gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
gabriel-garcia-marquez-el-amor-en-los-tiempos-del-colera
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Sin embargo, muy pronto iba a apr<strong>en</strong>der que esa determinación excesiva no era<br />
tanto <strong>el</strong> fruto d<strong>el</strong> res<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to como de la nostalgia. Después d<strong>el</strong> viaje de luna de mi<strong>el</strong><br />
había vu<strong>el</strong>to varias veces a Europa, a pesar de <strong>los</strong> diez días de mar, y siempre lo había<br />
hecho con tiempo de sobra para ser f<strong>el</strong>iz. Conocía <strong>el</strong> mundo, había apr<strong>en</strong>dido a vivir y a<br />
p<strong>en</strong>sar de otro modo, pero nunca había vu<strong>el</strong>to a San Juan de la Ciénaga después d<strong>el</strong><br />
frustrado vu<strong>el</strong>o <strong>en</strong> globo. El regreso a la provincia de la prima Hildebranda t<strong>en</strong>ía para <strong>el</strong>la<br />
algo de red<strong>en</strong>ción, así fuera tardía. No lo p<strong>en</strong>só a propósito de su desastre matrimonial:<br />
v<strong>en</strong>ía de mucho antes. Así que la sola idea de rescatar sus quer<strong>en</strong>cias de adolesc<strong>en</strong>te la<br />
consolaba de su desdicha.<br />
Cuando desembarcó con la ahijada <strong>en</strong> San Juan de la Ciénaga, ap<strong>el</strong>ó a las grandes<br />
reservas de su carácter y reconoció la ciudad contra todas las advert<strong>en</strong>cias. El jefe civil y<br />
militar de la plaza, al cual iba recom<strong>en</strong>dada, la invitó <strong>en</strong> la victoria oficial mi<strong>en</strong>tras salía<br />
<strong>el</strong> tr<strong>en</strong> para San Pedro Alejandrino, adonde quiso ir para comprobar lo que le habían<br />
dicho, que la cama <strong>en</strong> que murió El Libertador era tan pequeña como la de un niño.<br />
Entonces Fermina Daza volvió a ver su pueblo grande <strong>en</strong> <strong>el</strong> marasmo de las dos de la<br />
tarde. Volvió a ver las calles que más bi<strong>en</strong> parecían playones con charcos cubiertos de<br />
verdín, y volvió a ver las mansiones de <strong>los</strong> portugueses con sus escudos heráldicos<br />
tallados <strong>en</strong> <strong>el</strong> pórtico y c<strong>el</strong>osías de bronce <strong>en</strong> las v<strong>en</strong>tanas, <strong>en</strong> cuyos salones umbríos se<br />
repetían sin compasión <strong>los</strong> mismos ejercicios de piano, titubeantes y tristes, que su<br />
madre recién casada les había <strong>en</strong>señado a las niñas de las casas ricas. Vio la plaza<br />
desierta sin un árbol <strong>en</strong> las brasas de caliche, la hilera de coches de capotas fúnebres con<br />
<strong>los</strong> cabal<strong>los</strong> dormidos de pie, <strong>el</strong> tr<strong>en</strong> amarillo de San Pedro Alejandrino, y <strong>en</strong> la esquina<br />
de la iglesia mayor vio la casa más grande, la más b<strong>el</strong>la, con un corredor de arcadas de<br />
piedra verdecida y un portón de monasterio, y la v<strong>en</strong>tana d<strong>el</strong> dormitorio donde iba a<br />
nacer Álvaro muchos años después, cuando ya <strong>el</strong>la no tuviera memoria para recordarlo.<br />
P<strong>en</strong>só <strong>en</strong> la tía Escolástica, a qui<strong>en</strong> seguía buscando sin esperanzas por ci<strong>el</strong>o y tierra, y<br />
p<strong>en</strong>sando <strong>en</strong> <strong>el</strong>la se <strong>en</strong>contró p<strong>en</strong>sando <strong>en</strong> Flor<strong>en</strong>tino Ariza, <strong>en</strong> su vestido de literato y su<br />
libro de versos bajo <strong>los</strong> alm<strong>en</strong>dros d<strong>el</strong> parquecito, como muy pocas veces le ocurría<br />
cuando evocaba sus años ingratos d<strong>el</strong> colegio. Después de muchas vu<strong>el</strong>tas no pudo<br />
reconocer la antigua casa familiar, pues donde suponía que estaba no había sino un<br />
criadero de cerdos, y a la vu<strong>el</strong>ta de la esquina la calle de <strong>los</strong> burd<strong>el</strong>es, con putas d<strong>el</strong><br />
mundo <strong>en</strong>tero haci<strong>en</strong>do la siesta <strong>en</strong> <strong>los</strong> portales, por si acaso pasaba <strong>el</strong> correo con algo<br />
para <strong>el</strong>las. No era su pueblo.<br />
Desde <strong>el</strong> principio d<strong>el</strong> paseo, Fermina Daza se había tapado media cara con la<br />
mantilla, no por miedo de ser reconocida donde nadie podía conocerla, sino por la visión<br />
de <strong>los</strong> muertos que se hinchaban al sol por todas partes, desde la estación d<strong>el</strong> tr<strong>en</strong> hasta<br />
<strong>el</strong> cem<strong>en</strong>terio. El jefe civil y militar de la plaza le dijo: “Es <strong>el</strong> cólera”. Ella lo sabía, porque<br />
había visto <strong>los</strong> grumos blancos <strong>en</strong> la boca de <strong>los</strong> cadáveres achicharrados, pero notó que<br />
ninguno t<strong>en</strong>ía <strong>el</strong> tiro de gracia <strong>en</strong> la nuca, como <strong>en</strong> la época d<strong>el</strong> globo.<br />
-Así es -le dijo <strong>el</strong> oficial-. También Dios mejora sus métodos.<br />
La distancia de San Juan de la Ciénaga al antiguo ing<strong>en</strong>io de San Pedro<br />
Alejandrino era de sólo nueve leguas, pero <strong>el</strong> tr<strong>en</strong> amarillo tardaba <strong>el</strong> día completo,<br />
porque <strong>el</strong> maquinista era amigo de <strong>los</strong> pasajeros habituales y éstos le pedían <strong>el</strong> favor de<br />
parar a cada rato para estirar las piernas caminando por <strong>los</strong> prados de golf de la<br />
compañía bananera, y <strong>los</strong> hombres se bañaban desnudos <strong>en</strong> <strong>los</strong> ríos diáfanos y h<strong>el</strong>ados<br />
que se precipitaban desde la sierra, y cuando s<strong>en</strong>tían hambre se bajaban a ordeñar las<br />
vacas su<strong>el</strong>tas <strong>en</strong> <strong>los</strong> potreros. Fermina Daza llegó aterrorizada, y ap<strong>en</strong>as se dio tiempo<br />
para admirar <strong>los</strong> tamarindos homéricos donde El Libertador colgaba su hamaca de<br />
moribundo, y para comprobar que la cama donde murió, tal como se lo habían dicho, no<br />
sólo era pequeña para un hombre de tanta gloria, sino inclusive para un sietemesino. Sin<br />
embargo, otro visitante que parecía saberlo todo dijo que la cama era una r<strong>el</strong>iquia falsa,<br />
pues la verdad era que al Padre de la Patria lo habían dejado morir tirado por <strong>los</strong> su<strong>el</strong>os.<br />
Fermina Daza estaba tan deprimida con lo que vio y oyó desde que salió de su casa, que<br />
<strong>en</strong> <strong>el</strong> resto d<strong>el</strong> viaje no se complació <strong>en</strong> <strong>el</strong> recuerdo d<strong>el</strong> viaje anterior, como tanto lo<br />
Gabri<strong>el</strong> García Márquez 139<br />
El <strong>amor</strong> <strong>en</strong> <strong>los</strong> <strong>tiempos</strong> d<strong>el</strong> cólera