30.04.2013 Views

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

pero la niña levantó la vista para ver quién pasaba por la v<strong>en</strong>tana, y esa mirada casual<br />

fue <strong>el</strong> orig<strong>en</strong> de un cataclismo de <strong>amor</strong> que medio siglo después aún no había terminado.<br />

Lo único que Flor<strong>en</strong>tino Ariza pudo averiguar de Lor<strong>en</strong>zo Daza fue que había<br />

v<strong>en</strong>ido de San Juan de la Ciénaga con la hija única y la hermana soltera poco después de<br />

la peste d<strong>el</strong> cólera, y qui<strong>en</strong>es lo vieron desembarcar no dudaron de que v<strong>en</strong>ía para<br />

quedarse, pues traía todo lo necesario para una casa bi<strong>en</strong> guarnecida. La esposa había<br />

muerto cuando la hija era muy niña. La hermana se llamaba Escolástica, t<strong>en</strong>ía cuar<strong>en</strong>ta<br />

años y estaba cumpli<strong>en</strong>do una manda con <strong>el</strong> hábito de San Francisco cuando salía a la<br />

calle, y sólo <strong>el</strong> cordón <strong>en</strong> la cintura cuando estaba <strong>en</strong> casa. La niña t<strong>en</strong>ía trece años y se<br />

llamaba igual que la madre muerta: Fermina.<br />

Se suponía que Lor<strong>en</strong>zo Daza era hombre de recursos porque vivía bi<strong>en</strong> sin oficio<br />

conocido, y había comprado con dinero <strong>en</strong> rama la casa de Los Evang<strong>el</strong>ios, cuya<br />

restauración debió costarle por lo m<strong>en</strong>os <strong>el</strong> doble de <strong>los</strong> dosci<strong>en</strong>tos pesos oro que pagó<br />

por <strong>el</strong>la. La hija estaba estudiando <strong>en</strong> <strong>el</strong> colegio de la Pres<strong>en</strong>tación de la Santísima<br />

Virg<strong>en</strong>, donde las señoritas de sociedad apr<strong>en</strong>dían desde hacía dos sig<strong>los</strong> <strong>el</strong> arte y <strong>el</strong><br />

oficio de ser esposas dilig<strong>en</strong>tes y sumisas. Durante la Colonia y <strong>los</strong> primeros años de la<br />

República sólo recibían a las herederas de ap<strong>el</strong>lidos grandes. Pero las viejas familias<br />

arruinadas por la indep<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia tuvieron que someterse a las realidades de <strong>los</strong> nuevos<br />

<strong>tiempos</strong>, y <strong>el</strong> colegio abrió sus puertas a todas las aspirantes que pudieran pagarlo, sin<br />

preocuparse de sus pergaminos, pero con la condición es<strong>en</strong>cial de que fueran hijas<br />

legítimas de matrimonios católicos. De todos modos era un colegio caro, y <strong>el</strong> hecho de<br />

que Fermina Daza estudiara allí era por sí solo un indicio de la situación económica de la<br />

familia, aunque no lo fuera de su condición social. Estas noticias al<strong>en</strong>taron a Flor<strong>en</strong>tino<br />

Ariza, pues le indicaban que la b<strong>el</strong>la adolesc<strong>en</strong>te de ojos alm<strong>en</strong>drados estaba al alcance<br />

de sus sueños. Sin embargo, <strong>el</strong> régim<strong>en</strong> estricto de su padre se rev<strong>el</strong>ó muy pronto como<br />

un inconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te insalvable. Al contrario de las otras alumnas, que iban al colegio <strong>en</strong><br />

grupos o acompañadas por una criada mayor, Fermina Daza iba siempre con la tía<br />

soltera, y su conducta indicaba que no le estaba permitida ninguna distracción.<br />

Fue de ese modo inoc<strong>en</strong>te como Flor<strong>en</strong>tino Ariza inició su vida sigi<strong>los</strong>a de cazador<br />

solitario. Desde las siete de la mañana se s<strong>en</strong>taba solo <strong>en</strong> <strong>el</strong> escaño m<strong>en</strong>os visible d<strong>el</strong><br />

parquecito, fingi<strong>en</strong>do leer un libro de versos a la sombra de <strong>los</strong> alm<strong>en</strong>dros, hasta que<br />

veía pasar a la donc<strong>el</strong>la imposible con <strong>el</strong> uniforme de rayas azules, las medias con ligas<br />

hasta las rodillas, <strong>los</strong> botines masculinos de cordones cruzados, y,una sola tr<strong>en</strong>za gruesa<br />

con un lazo <strong>en</strong> <strong>el</strong> extremo que le colgaba <strong>en</strong> la espalda hasta la cintura. Caminaba con<br />

una altivez natural, la cabeza erguida, la vista inmóvil, <strong>el</strong> paso rápido, la nariz afilada,<br />

con la cartera de <strong>los</strong> libros apretada con <strong>los</strong> brazos <strong>en</strong> cruz contra <strong>el</strong> pecho, y con un<br />

modo de andar de v<strong>en</strong>ada que la hacía parecer inmune a la gravedad. A su lado,<br />

marcando <strong>el</strong> paso a duras p<strong>en</strong>as, la tía con <strong>el</strong> hábito pardo y <strong>el</strong> cordón<br />

de San Francisco no dejaba <strong>el</strong> m<strong>en</strong>or resquicio para acercarse. Flor<strong>en</strong>tino Ariza las<br />

veía pasar de ida y regreso cuatro veces al día, y una vez <strong>los</strong> domingos a la salida de la<br />

misa mayor, y con ver a la niña le bastaba. Poco a poco fue idealizándola, atribuyéndole<br />

virtudes improbables, s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos imaginarios, y al cabo de dos semanas ya no p<strong>en</strong>saba<br />

más que <strong>en</strong> <strong>el</strong>la. Así que decidió mandarle una esqu<strong>el</strong>a simple escrita por ambos lados<br />

con su preciosa letra de escribano. Pero la tuvo varios días <strong>en</strong> <strong>el</strong> bolsillo, p<strong>en</strong>sando cómo<br />

<strong>en</strong>tregarla, y mi<strong>en</strong>tras lo p<strong>en</strong>saba escribía varios pliegos más antes de acostarse, de<br />

modo que la carta original fue convirtiéndose <strong>en</strong> un diccionario de requiebros, inspirados<br />

<strong>en</strong> <strong>los</strong> libros que había apr<strong>en</strong>dido de memoria de tanto leer<strong>los</strong> <strong>en</strong> las esperas d<strong>el</strong> parque.<br />

Buscando <strong>el</strong> modo de <strong>en</strong>tregar la carta trató de conocer a algunas estudiantes de<br />

la Pres<strong>en</strong>tación, pero estaban demasiado lejos de su mundo. Además, al cabo de muchas<br />

vu<strong>el</strong>tas no le pareció prud<strong>en</strong>te que algui<strong>en</strong> se <strong>en</strong>terara de sus pret<strong>en</strong>siones. Sin<br />

embargo, logró saber que Fermina Daza había sido invitada a un baile de sábado unos<br />

días después de su llegada, y que <strong>el</strong> padre no le había permitido asistir con una frase<br />

terminante: “Cada cosa se hará a su debido tiempo”. La carta t<strong>en</strong>ía más de ses<strong>en</strong>ta<br />

pliegos escritos por ambos lados cuando Flor<strong>en</strong>tino Ariza no pudo resistir más la opresión<br />

de su secreto, y se abrió sin reservas a su madre, la única persona con qui<strong>en</strong> se permitía<br />

Gabri<strong>el</strong> García Márquez 35<br />

El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!