalezas <strong>en</strong>tre <strong>los</strong><br />

matorrales, <strong>el</strong> reguero de islas de la bahía, las barracas de miseria alrededor de las<br />

ciénagas, <strong>el</strong> Caribe inm<strong>en</strong>so.<br />

La noche de Navidad fueron a la misa d<strong>el</strong> gallo <strong>en</strong> la catedral. Fermina ocupó <strong>el</strong><br />

lugar donde le llegaba mejor la música confid<strong>en</strong>cial de Flor<strong>en</strong>tino Ariza, y le mostró a su<br />

prima <strong>el</strong> sitio exacto <strong>en</strong> que una noche como aqu<strong>el</strong>la había visto de cerca por primera vez<br />

sus ojos espantados. Se arriesgaron solas hasta <strong>el</strong> Portal de <strong>los</strong> Escribanos, compraron<br />

dulces, se <strong>en</strong>tretuvieron <strong>en</strong> la ti<strong>en</strong>da de pap<strong>el</strong>es de fantasía, y Fermina Daza le señaló a<br />

la prima <strong>el</strong> lugar <strong>en</strong> que descubrió de golpe que su <strong>amor</strong> no era más que un espejismo.<br />

Gabri<strong>el</strong> García Márquez 75<br />

El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!