30.04.2013 Views

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

mucho m<strong>en</strong>os a <strong>los</strong> och<strong>en</strong>ta. En una disputa aguerrida que tuvo con su hermano, dijo<br />

que lo único que faltaba para que Flor<strong>en</strong>tino Ariza acabara de consolar a su madre era<br />

que se metiera con <strong>el</strong>la <strong>en</strong> su cama de viuda. El doctor Urbino Daza no t<strong>en</strong>ía agallas para<br />

<strong>en</strong>fr<strong>en</strong>társ<strong>el</strong>e, no las había t<strong>en</strong>ido nunca fr<strong>en</strong>te a <strong>el</strong>la, pero su esposa intercedió con una<br />

justificación ser<strong>en</strong>a d<strong>el</strong> <strong>amor</strong> a cualquier edad. Of<strong>el</strong>ia perdió <strong>los</strong> estribos.<br />

-El <strong>amor</strong> es ridículo a nuestra edad -le gritó---, pero a la edad de <strong>el</strong><strong>los</strong> es una<br />

cochinada.<br />

Se empeñó con tales ímpetus <strong>en</strong> la determinación de ahuy<strong>en</strong>tar de la casa a<br />

Flor<strong>en</strong>tino Ariza, que llegó a oídos de Fermina Daza. Ella la llamó al dormitorio, como<br />

siempre que quería hablar sin ser oída por las criadas, y le pidió repetir sus<br />

recriminaciones. Of<strong>el</strong>ia no se las <strong>en</strong>dulzó: estaba segura de que Flor<strong>en</strong>tino Ariza, cuya<br />

fama de pervertido no la ignoraba nadie, perseguía una r<strong>el</strong>ación equívoca, más<br />

perjudicial para <strong>el</strong> bu<strong>en</strong> nombre de la familia que las fechorías de Lor<strong>en</strong>zo Daza y las<br />

av<strong>en</strong>turas ing<strong>en</strong>uas de Juv<strong>en</strong>al Urbino. Fermina Daza la escuchó sin decir palabra, sin<br />

parpadear siquiera, pero cuando terminó de escuchar era otra: había vu<strong>el</strong>to a la vida.<br />

-Lo único que me du<strong>el</strong>e es no t<strong>en</strong>er fuerzas para darte la cueriza que te mereces,<br />

por atrevida y mal p<strong>en</strong>sada -le dijo-. Pero ahora mismo te vas de esta casa, y te juro por<br />

<strong>los</strong> restos de mi madre que no la volverás a pisar mi<strong>en</strong>tras yo esté viva.<br />

No hubo poder capaz de disuadirla. Mi<strong>en</strong>tras tanto, Of<strong>el</strong>ia se fue a vivir a la casa<br />

d<strong>el</strong> hermano, y desde allá mandó toda clase de súplicas con emisarios de altura. Pero fue<br />

inútil. Ni la mediación d<strong>el</strong> hijo ni la interv<strong>en</strong>ción de sus amigas consiguieron<br />

quebrantarla. A la nuera, con qui<strong>en</strong> mantuvo siempre una cierta complicidad<br />

populachera, le soltó por fin una confid<strong>en</strong>cia con la verba florida de sus mejores años:<br />

“Hace un siglo me cagaron la vida con ese pobre hombre porque éramos demasiado<br />

jóv<strong>en</strong>es, y ahora nos lo quier<strong>en</strong> repetir porque somos demasiado viejos”. Enc<strong>en</strong>dió un<br />

cigarrillo con la colilla d<strong>el</strong> otro, y acabó de sacarse <strong>el</strong> v<strong>en</strong><strong>en</strong>o que le carcomía las<br />

<strong>en</strong>trañas.<br />

-¡Quese vayan a la mierda! -dijo-. Si alguna v<strong>en</strong>taja t<strong>en</strong>emos las viudas, es que<br />

ya no nos queda nadie que nos mande.<br />

No hubo nada que hacer. Cuando por fin se conv<strong>en</strong>ció de que estaban agotadas<br />

todas las instancias, Of<strong>el</strong>ia volvió a Nueva Orleans. Lo único que logró de su madre fue<br />

que se despidiera de <strong>el</strong>la, y Fermina Daza aceptó después de muchas súplicas, pero sin<br />

permitirle que <strong>en</strong>trara <strong>en</strong> la casa: lo había jurado por <strong>los</strong> huesos de su madre, que para<br />

<strong>el</strong>la, por aqu<strong>el</strong><strong>los</strong> días de tinieblas, eran <strong>los</strong> únicos que quedaban limpios.<br />

En alguna de las primeras visitas, hablando de sus buques, Flor<strong>en</strong>tino Ariza le<br />

había hecho a Fermina Daza una invitación formal para que fuera <strong>en</strong> viaje de descanso<br />

por <strong>el</strong> río. Con un día más de tr<strong>en</strong> podía ir hasta la capital de la república, que <strong>el</strong><strong>los</strong>,<br />

como la mayoría de <strong>los</strong> caribes de su g<strong>en</strong>eración, seguían llamando con <strong>el</strong> nombre que<br />

tuvo hasta <strong>el</strong> siglo anterior: Santa Fe. Pero <strong>el</strong>la conservaba <strong>los</strong> resabios d<strong>el</strong> esposo y no<br />

quería conocer una ciudad h<strong>el</strong>ada y sombría donde las mujeres no salían de sus casas<br />

sino para la misa de cinco, y no podían <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> las h<strong>el</strong>aderías ni <strong>en</strong> las oficinas<br />

públicas, según le habían dicho, y donde había a toda hora embot<strong>el</strong>lami<strong>en</strong>tos de<br />

<strong>en</strong>tierros <strong>en</strong> las calles y una llovizna m<strong>en</strong>uda desde <strong>los</strong> años de la mula herrada: peor<br />

que <strong>en</strong> París. En cambio, s<strong>en</strong>tía una atracción muy fuerte por <strong>el</strong> río, quería ver <strong>los</strong><br />

caimanes asoleándose <strong>en</strong> <strong>los</strong> playones, quería ser despertada <strong>en</strong> medio de la noche por<br />

<strong>el</strong> llanto de mujer de <strong>los</strong> manatíes, pero la idea de un viaje tan difícil, a su edad, y<br />

además viuda y sola, le parecía irreal.<br />

Flor<strong>en</strong>tino Ariza volvió a reiterarle la invitación más ad<strong>el</strong>ante, cuando se decidió a<br />

seguir viva sin <strong>el</strong> esposo, y <strong>en</strong>tonces le pareció más probable. Pero después d<strong>el</strong> pleito con<br />

la hija, amargada por las injurias a su padre, por <strong>el</strong> r<strong>en</strong>cor contra <strong>el</strong> esposo muerto, por<br />

la rabia de las zalamerías hipócritas de Lucrecia d<strong>el</strong> Real, a qui<strong>en</strong> tuvo por tantos años<br />

como su mejor amiga, <strong>el</strong>la misma se s<strong>en</strong>tía de sobra <strong>en</strong> su propia casa. Una tarde,<br />

Gabri<strong>el</strong> García Márquez 177<br />

El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!